«En ‘20.000 especies de abejas’ lo trans actúa como un juego de espejos»
Un hito para el cine vasco: es la primera vez en las 73 ediciones de la Berlinale que una cineasta vasca estrena su ópera prima en la Sección Oficial. Con ‘Cuerdas’, su anterior corto, compitió en Cannes, donde ganó el Rails d’Or. Este miércoles da el salto al largo con ‘20.000 especies de abejas’.
‘20.000 especies de abejas’ retrata los pesos que caen sobre Cocó, de ocho años, a quien todos a su alrededor insisten en llamar Aitor aunque no se reconozca en ese nombre ni en la mirada de los demás. Su madre (Patricia López Arnaiz), en plena crisis, aprovechará las vacaciones para viajar con sus tres hijos al pueblo, donde residen su madre y su tía (Ane Gabarain e Itziar Lazkano), trabajadoras de la cera. Allí, Cocó y las mujeres deberán enfrentarse a sus demonios y, sobre todo, podrán (por fin) sincerarse consigo mismas.
¿Cómo llega a la historia de Cocó y las abejas?
¡Llevo años hablando de ella! Ya en mi primer corto, ‘Adri’, miraba a una niña nadadora que se avergonzaba de su cuerpo y cómo su experiencia de lo corporal transformaba su propia subjetividad y la relación con su padre. Cuerpo, identidad y género son cuestiones que han estado siempre en mi filmografía. Mis películas siempre han tratado de ver cómo este cóctel nos convierte en quienes somos. Además, tanto en el género como en lo sexual yo he sido siempre más censurada que, por ejemplo, mis otros hermanos [tiene cinco, todos chicos]. Es difícil, entonces, no darme cuenta de lo que se espera y se presupone de mí. De hecho, si vamos un paso más allá, desde muy temprano siempre he tenido muy claro que las mujeres se construyen, que nos hacen y nos hacemos. Hasta aquí, todo controlado. Sin embargo, cuando entro en contacto con Naizen, la Asociación de Familias de Menores Transexuales de Navarra y Euskadi, vuelvo a tambalearme. Y descubro lo muy delicada que es esta intersección entre aquello que performamos y aquello que sentimos de una forma muy íntima...
«Cuando entré en contacto con Naizen volví a tambalearme: descubrí lo delicada que es esta intersección entre lo que performamos y sentimos»
¿Y cómo fue trabajar con les niñes de Naizen?
Fue una puerta a la diversidad. Allí me doy cuenta de que no hay un paradigma estándar para la infancia trans, que todas las familias han transitado de forma diferente. Y digo que las familias también transitan, porque se reformulan con sus miembros. Por ejemplo, una criatura puede haber estado expresándose honestamente toda su vida y que hasta cierto momento sus padres no hayan sabido leerlo con las herramientas que tenían al alcance, o que los padres no hayan querido aceptarlo. En este caso, quienes tienen que hacer el tránsito son los demás. Esta era una idea que consideraba central para la película, y por eso la trama es tan coral. Yo quería colocar la vivencia de mi protagonista en una pequeña comunidad, dentro de una familia, con todas las otras identidades que la pueblan. Quería que Cocó estuviera en contacto con muchas mujeres, de generaciones distintas y de formaciones diferentes, para incorporar todo el espectro dentro de esta colmena familiar que está en plena transformación.
De todas formas, lo trans ha sido por desgracia más a menudo motivo de abandono que de transformación familiar.
Sí, y tenemos el personaje de la tía abuela, que ha escogido alejarse de la familia y vivir a solas en el campo, antes que renunciar a su identidad y libertad. Pero, al mismo tiempo, Cocó ya puede encontrar en ella el abrazo que necesita para ser quien es. Y sí es verdad que hay personajes que no evolucionan, como la abuela, pero habría que darle tres horas más y quizás acabaría por aceptar que su nieto no es un niño. Además, piensa que ni al principio de la película la familia está realmente unida, ¡si no paran de discutir! En realidad, que la niña salga del armario remueve un barro que llevaba tiempo estancado y hace que todo el mundo se detenga y lo reconozca, quizás por primera vez en mucho tiempo. Lo trans aquí actúa como un juego de espejos que permite que se hablen las cosas y que, de ahí, se pueda llegar a un final más esperanzador.
Pasa un buen trecho de película antes de que aclare qué genitales tiene Cocó. ¿Cuándo y cómo toma la decisión de ‘desvelar’ su sexo biológico?
Este fue un tema complejo, especialmente en el guion. Sobre el papel, tienes que poner un nombre a quien habla y lleva a cabo sus acciones y esto, de entrada, ya implica que te posiciones. Al principio yo pensaba que, ya que el resto de gente le lee como un niño, llamaría a la protagonista ‘Aitor’. Tan sencillo. Sin embargo, cuando lo escribía así, como Aitor, todo lo que sucedía adquiría un tono mucho más dramático, porque todo pasaba por el filtro del dolor y la frustración que un deadname [el nombre al que una persona trans renuncia] conlleva. En cambio, ponerle en escena de forma ambigua (con el pelo largo, la vestimenta, su forma de relacionarse) me permitía tener un margen de tiempo razonable donde lo único que nos quedara claro es que estamos tratando de adivinar si es chico o chica.
A mí me encanta que dejes este impase donde Cocó parece que juega y que prueba, sin necesariamente irse directa a una expresión muy femenina.
Como directora, yo quiero ofrecerle este espacio intermedio a mi protagonista, pero tengo muy claro que debe de ser muy difícil para una criatura reivindicarlo en una sociedad tan violentamente segregada por lo binario, y más sin tener demasiados referentes. De todas formas, me parece importante destacar que, a pesar de que la niña dice que no quiere llamarse Aitor, nunca se identifica de forma férrea como una mujer. Ella ahora escoge presentarse así, pero yo nunca le hago decir que lo es. Súmale que si mi película habla del derecho a nombrarnos con libertad a cada momento, Cocó podría cambiar y estaría perfectamente bien. Quién sabe si dentro de quince años querrá que la traten como no binarie.
Pensar en ‘20.000 especies de abejas’ como una ‘película trans’ es naturalmente reduccionista, pero ¿cree que la etiqueta puede lanzarla a sitios interesantes?
Para mí, lo trans refiere, antes que nada, a cruzar puentes, a atravesar fronteras y límites. Eso, de hecho, pasa al principio de la película, cuando de camino al pueblo atraviesan el puente que divide el País Vasco francés y español. Esa es una frontera geopolítica, pero también simbólica y mental, que nos lleva a todo aquello que tenemos que atravesar para comprender ciertas cosas. Yo creo en el cine como otro espacio para cruzar al otro lado y acercarnos a aquello que nos es ajeno. Y sí, me gusta pensar que el cine es algo muy trans. Luego, aparte, también pienso en los tiempos que corren y cómo quizás la etiqueta, por muy reduccionista que sea, puede visibilizar temas y debates, y puede hacer llegar esta historia a las personas que necesiten escucharla.
«Creo en el cine como otro espacio para cruzar al otro lado y acercarnos a aquello que nos es ajeno. Y sí, me gusta pensar que el cine es algo muy trans»
¿Cómo trabajó con Sofía Otero sobre este personaje en transición (de género, pero también de edad, siendo preadolescente)?
Sofía es una niña tremendamente inteligente y con una riqueza empática espectacular. Ha sido un placer trabajar con ella. Al principio dudábamos, porque pensábamos que trabajar con una niña trans nos validaba de alguna forma, pero, a la vez, no nos parecía congruente descartar a un menor por su identidad y sexualidad… Al final, lo que necesitábamos era a una buena actriz, porque este es un papel que requiere que transites muchos estados emocionales y muchas cualidades distintas, y para hacer eso se necesita estar preparado. Más allá de eso, importaba poco si era una niña cis o trans. Lo que yo no quería, eso sí, era a un niño que hiciera el papel de una niña, es decir, que trabajara con códigos que no eran propios de su educación de género. Al contrario, con Sofía mi acercamiento era siempre de la sencillez de un ‘tú imagínate que nadie te ve como lo que eres’. Luego, también empleamos el cambio de nombres para iluminar su tránsito y planteamos, por ejemplo, unos espacios de seguridad muy marcados (la casa de la amiga, la granja de la tía abuela) donde ella podía soltarse. E ilustramos este viaje con el euskera, que ella domina y que va alternando con el castellano con mucha naturalidad. No sé si sabes que el euskera tiene un montón de sustantivos que omiten el género…
¡Pero qué fantasía!
Tanto el nombre de Cocó como el propio carácter del euskera como idioma con muchos sustantivos no genéricos, durante la película, le permiten ir dando pasitos que la alejan de lo masculino, hasta poder referirse a sí misma en femenino. Después, el trabajo con Sofía ha sido todo cosa de ensayar mucho, sin leer el guion una sola vez. De hecho, tampoco dejamos leer el guion a los padres de ella, para que no tomaran una posición de juicio hacia lo que estaba viviendo el personaje de su hija. En este sentido, estoy súper agradecida por la confianza que han tenido con el proyecto.
Sobre las mujeres de la familia: yo pensaba que, siguiendo la fórmula realista del último cine indie estatal, nos encontraríamos con un reparto de no profesionales con los que trabajar… Sin embargo, ahí están Patricia López Arnaiz o Ane Gabarain, a quienes la gente reconoce.
La verdad es que al principio yo también quería fichar a una actriz que no fuera conocida justo para que el público tuviera la misma sensación que tengo cuando veo cine latinoamericano, siempre lleno de personas pero nunca de actores. Al mismo tiempo, la madre es un papel muy complicado, con muchísimas escenas que han quedado fuera del montaje y que desarrollaban aspectos secundarios de su conflicto. Es un reto para cualquiera. Así que, por mucho que me obstinara a que su personaje fuera alguien no reconocible, al final hicimos una prueba con Patricia y su lectura fue tan buena que nos resultó imposible renunciar a ella. Pasó igual que con Sofía: cuando encuentras a alguien con quien tienes un canal de comunicación limpio y enriquecedor, esa es la única prueba que necesito para rendirme a sus pies.