Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión
Elkarrizketa
Víctor Santos
Autor del cómic ‘Fahrenheit 451’

«La vigencia del ‘Fahrenheit 451’ de Bradbury es abrumadora»

Víctor Santos está considerado como un maestro del género negro. Firmante de la serie ‘Polar’, este valenciano afincado en Bilbo acaba de publicar su nuevo trabajo, la adaptación en clave de viñetas de la magistral novela de ciencia ficción de Ray Bradbury ‘Fahrenheit 451’.

Víctor Santos está considerado un maestro del género negro. Está afincado en Bilbo.
Víctor Santos está considerado un maestro del género negro. Está afincado en Bilbo. (Fotografía cedida por VICTOR SANTOS)

Víctor Santos figura entre los dibujantes más destacados del panorama internacionald el cómic. Nominado a varios premios Eisner y Harvey, es creador y co-autor de novelas gráficas tan relevantes como ‘Filthy Rich’, ‘Rashomon’, ‘Bad Girls’, ‘Against Hope’ o ‘Violent Love’ y autor en solitario de la cuadrilogía ‘Polar’, publicada por la editorial Dark Horse y adaptada en formato largometraje por Netflix con Mads Mikkelsen y Vanessa Hudgens en los roles protagonistas.

Nacido en Valencia en 1977 y afincado en Bilbo desde comienzos del 2000, Santos explica a NAIZ que «me trasladé por cuestiones sentimentales y la verdad es que la ciudad y su entorno me encantan. En cierto modo me recuerda a Valencia, porque no es una megalópolis de esas que te abruman, todo es cercano y me encuentro muy cómodo y feliz. Siempre me han hablado del Bilbao de los 80, esa urbe sumida en humo y lluvia constante, tipo ‘Blade Runner’, yo pertenezco a esa generación que la ha conocido bajo otra fisonomía».

«La idea de quemar un libro es terrible. Ni siquiera el ‘Mein Kampf’ merece el fuego. Ni la Biblia, el Corán o la Torá, en cuyo nombre se hacen muchas salvajadas»

Su nuevo reto en clave de viñetas ha sido la adaptación de ‘Fahrenheit 451’ (Planeta Cómic), de Ray Bradbury, una de las obras cumbre de la literatura de ciencia ficción. En ella nos topamos con Guy Montag, un bombero de un futuro distópico cuya misión es quemar libros, que están prohibidos por ser causa de discordia y sufrimiento. Todo cambiará cuando conozca a una enigmática muchacha que le demostrará que la vida existe más allá de las pantallas y la tecnología. De todo ello surgirán en el protagonista preguntas que plantean ¿por qué son tan peligrosos los libros? y ¿por qué hay gente dispuesta a sacrificarse por ellos?

¿Cómo se embarcó en este proyecto?

El editor David Hernando se puso en contacto conmigo para saber si estaría interesado en realizar una adaptación de ‘Fahrenheit 451’. Tenían todos los permisos de la familia de Ray Bradbury y, a pesar de que soy un autor relacionado con el género negro, desde Planeta Cómic habían pensado que mi estilo se adaptaba bien al original literario. Al principio me lo comentaron sin excesivo énfasis, porque pensaban que igual yo no estaría por la labor de realizarlo, pero cuando les confesé que Bradbury es uno de mis autores favoritos y que he leído en repetidas ocasiones su ‘Fahrenheit 451’, les dije que sí al instante. Lo cierto es que fue un reto interesante, suponía la primera vez que realizaba una adaptación de estas características y, además, se trataba de una novela de un autor al que admiro mucho. Todo confluyó para que me embarcara en este proyecto.

¿Cada vez quedan menos distopías?

Esa sensación la mantuve durante los tiempos más duros de la pandemia (sonríe). No sé si en realidad quedan menos o si cada vez se van cumpliendo más. Es una sensación extraña. Durante el confinamiento me dediqué a repasar algunos autores a los que admiro profundamente y entre ellos estaba Philip K. Dick. En aquellos días de encierro tenía la sensación de estar siendo partícipe de una historia que ya había sido novelada. En el caso de Bradbury, se puede decir que lo que nos legó en su obra es de plena vigencia. Cuando escribió ‘Fahrenheit 451’, en Estados Unidos se había desatado la ‘Caza de Brujas’ espoleada por el senador Joseph McCarthy.

Supongo que Bradbury se asustó ante semejante situación y quiso, al igual que George Orwell, realizar una advertencia sobre los terrores que conlleva el totalitarismo. Es curioso, porque hoy en día la lectura de ‘Fahrenheit 451’ está prohibida en colegios y no hablo de colegios de Corea del Norte o de China o de cualquier otro lugar que siempre se asocia con la falta de derechos, sino de Estados Unidos; un país en el que se siguen quemando libros. Otras de las cuestiones interesantes que aborda ‘Fahrenheit 451’ es que un intento por acabar con cualquier fuente intelectual provoca que nuestras relaciones sean mucho más superficiales y adocenadas.

Hoy en día, en una sociedad que está supuestamente más comunicada que nunca, descubrimos que estamos mucho más desactivados del contexto humano y social de nuestras interrelaciones más básicas. Bradbury escribe obras en clave de cuento en las que la excusa es la tecnología, pero lo que realmente siempre le importó fue su impacto en el ser humano. A pesar de haberla escrito en 1953, ‘Fahrenheit 451’ tiene una vigencia abrumadora.

En su versión ha añadido algunas cuestiones que no aparecen en el libro.

He tenido plena libertad para desarrollarlo. Tenía el permiso de la editorial y de la propia familia de Bradbury, a  la que envié diferentes ideas y viñetas y a las que dieron su aprobación. Básicamente son cuestiones relacionadas con reforzar mi visión de la atemporalidad. Por ejemplo, la estética podría asemejarse a la de los años 50 en Estados Unidos, una época que siempre se ha considerado como el sumun del llamado ‘sueño americano’ que sufriría su doloroso gran despertar en la década siguiente. Visualmente es una época muy atractiva por sus vestuarios, sus diseños domésticos y arquitectónicos. A ello le añadí elementos cercanos a nuestros días, como pueden ser las tablets y demás cuestiones tecnológicas.

En esta cuestión también tuve presente que Bradbury no nos advertía de los males de la televisión, sino –y al igual que hace con los libros– de quienes lo dirigen todo. Son solo herramientas que en manos equivocadas pueden provocar grandes males. En el caso de Bradbury, la televisión es algo evidente que he querido reforzar a través de mis viñetas.

En ese sentido, creo que Bradbury fue un autor que otorgaba muchas libertades al lector. Sobre todo en lo relativo a imaginar contextos.

Así es. No es un escritor especialmente obsesionado con las descripciones, lo cual otorga un punto más a su atemporalidad. Aporta detalles pero su fijación es el conjunto de lo que quiere contar, el mensaje. En ese sentido, es un autor brillante. Uno de mis quebraderos de cabeza fue el diseño del traje de los bomberos y aposté por un híbrido que no se asemejara al uniforme que ya se había visto tanto en la versión cinematográfica de Truffaut como en la serie de televisión.

En realidad, no tenía una visión clara de estos referentes. La serie no la vi y con la película de Truffaut tenía mis dudas. Tenía fija en la retina alguna secuencia pero no todo el conjunto. Al final, descubrí que la había visto en mi etapa de colegio, cuando un profesor de Ética nos dijo que la vieramos cuando la emitieron en La 2. Pero de manera involuntaria, no tenía un referente claro lo que me abrió un gran abanico de posibilidades.

Otra cuestión interesante es su arquitectura: viñetas, color...

Soy muy afín al blanco y negro porque aporta un punto de intimidad muy básico que me permite conectar de manera mucho más sencilla y básica con el lector. Cuando entra a escena el color, como en este caso, su efecto es muy potente pero también peligroso porque hay que saber medirlo y dosificarlo. En el caso de esta obra, me he servido de una paleta de tonos muy calmados, poco estridentes y casi irreales, afines al contexto que te he mencionado antes de los años 50. Los colores se vuelven más apagados cuando quiero transmitir esa sensación de opresión social en la que se desarrolla la trama.

Lo mismo ocurre con la arquitectura de las viñetas; a veces se siente la distancia entre los personajes, la angustia de verse encerrados en espacios muy limitados o la sensación de bocanada de aire fresco cuando gozan de una amplitud y perspectiva mucho más abierta. Son pequeños detalles o ‘juegos’ destinados a reforzar el mensaje y que creo que son captados, no sé si por el subconsciente o de forma mucho más directa, por el lector. Otro aspecto en el que quise incidir fue en la apariencia del propio fuego, un personaje más que se revela como una especie de ente. No es un fuego dibujado a la manera clásica, es algo dinámico, abstracto y cargado de simbolismo.

¿Qué sintió cuando Netflix adaptó ‘Polar’?

Primero, alegría; después, mi productor me dijo que calma, que son muchos los proyectos que se anuncian y pocos los que se realizan. Hasta se anunció que Silvester Stallone sería el protagonista. Por fortuna, fue Mike Mikkelsen, quien, además, es uno de mis actores favoritos. Le encantan los cómics y se implicó muchísimo. Asumió también el rol de productor ejecutivo. Ahora se está desarrollando su secuela.