Amaia  U. Lasagabaster
Kazetaria, kirol informazioan espezializatua / Periodista, especializada en información deportiva

Respuestas, silencio, maquillaje

Las reclamaciones de una mayor inversión y un mejor trato a las selecciones femeninas crecen a cuatro meses del Mundial. En Canadá se ha llegado a un principio de acuerdo, España jugará el Mundial sin quince de sus mejores jugadoras.

La selección canadiense, con el mensaje «Enough is enough» en las camisetas, posa antes de un amistoso con Japón en la última She Believes Cup.
La selección canadiense, con el mensaje «Enough is enough» en las camisetas, posa antes de un amistoso con Japón en la última She Believes Cup. (Sam Hodde | AFP)

«Niñata». Se ha convertido en un comodín recurrente del odiador profesional, del que no se libran las futbolistas. Quizá ha llegado el momento de tomárselo como un halago porque las «niñatas», parafraseando a Mariano Rajoy, hacen cosas. Y empiezan a hartarse de que no se les reconozcan o, en los casos más extremos, ni siquiera se les permitan.

Hace ya también algún tiempo que han decidido denunciarlo a viva voz, en un coro que va multiplicándose. A veces obtienen respuesta, otras se encuentran con un muro y en ocasiones se les intenta calmar con medidas más cosméticas que efectivas. Pero las niñatas no se rinden y, también cada vez más, superan sus miedos –mucho más meritorio que no tenerlos–, poniendo en riesgo sus carreras deportivas por defender sus derechos. ¿Alguien se imagina a un puñado de internacionales, alguna selección, renunciando a un Mundial en protesta por el nulo respeto a los derechos humanos en el país organizador? Difícil, teniendo en cuenta que en el de Qatar ni siquiera se atrevieron a lucir brazaletes con la bandera arcoíris, no fueran a ganarse una tarjeta.

Bien, pues en 2017 Ada Hegerberg, con el Balón de Oro bajo el brazo, renunció a su selección en protesta por el trato discriminatorio de la Federación con las internacionales, lo que le supuso seguir el Mundial de Francia por televisión. Wendie Renard está dispuesta a perderse el del próximo verano, que por edad podría ser el último de su carrera, cansada de las condiciones en las que trabaja la selección francesa. Y lo mismo sucede con las quince internacionales por España que pelean por la mejora de un sistema de trabajo que a día de hoy no les permite desarrollar su potencial, lo que les puede dejar fuera del Mundial de Australia y Nueva Zelanda y las posteriores citas internacionales.

Hace casi cuatro años, a nivel de clubes, las futbolistas de Primera ya habían llegado a realizar una huelga que acabó resultando definitiva para la firma del histórico convenio colectivo. Más recientemente, Tiane Endler, una de las mejores guardametas del mundo, también ha denunciado la escasa implicación de la Federación chilena con las selecciones femeninas y en Canadá han sido todas las futbolistas, a través de su sindicato, las que se han plantado ante el trato discriminatorio y la escasa implicación de su Federación con el equipo que consiguió el oro olímpico en Tokio y sus categorías inferiores. Antes, y ahora, han sido otras muchas, menos conocidas y sabiendo por ello mismo que su decisión les podía condenar incluso al abandono del fútbol, las que han dicho basta por sus pésimas condiciones de trabajo, las promesas incumplidas o, en el peor y nada inhabitual de los casos, la violencia sexual, tanto verbal como física.

Algunos litigios han acabado en los juzgados, como puede suceder en Escocia, donde las futbolistas estudian denunciar a su Federación, o ya pasó en Estados Unidos. Porque de las penurias no se libra ni la mejor selección de la historia, con un palmarés tan brillante como inexistente es el de su homóloga masculina, y que, sin embargo, ha necesitado años de lucha para conseguir el «equal pay» que se convirtió, posiblemente, en el cántico más coreado por la grada en el último Mundial. Ese camino ya lo han recorrido otras selecciones como Noruega, Países Bajos, Nueva Zelanda, Australia, Brasil, Finlandia o, muy recientemente, Gales.

La equiparación salarial –una reclamación a la que se han sumado los internacionales en muchos países hasta el punto de renunciar a parte de su sueldo cerrar la brecha–, siendo una reivindicación habitual, no es la única por la que pelean las futbolistas. La principal, de hecho, incide también en la inversión económica pero no tanto destinada a los sueldos de las jugadoras como a la mejora de sus condiciones de trabajo. Es la denuncia que realizaban las internacionales canadienses recientemente, comparando por ejemplo el programa de preparación para el Mundial que desarrolló su Federación el año pasado para los hombres y el mucho más modesto, casi inexistente, que había diseñado para ellas en los meses previos a la misma cita en categoría femenina. También la reclamación de las quince internacionales por España, cuyas aspiraciones deportivas chocan con el escaso interés real de la Federación. O las de Wendie Renard, por seguir con los casos más recientes, que renuciaba a la selección por no poder «apoyar más el sistema actual, muy alejado de las exigencias por el deporte de alto nivel», en un comunicado que se vio secundado por el apoyo de muchas compañeras.

Palo y zanahoria

Lamentablemente, las reivindicaciones no siempre obtienen respuesta, que además en algunos casos apenas pasa del gesto publicitario. En Canadá, como antes sucedió en otros países, sí se ha llegado a un principio de acuerdo para la equiparación salarial y de inversiones. Aunque para eso ha hecho falta un plante de las internacionales y la dimisión del presidente de la Federación, que había llegado a amenazar a la selección con la petición de multas millonarias en los juzgados de haber consumado la huelga que había convocado. En Chile y Francia, donde también ha habido movimientos estas últimas semanas, las destituciones se llevan los titulares pero no acaban con las dudas. Es complicado creer en el propósito de enmienda de los dirigentes sudamericanos, que saldaron la eliminación en la repesca mundialista con el adiós de José Letelier pero que, tal y como denunciaba Endler, no parecen tener tanta prisa en promover los cambios estructurales que necesita el fútbol femenino en el país. O que acaba de aprobar, tras meses de espera, las bases de la Liga de 2023, que ya debería estar en marcha y que está muy lejos de asegurar la profesionalización de las futbolistas, pese a que fue la primera ley promovida por el gobierno de Gabriel Boric tras su llegada al poder hace exactamente un año.

Corinne Diacre durante un entrenamiento de la selección francesa, que ya no dirige. Franck Fife/AFP

En la Federación francesa, no es fácil saber qué habría pasado si Noel Le Graet no hubiera estado sentenciado antes de la denuncia de Wendie Renard. Porque si bien es cierto que las críticas no habían sido tan contundentes hasta ahora, las polémicas de Corinne Diacre con la futbolistas vienen prácticamente desde que accedió al cargo pero siempre había estado respaldada por el presidente, ajeno a cualquier crítica referente a su entrenadora. Una vez fuera de la institución Le Graet, a Diacre también le han enviado a casa, reconociendo su implicación pero censurando sus métodos. Además, con Mundial este año y Juegos Olímpicos el próximo, los nuevos dirigentes se han comprometido con el mejor desarrollo del fútbol femenino. Pero también han advertido a las futbolistas que las críticas a través de redes sociales «no se consideran aceptables» en el futuro, sin aclarar si éstas tenían otra alternativa para hacer que sus voces se oyeran.

En la Federación española ni siquiera han recurrido al palo y la zanahoria y directamente han condenado al ostracismo a cualquier voz discordante. Las internacionales tampoco han contado con el apoyo público de sus compañeros de profesión y en los medios de comunicación han sido más los que han recurrido al, sí, «niñatas» que los que se han molestado en intentar entender la historia y trasladársela a la opinión pública. Todo ello, posiblemente, resultado de un machismo imposible de desterrar, al hecho de que en el fútbol español todo está supeditado a la guerra Federación-Liga, o directamente Rubiales-Tebas, y el fútbol femenino sea uno de sus muchos rehenes, y a la evidencia de que el cacareado interés en el fútbol femenino se queda en la fotografía y en la conveniencia del momento en muchos casos; por ejemplo en el de la RFEF y las instituciones públicas que dirigen el deporte, CSD y Ministerio de Cultura y Deporte. La cuestión es que medio año después de que estallara el caso, la petición de las internacionales de que se realizaran cambios estructurales que posibilitaran el mejor desempeño de las selecciones, las quince, junto a la excapitana Irene Paredes, no han vuelto a ser convocadas, tampoco citadas para intentar reconducir la situación, posiblemente se perderán el Mundial, y nada ha cambiado en el sistema de trabajo de la Federación española, donde Jorge Vilda sigue ejerciendo de seleccionador y director técnico. Y no se vislumbra el día en que se dignen, al menos, a escuchar a las niñatas.