​La estadounidense Chloe Okuno es un ejemplo de mujer que se está ganando la profesionalidad en el cine a pulso, porque ha empezado con pocos recursos hasta conseguir darse a conocer para aprovechar las oportunidades que le empiezan a llegar. El primer paso fue llamar la atención de los festivales locales con su premiado cortometraje ‘Slut’ (2014), y así pudo participar en el largometraje colectivo ‘V/H/S/94’ (2021), haciéndose un sitio en el género de terror.

Con su ópera prima en solitario ‘Watcher’ (2022) se ha presentado en el festival de Sundance, y las buenas críticas le han valido un contrato con Netflix para rodar una nueva entrega de la serie ‘Fear Street’, basada en las novelas de R. L. Stine, con lo que se puede decir que ya ha logrado entrar en la industria del entretenimiento.

Con su primer largometraje no ha pretendido inventar nada nuevo en el thriller psicológico que no hayan hecho Polanski o Hitchcock antes, pero el interés reside en que aporta una óptica feminista al género, y eso ya marca una diferencia, a la vez que supone una declaración de intenciones.

Además, Chloe Okuno ofrece una clase práctica de cómo optimizar los medios disponibles, con una producción barata rodada en Rumanía. Para ello ha manejado muy pocos elementos, tanto de personajes como de localizaciones, suficientes para manejar el suspense y demostrar que no hace falta mucho atrezzo para mantener en vilo a la audiencia. Digamos que se trata de una estupenda tarjeta de presentación en la que exhibe su dominio del oficio.

La intriga se sostiene de principio a fin gracias a la presencia en primer plano de la actriz Maika Monroe, que sigue un convincente proceso de la víctima que evoluciona y se empodera mediante la venganza. Julia viaja con su novio a Bucarest, de donde él es originario y ha encontrado un trabajo. No conoce el idioma y se siente aislada y proclive a las paranoias, como la de alguien que la vigila amenazante desde la ventana de enfrente.