«Cuando todo es sostenible, nada lo es, hay que cambiar de brújula»
Ambientólogo, divulgador e impulsor de la conversación climática, Andreu Escrivà (València, 1983) publica ‘Contra la sostenibilidad’ (Arpa), donde presenta una enmienda al enfoque adoptado ante la crisis ecosocial e invita a buscar nuevas palabras que ayuden a encontrar un camino que no será fácil.
Mantiene que la sostenibilidad no nos sirve como brújula para navegar la emergencia climática. ¿Por qué?
Es evidente que no estamos haciendo lo suficiente ante la emergencia climática, pero al mismo tiempo, se nos dice que prácticamente todo lo que nos rodea se está intentando hacer de forma sostenible, desde el supermercado hasta el banco, pasando por el concesionario y la tienda de ropa. Esta banalización ha vaciado la palabra de contenido, porque cuando todo es sostenible, nada lo es. De hecho, no solo no impugna el modelo de desarrollo capitalista, profundamente insostenible, sino que lo intenta sostener. Es como una brújula que indica el norte en todas las direcciones.
¿Cómo desvincular la sostenibilidad o la prosperidad del crecimiento del PIB?
El martillo y el escoplo que nos tienen que permitir separarlo va a ser el tiempo, su gestión y su reconquista. Es el arma más poderosa que tenemos para separar crecimiento y bienestar. Hace tiempo que decimos que las ciudades son ‘matapersonas’ por la contaminación atmosférica; hay que quitar coches y recuperar espacio público, es algo que va contra el crecimiento económico y quizá llegaremos más tarde a algún lugar, pero mejora la salud y mejora el bienestar. Es solo un ejemplo, pero sirve para entenderlo.
Habla, en cierto modo, de decrecimiento. Sin embargo, descarta que esta palabra sirva para sustituir el paraguas de la sostenibilidad. ¿Por qué?
Más que descartarlo, lo cuestiono, porque hay una corriente de pensamiento que lo sitúa como la panacea. Se dice: la solución es el decrecimiento y ya está, pero existe el riesgo de convertirlo en otra banalidad. Hay que articular política y socialmente ese decrecimiento, y para eso hace falta una labor comunicativa.
Para mí, el decrecimiento expresa muy bien a nivel teórico la necesidad de reducir el uso de materiales y energías desde una perspectiva democrática y de justicia social. Pero hay que asumir la realidad: es una palabra nefasta para hablar de todo esto. ¿Por qué? Porque remite a la idea de menos, de abajo, de recesión, de pérdida de derechos, bienestar, calidad de vida, etc.
En el informe de síntesis del IPCC se habla de suficiencia. ¿Qué le parece?
El IPCC está hablando, de una forma u otra, de decrecimiento. Sabe que es un término que polariza mucho, pero cuando se habla de suficiencia está diciendo eso. Ahora, es importante que no quede en un informe técnico, hay que explicar que cuando el IPCC habla de suficiencia, lo que quiere decir es una reducción planificada del consumo de materiales y energía de los países ricos, y con foco en el bienestar humano. Eso es la suficiencia.
¿Cómo hacer para que la defensa del empleo industrial no se convierta en la excusa para retrasar decisiones?
Es aquello de lograr un sistema que haga compatible llegar a fin de mes con llegar a fin de siglo. Lo que hay que preservar y mejorar son las condiciones de vida. Pero tenemos que asumir que va a haber industrias que, igual que ha ocurrido en otros momentos, van a tener que reconvertirse o desaparecer. Cuesta, porque tenemos la industria como algo bueno, también simbólicamente. Pero esa transición va a venir y no hay que idealizarla. Lo que tenemos que hacer es luchar para que sea justa para las clases trabajadoras. Y hacer una reflexión sobre el significado del trabajo.
Otra de las críticas: una cosa es sostenible o no lo es. Prefiere términos más graduales.
Sí, porque la realidad es muy compleja. Por ejemplo, del decrecimiento me gusta que es gradual, puedes decrecer mucho o poco, sin embargo, estrictamente, algo es sostenible o no lo es. Tenemos que buscar ideas graduales, porque nos van a dar también una sensación de progreso. El problema es que si pensamos que solo nos sirve una impugnación radical inmediata, mucha gente percibe que es imposible, porque la correlación de fuerzas te indica que así es. No vamos a derrocar el capitalismo de la noche a la mañana para dar paso a un comunismo democrático planificado basado en lo comunal.
En el libro insiste en que no es lo mismo transición energética que transición climática. ¿A qué nos referimos con cada una de ellas?
¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Nos pegamos el día hablando de transición climática o ecológica, cuando hablamos únicamente de transición energética. Y dentro de ella, solo del cambio de fósiles por renovables. Esta transición hay que darla, pero lleva aparejada muchas más cuestiones, como la gobernanza democrática o la pobreza energética. ¿Quién va a producir esa energía? ¿Quién se va a beneficiar? Hay cuestiones nucleares que se están dejando de lado. Y hay que ir con cuidado para que las mismas empresas que nos venden combustibles fósiles o electricidad generada a través de gas natural no sean las que sigan controlándolo todo. Porque si es así, habremos cambiado el enchufe, pero no habremos hecho una transición energética real. Esta implica esquemas de producción y consumo de energía basados en la cercanía, que dejen capacidad de decisión sobre aquello que se produce, demanda y consume en un territorio.
Y luego, hay que tener en cuenta que con la transición energética no basta. Tenemos una crisis de biodiversidad gravísima, igual o más grave que la climática, tenemos un problema mundial con los plásticos, problemas de contaminación, de salud, de desigualdad, de usos del territorio, de sistema alimentario, de comercio global, problemas con los océanos, los grandes olvidados… tenemos una serie enorme de cuestiones que nos hablan de esta crisis ambiental global que nos obliga a una transición ecológica.
Es más fácil hablar solo de transición energética, porque se puede cuantificar, se le pueden poner números, y la transición ecológica es más difícil de cuantificar. Pero este reduccionismo nos lleva a pensar que lo único que tenemos que hacer para ser sostenibles es cambiar la energía que alimenta nuestros coches, nuestras fábricas y nuestras casas. Y no es así.
Dentro de la transición energética, por lo tanto, ¿es lo mismo un parque eólico que se limita a verter la energía generada en la red general para obtener dinero que un parque planteado con un esquema de copropiedad que implica al tejido productivo del territorio?
Yo creo que no. Como científico ambiental, si el parque es el mismo, la afectación es evidentemente igual. Pero la legitimidad democrática que tiene un proyecto frente a otro es lo que marca la diferencia, para mí. Vamos a tener que tomar decisiones difíciles, por lo que hay que huir de análisis simplistas. A veces optaremos por poner placas de sol a costa del territorio y a veces optaremos por preservar el territorio, con las consecuencias energéticas que eso tendrá. Lo que no puede ser es que se impongan proyectos con el territorio y las instituciones locales en contra, como ocurre a menudo. Pero esta transición nos va a obligar a tomar decisiones incómodas y difíciles, porque no hay solución mágica ni botón mágico.
La oposición a los parques eólicos no parece muy dispuesta tampoco a entrar en matices.
Tradicionalmente, el ecologismo ha tenido la misión de preservar el territorio, y menos mal que lo ha hecho. En los últimos años, sin embargo, hay gente que ha llegado al ecologismo desde la cuestión climática. Hasta ahora han convivido estas dos tradiciones, pero cuando se ha abierto el melón y se ha puesto encima de la mesa la implantación de renovables se ha visto que el ecologismo no es homogéneo. Y no tiene por qué serlo, pero a mí me preocupa bastante dónde nos llevan algunos debates y espero que acertemos a dar un debate serio y productivo.
Hay una cuestión delicada en este debate y es que la crisis climática es más bestia que cualquier otra cosa. Si no frenamos la crisis climática, no va a haber territorio que preservar, por decirlo rápido. Pero claro, aquí y ahora, la pérdida medioambiental o agrícola que implican las renovables en algunos casos es mayor que los beneficios en el corto plazo. Hemos perdido muchísimo tiempo. Con 15 o 20 años por delante, todo podría hacerse mejor, pero no se quiso o no se acertó a hacerlo. Eso no significa que no haya que hacerlo ahora. No porque sea muy difícil hay que dejarlo en manos de las grandes empresas, no se puede renunciar a hacer esta transición de forma democrática y comunitaria.