En enero de 2021, en aquel desangelado fútbol pandémico, Pablo Ibáñez iba a jugar un Mutilvera-Calahorra cuando recibió una llamada de Tajonar. Osasuna había prescindido de él en juveniles, y tras pasar dos etapas por el club de Mutiloa y una intermedia en el San Juan (a caballo entre Segunda B y Tercera), ya con 22 años, la suya parecía la típica carrera destinada a ir diluyendose hasta concluir sin pena ni gloria.
Para cualquiera menos para Pablo, que nunca perdió la fe en sus posibilidades. Y tampoco la capacidad de aportar un poco de todo y en todas las zonas del campo; de la defensa al pivote, del pivote a la llegada al área.
Apenas dos años y tres meses después de aquello, en el minuto 116 de una semifinal copera, ante 51.000 espectadores en San Mamés y las televisiones de todo el mundo en directo, Ibáñez ha acomodado el cuerpo con la misma tranquilidad que tenía en Mutilnova para poner el balón en la red y a Osasuna en la final copera.
¿Pablo qué? Su nombre y apellido saltaron a trending topic a medianoche. Hasta ahora evocaban más a un central del Atlético de Madrid de principios de siglo que a un centrocampista rojillo de 2023. Algunos preguntaban en las redes si acaso es hijo de Iñaki Ibáñez, el exjugador y delegado del club.
No. Hablamos de Pablo Ibáñez Lumbreras, 24 años, 1,79 de altura, nacido en Iruñea, de madre ribera (de Valtierra), estudiante de INEF, apasionado del fútbol hasta el punto de estudiar ya para entrenador, hermano de Irati (jugadora de basket), un todoterreno, un chaval sencillo y, desde esta noche pasada, un héroe rojillo.
La historia de Ibáñez es la del partido de San Mamés, la del «Osasuna nunca se rinde», la de las ventanas de oportunidad de los pequeños, la del tesón
Su historia ha sido la del partido de San Mamés, la del «Osasuna nunca se rinde», la de la importancia de las ventanas de oportunidad para los pequeños, la del tesón, la de la supervivencia. En su «descenso a los infiernos» de las categorías regionales debió estar muy presente la tentación de dejarse llevar, igual que a su equipo este martes cuando encajó el 1-0 aún en la primera parte de la caldera de San Mamés o cuando afrontaba en la prórroga su córner número 18 sin haber lanzado ni uno. No se vino abajo. Y este es el premio.
Cuando en la entrevista postpartido ha dicho que «hemos sufrido como perros», Pablo Ibáñez Lumbreras sabía de qué hablaba. De 120 minutos, sí, pero también de seis años de tocar fondo y resurgir, de dar pasos atrás que acabarían cogiendo impulso, de la nada al todo.
Y tras tanta fe suele haber una estrella. Está claro que Pablo Ibáñez la tiene. Su retorno a Tajonar en invierno de 2020-21 se vio favorecido por una lesión de Facundo Roncaglia que generó un efecto dominó; Jorge Herrando pasó a entrenar con el primer equipo y a él lo repescó el Promesas, en principio como central. Un retorno así no es nada habitual a los 22 años, pero Ibáñez no dejó que pasara la oportunidad. Se recicló a centrocampista. El equipo subió a Primera RFEF con él como soporte invisible, y quienes entienden de esto vieron en él un aspirante al primer equipo, al que llegó en verano sin meter ruido y ya casi con 24 años aprovechando la ausencia de Oier; palabras mayores.
Tras tanta fe suele haber una estrella; la lesión de Roncaglia, el gol de medio campo al Burgos, hasta llegar a esto de San Mamés
Ya en pretemporada hizo un gol desde medio campo en Tajonar en un amistoso contra el Burgos; más estrella. Aquello mostró a quienes no le conocían que además de talento táctico y esfuerzo físico tenía los detalles técnicos que se exigen a un jugador de Primera.
La temporada empezó cuesta arriba por las altas prestaciones del triángulo Torró-Moi-Aimar. Nada nuevo para Pablo; tocaba esperar, no desesperar. Cuando pasado el Mundial llegó la Copa y empezaron las rotaciones, Ibáñez comenzó a entrar en los onces, sobre todo fuera de casa, en lo más ingrato, haciendo lo que sabe, chico para todo. Casualidades de la vida, o no, Jagoba Arrasate lo citó como ejemplo de superación en la rueda de prensa de la víspera de la semifinales. Y así ha llegado la estrella mayor; un primer gol oficial con Osasuna que abre las puertas de la Cartuja.
Ha sido un 4 de abril, como en la canción de la escalera presanferminera. La final no se juega el 5 de mayo, pero sí el 6. Se gane o se pierda, Ibáñez ya ha prendido el txupinazo. Y quizás él piense que es una mera casualidad, así se le entendió ante las cámaras, pero cuando uno lleva la mecha siempre encendida a veces ocurren estas cosas.
🤯 La que has liado... pic.twitter.com/diA2mrOENv
— C. A. OSASUNA (@Osasuna) April 4, 2023