«El público sale de ‘Altsasu’ con ganas de debatir. Para eso sirve el teatro»
María Goiricelaya es una de las dramaturgas y directoras más interesantes del panorama actual. Por eso su compañía, La Dramática Errante, ha optado como finalista a cuatro de los apartados principales de los Max por ‘Altsasu’ –mira que estaba complicado– y ‘Yerma’, y se ha traído uno a casa.
La estatuilla del premio Max de la SGAE a la Mejor Adaptación o Versión Teatral pesa, damos fe. Tampoco es nada fácil de conseguir, la competencia es muy dura, aunque el sector teatral vasco este año ha pegado fuerte. En la Gran Vía bilbaina, el Max va de mano en mano, convertido en la estrella de los primeros momentos de esta cita, que tiene lugar en la céntrica sala BBK. María Goiricelaya (Bilbo, 1983) es la programadora artística de esta pequeña sala, que produjo precisamente su versión «sin una línea de Lorca» de una ‘Yerma’ intensa a la que la actriz Ane Pikaza pone fuerza y entrañas.
La suya es una Yerma contemporánea que, tras priorizar su carrera como artista plástica –Pikaza es también ilustradora–, cuando intenta quedarse embarazada no puede. Ahí hay muchas capas, muchos sustratos de los que no se habla: el negocio alrededor de la maternidad, la infertilidad como foco de culpabilidad... Por cierto, que ahora están trabajando el guion para la versión cinematográfica de esta ‘Yerma’ que proyecta Lara Izagirre (‘Otoño sin Berlín’ y ‘Nora’, como directora; ‘20.000 especies de abejas’, como productora) y esperan empezar a rodar el 2024.
Ane Pikaza es la otra ‘madre’ de La Dramática Errante, la compañía teatral que ambas montaron tras la pandemia, en 2021. Juntas codirigen también el Festival de Teatro de Olite. «Una compañía independiente vasca, liderada por dos mujeres y muy joven», reflexiona María, ha conseguido llamar la atención de la crítica y el público con dos obras nada fáciles: ‘Yerma’ y ‘Altsasu’, este último un estudio teatral estrenado en 2021 sobre la desproporción judicial del denominado ‘caso Altsasu’, un trabajo sobre el conflicto vasco que incomoda, remueve, provoca discusiones y que les ha valido peticiones de prohibición del PP y hasta peticiones de perdón posteriores, tras ganar el Max, de algún crítico de un medio de derechas.
«Se extrañaban de que dos chicas jóvenes hayan contado el ‘caso Altsasu’. ¿Y qué esperábais: Cenicienta?»
Teatro, conflicto, memoria, género, muerte digna... A sus 40 años, a María Goiricelaya le andan dando vueltas en la cabeza muchas cosas: ‘Nevenka’, el montaje que ha escrito y dirigido para los granadinos Histrión Teatro sobre el famoso caso de acoso sexual en la política, ha pasado este fin de señana por el Teatro Arriaga. Mientras trabaja sobre otro texto sobre los cuidados paliativos. Y hablando de vida, ‘Altsasu’ tendrá una segunda vida tras los Max, porque en julio llega al festival catalán Grec y al madrileño Teatro la Abadía, en enero.
Licenciada en Comunicación Audiovisual en Leioa, formación con másters en artes escénicas en Inglaterra, Rumanía y Estado francés... me ha sorprendido encontrar en su curriculum un máster sobre teatro musical, que a mí también me gusta mucho. Sin embargo, ha optado por un camino que no tiene nada que ver con el puro entretenimiento, más en la línea del teatro social.
Estudié en Londres un master de teatro musical en la Royal Central School of Speech & Drama. Me encantaba cantar y los musicales pero, claro, cuando vas a una escuela como esta, que es la élite en el Reino Unido, el musical es negocio puro y duro, y son muy honestos contigo y con tus posibilidades. A mí me lo dejaron diáfano. Mi tutor me dijo: «María, si te quedas en Londres, por tu perfil físico, por tu acento, que es el que es, por muy buen inglés que manejes, vas a participar en musicales donde tu perfil sea latino. Vas a trabajar en ‘West Side Story’ o en ‘Evita’». Le dije: «Te lo agradezco. Me vuelvo a mi casa, donde quiero hacer Hamlets, Lorcas y Calderones y otras muchas cosas de forma libre, sin estar metida en una cajita que me va a constreñir por mi aspecto o mi acento».
O sea, ¿que iba para actriz? ¿Qué provocó el cambio?
Quería ser actriz por encima de todas las cosas, pero en 2017, un amigo, David, que trabaja con La Veronal, la maravillosa compañía de danza de Catalunya, tomando un café me dijo: «Yo creo que tienes que empezar a escribir y a dirigir tus cosas». Y yo: «Que no me líes...». Y así empecé a escribir y a dirigir, y desde 2017 no he parado. He aparcado completamente la interpretación y ahora me doy cuenta de que no era mi sitio. Estoy muy feliz donde estoy ahora.
«Si no te dan oportunidades grandes somos como el pez en la pecera, que crece en función de lo que te dan: si siempre estamos en la pecera pequeñita, siempre haremos cosas pequeñitas»
En 2020, María Goiricelaya firmó un estudio para el Gobierno de Lakua titulado ‘Situación de las mujeres y los hombres en la industria teatral en la CAE’. De él se desprende una importante presencia femenina en el sector, pero la cabeza sigue estando muy masculinizada. «Hay mucho camino que recorrer», reconoce, aunque la red de teatros de la CAV apunta que «está bastante equilibrado». Peor está en el Estado. «Las mujeres estamos presentes en todo el proceso, en toda la cadena, siempre que no sean los altos cargos o en los de poder o de responsabilidad, porque parece que somos muy válidas para la comunicación, para la administración, incluso para la producción, pero no para la dirección», advierte.
¿Qué habría que hacer para romper ese techo de cristal de las mujeres en el teatro? ¿Qué fórmulas? ¿Crear festivales específicos, dar becas...?
Lo que yo reivindico son las apuestas grandes: la gran apuesta de la institución que realmente te da un presupuesto grande para hacer un espectáculo grande y para hacerlo mal. Somos como el pez en la pecera, que crece en función de lo que le dan: si siempre estamos en la pecera pequeñita, siempre haremos cosas pequeñitas. Luego también hay algo que es curioso: tenemos la mentalidad de ser pequeñas. Cuando me siento frente a alguien que viene a presentarme un proyecto para programarlo, ellos dicen: «Tengo un proyectazo». Pero llega ella con un proyecto maravilloso y te dice: «Me gustaría hacer esta cosita».
A la hora de montar su propia compañía supongo que eso también pesó. ¿Es una reacción a la falta de proyectos que les interesen?
Y también por el encasillamiento que tenemos las mujeres a la hora de escribir. Es decir: ¿Que hay dos chicas que han contado el ‘caso Altsasu’? ¿Y qué esperabais que contásemos: Cenicienta? Sí que es una reivindicación, porque claro que hemos hecho ‘Yerma’, porque nos mueve por un lado, pero ‘Altsasu’ nos mueve por otro y no son incompatibles. También es verdad que las mujeres estamos como abocadas a tratar lo que malamente se han entendido como temas de mujer y, de repente, llegan dos chicas jóvenes a decir: «Vamos a contar este caso, que ha sido muy político, y queremos poner en el centro la justicia para que el público decida si esto es justo o no». Eso también sorprende mucho.
Con ‘Altsasu’, se ve que el conflicto vasco sigue provocando conflicto.
Hay gente del público que sale encantada, gente que sale enfadada, gente que sale revuelta... Pero lo bueno de todo eso es que todos tienen ganas de hablar al salir, aunque sea para debatir, para discutir... Pero es que para eso tiene que servir el teatro: para no irnos a casa tan contentos a poner la lavadora; salimos para que la lavadora esté en tu cabeza y tú quieras decir: «Estoy de acuerdo con esto, con esto no. Aquí me he sentido identificado, aquí no. No me gusta esto, pero reconozco que me ha tocado o he sido capaz de ponerme en la piel del otro».
Sin embargo, les han «dado» por todos lados...
...pero tiene que ser así, porque, si no, creo que hubiéramos fracasado. Entiendo que para las personas que están muy pegadas al caso era muy difícil porque, insisto, es una ficción. Está muy basado en la transcripción judicial, pero sigue teniendo muchas partes que nosotras nos hemos inventado: cómo se conoce la novia con el guardia civil, esas conversaciones que hubo dentro de la cárcel, que nosotras no hemos presenciado... todo lo que hacía que los personajes fueran más humanos y, por tanto, todo lo que el espectador fuera capaz de enganchar con el personaje. Cuando hemos estado en Colombia y Uruguay, se identificaban porque es un caso que habla de la justicia, de la desproporción judicial. Dicen que trasciende porque es un caso de injusticia.