El actual jefe de Estado y candidato a la reelección, el islamista Recep Tayyip Erdogan, ha ganado la segunda vuelta de las presidenciales celebradas hoy en Turquía, con el 98% de las papeletas escrutadas, Erdogan ha obtenido el 52,1% de los votos frente al 47,9% de su rival Kemal Kiliçdaroglu, quien ha perdido la apuesta de la alternancia y la «democracia pacífica» que había prometido.
Encaramado en un autobús frente a su casa en Estambul, en el lado asiático del Bósforo, el jefe de Estado de 69 años, veinte de ellos en el poder y a los que habrá que sumar otros cinco, ha hablado frente a un mar de banderas rojas ondeadas al viento por una entusiasta multitud.
«Nuestra nación nos ha encomendado la responsabilidad de gobernar el país durante los próximos cinco años», ha dicho Erdogan, quien por primera vez se ha visto obligado a concurrir a una segunda vuelta electoral con el apoyo de panturcos, ultras y xenófobos.
En las ciudades en las que ha triunfado Erdogan, especialmente en el corazón de Anatolia, se han formado mítines espontáneos.
Seguridad y estabilidad
Ni las ganas de cambio y apertura de parte del electorado ni la severa inflación que está minando a Turquía ni las restricciones a las libertades y la hiperpresidencialización del país, que ha enviado a decenas de miles de opositores a prisión o al exilio han podido con la apuesta por la seguridad y la estabilidad que ha vendido Erdogan y que apuntaba a una victoria definitiva tras la primera vuelta de las elecciones presidenciales, a pesar de que en las legislativas el AKP del presidente perdió casi una treintena de escaños aunque mantiene la mayoría con sus aliados.
Tampoco siquiera las consecuencias del devastador terremoto de febrero, que causó 50.000 muertos y tres millones de desplazados, le han castigado en las urnas.
Kiliçdaroglu, considerado un candidato aburrido y sin carisma, incluso en las filas de la oposición, ha sufrido una nueva derrota al frente de una alianza de seis partidos y para la que el prokurdo HDP había pedido el voto.
Pero no supo imponer la economía ni la crisis en el debate electoral y se prepara, como había prometido, para «volver a cuidar a sus nietos».