Sumario 18/98: Cercenador de derechos, trituradora de personas
Jabier Salutregi fue encarcelado por dirigir un periódico, ‘Egin’, en un proceso insólito en Europa y punto culminante de la teoría del «todo es ETA». El 18/98 marcó un hito en la esperpéntica trayectoria de la Justicia española y su vista oral fue una durísima experiencia para todos los encausados.
Hacía frío en Madrid el 21 de noviembre de 2005 cuando, a primera hora, varios autobuses llegaron a la Casa de Campo. Detrás de una niebla espesa y húmeda aguardaban una treintena de policías uniformados y bastantes más periodistas que, entre cuchicheos, intentaban identificar a las personas que iban saliendo de los vehículos. Aquella mañana comenzaba la vista oral del macrosumario 18/98.
De aquellos autobuses bajaron mujeres y hombres de todas las edades, muchos de ellos con una amplia trayectoria en el ámbito social, político y periodístico vasco. Si esos periodistas hubieran hecho sus deberes, habrían identificado rápidamente a José Luis Elkoro, Jokin Gorostidi, Pablo Gorostiaga... Gente muy conocida, gente muy reconocida en Euskal Herria. En ese variopinto grupo había personas curtidas en todo tipo de batallas, pero también algunas que jamás habrían imaginado que serían sometidas a juicio. Unas y otras sabían que les aguardaban semanas complicadas en aquel páramo del extrarradio madrileño.
Acallar «la voz de los sin voz»
El sumario 18/98, que partió de unas diligencias abiertas por Baltasar Garzón en 1989, ha pasado a la historia como uno de los puntos culminantes en la persecución del independentismo vasco y como paradigma de ese estrambote judicial, alentado entre otros por el magistrado jienense, que se resumía en que «todo es ETA». En concreto, aquel proceso fue un cajón de sastre donde cabía de todo y que acabó llevando a juicio a más de medio centenar de personas por su vinculación con organismos como Xaki, Ekin o la Fundación Joxemi Zumalabe, por haber trabajado en algunas empresas o por su relación con ‘Egin’.
Ese periódico, obligado, y casi único, contrapunto a las versiones oficiales en un momento en el que el conflicto arrollaba verdades y matices, había sido cerrado manu militari el 15 de julio de 1998 por orden del propio Garzón. La clausura se produjo de forma contraria a la ley, según fallaría luego el Tribunal Supremo, y causando escándalo entre demócratas y amantes de la libertad de expresión. Entre ellos no se hallaba el presidente español José María Aznar, que desde Turquía –dónde, si no– había preguntado si «pensaban que no nos íbamos a atrever».
Se atrevieron, claro, y también se atrevieron a detener y enjuiciar a varios miembros del Consejo de Administración del diario, la mayoría en edad de estar jugando con sus nietos, así como a su subdirectora, Teresa Toda, y su director, Jabier Salutregi. Pagaron con duras condenas haber osado dar voz a los sin voz, aunque antes tuvieron que pasar por un calvario.
Porque aquel juicio, escandaloso en el fondo, fue un infierno en su desarrollo. Durante 16 meses, los acusados tuvieron que soportar las arbitrariedades de la presidenta del tribunal, cuya formas irrespetuosas y groseras, y su indisimulado alineamiento con la Fiscalía causó gran estupor en Euskal Herria. Angela Murillo, que escuchó duros relatos de tortura –fue terrible el de Nekane Txapartegi– sin que se le moviera una ceja, dirigió la vista de forma dictatorial, con la defensa demandando, casi siempre en vano, poder hacer su trabajo en igualdad de condiciones con la acusación, y con las personas encausadas intentando hacer valer sus derechos muchas veces con plantes y protestas.
Aquel clima de tensión diaria en un juicio que duró mucho más de lo esperado, salpimentado con viajes a deshoras, a veces para apenas un rato de sesión, con conatos de agresión por parte de fascistas y todas las trabas imaginables, se cobró un alto precio. Jokin Gorostidi falleció el 25 de abril de 2006 a causa de un infarto. Lo mismo le ocurrió pocos días después a José Ramón Aranguren, que acabó muriendo en 2009. Otros encausados también sufrieron afecciones de salud, y algunos incluso fueron apartados del juicio, tal era su gravedad.
Varios más han ido enfermando después, una vez cumplidas sus condenas. Como Isidro Murga, fallecido en 2019, cuatro años después de haber salido de la cárcel. Y ahora es casi imposible no imaginarlo junto a Salu, el capitán del periódico que tanto amó y al que tanta pasión dedicó, haciendo bromas, sacando punta a todo, fabricando sonrisas. Como hicieron también aquellos meses en la Casa de Campo, donde tanto ellos como sus compañeros y compañeras fueron capaces de irradiar luz incluso ante la oscuridad que se cernía sobre sus vidas.