Isidro Esnaola

El BCE, preso de la ortodoxia y a remolque de las circunstancias

El 1 de junio de 1998 se creó el Banco Central Europeo para gestionar la moneda única. Los precedentes fueron tormentosos y la gestión durante estos 25 años no ha sido brillante, ni en el ámbito de la inflación ni en la superación de las consecuencias de la crisis de 2008.

Sede del BCE en Frankfurt. En la página siguiente, acto protocolario en Bruselas con motivo de la entrada de Croacia en el euro el 12 de julio de 2022.
Sede del BCE en Frankfurt. En la página siguiente, acto protocolario en Bruselas con motivo de la entrada de Croacia en el euro el 12 de julio de 2022. (Daniel ROLAND | AFPKupec PETR)

Tras la Segunda Guerra Mundial el Estado francés creó el franco CFA como divisa para sus colonias en África, una moneda que mantuvieron tras su independencia y que en la actualidad sigue funcionando. El franco CFA estaba vinculado al franco francés, y ahora al euro, pero de una manera muy sutil: estaba sobrevalorado con respecto a la moneda de la metrópoli. Este desequilibrio hacía muy difícil que las colonias pudieran vender sus productos en el Estado francés, eran relativamente más caros; sin embargo, facilitaba que la industria francesa pudiera vender los suyos en África, ya que al estar el franco infravalorado eran relativamente más baratos.

De este modo, lo que René Pleven, entonces ministro de Finanzas francés, presentó como un «acto de generosidad» fue en realidad una artimaña para explotar a los pueblos de África al secuestrar su capacidad para gestionar su propia divisa. Comprendido el engaño, en la actualidad los países africanos están buscando el modo de deshacerse de la pesada carga del franco CFA con la creación de una moneda soberana propia.

Casi ochenta años más tarde, otra francesa, esta vez presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, repitió esa misma idea con motivo de la celebración del 25 aniversario del BCE el 1 de junio. Dijo que el euro ofrecía «estabilidad, soberanía y solidaridad a los europeos». Una tesis discutible a nada que se repase la historia del euro y del BCE .

Los tipos de cambio fijos entre dos divisas o una moneda única producen un efecto similar: los países pierden la capacidad de devaluar o revaluar sus monedas cuando la marcha de la economía así lo exija. En dos palabras: pierden soberanía para poder gestionar la economía.

Es cierto que una moneda única proporciona ciertos ahorros al evitar los gastos cambiarios, de los que se benefician sobre todo los países más fuertes que pueden vender sus productos en un mercado mucho más amplio, mientras los países con menos potencial tiene más dificultades para exportar los suyos a los países poderosos ya que, medidos en la misma moneda, son siempre relativamente más caros. Al final, la moneda única profundiza la desigualdades existentes y aleja la convergencia, como han puesto de relieve estos 25 años de existencia del euro. La solidaridad brilla por su ausencia.

Los momentos previos

La creación del euro fue un proceso muy tormentoso. El primer paso fue el establecimiento de tipos de cambio prácticamente fijos entre las monedas europeas que crearían el euro. El tipo de cambio estaba fijado, pero la economía de cada país tenía su propia dinámica, lo que empujaba a las monedas a perder o ganar valor con respecto a las demás.

Esta circunstancia dio pie a fuertes maniobras especulativas. Entre los especuladores destacó George Soros que apostó a que conseguía sacar a la libra esterlina del Sistema Monetario Europeo, el sistema de cambios fijos, y lo consiguió en septiembre de 1992. También salió la lira, aunque esta regreso tiempo después. La peseta española también fue objeto de fuertes ataques especulativos.

A principios de los 90, los tipos de interés en el Estado español estaban altísimos, entre el 10% y el 14,5%, para poder mantener el tipo de cambio estable. Pero la crisis del 92 derrumbó todo ese andamiaje: entre septiembre de 1992 y mayo de 1993, la peseta sufrió tres devaluaciones, a las que siguió una última ya en marzo de 1995. En conjunto perdió cerca del 40% de su valor en apenas tres años. Un ajuste que luego con el euro ya no se podría hacer. Poca estabilidad en los pasos previos, y también tras la creación del euro.

Un banco central «independiente»

A los once países iniciales, Alemania, Austria, Bélgica, Estado español, Finlandia, Estado francés, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Portugal se fueron uniendo posteriormente Grecia (2000), Eslovenia (2007), Malta y Chipre (2008), Eslovaquia (2009), Estonia (2011), Letonia (2014) y Lituania (2015). El último país en adoptar el euro ha sido Croacia, el 1 de enero de 2023. Para todos ellos el Banco Central Europeo es la institución que determina la política monetaria.

El BCE está, en teoría, dirigido por un grupo de expertos independientes. Ese carácter «técnico» de la dirección saca la política monetaria del debate público, dejando las manos libres a sus gestores para actuar al margen de cualquier control democrático. Con todo, la naturaleza política de las decisiones que toma es evidente en todas y cada una de sus actuaciones, tanto en cuanto a la estabilidad de precios como financiera.

Lucha contra la inflación

El único mandato del BCE es el de velar por la estabilidad de precios. El objetivo es que en la eurozona la inflación ronde el 2%. Durante la primera década de su existencia y hasta la crisis de 2008 el BCE mantuvo los tipos de interés en el 4,25% y, sin embargo, la inflación se mantuvo tercamente un poco por encima del objetivo del 2%. Durante los últimos diez años aproximadamente, los tipos han sido prácticamente del 0% y, sin embargo, la inflación apenas ha alcanzado el 2%. Incluso la escalada de tipos de este último año no ha conseguido embridar una inflación histórica que se mantiene por encima del 6%.

Estos 25 años de historia del BCE desmontan el manido presupuesto monetarista que postula que unos tipos de interés altos bajan la inflación y unos tipos bajos, la suben. La experiencia parece indicar precisamente lo contrario. A pesar de ello continúan impertérritos con sus dogmas. El pasado jueves volvieron a subir un cuarto de punto los tipos hasta el 4% pese a que la Reserva Federal de EEUU decidió mantenerlos. Son tan altos que ya se están dejando sentir en la compraventa de viviendas: han caído tanto la venta como la formalización de hipotecas. Pero también están haciendo estragos en los presupuestos de las familias con hipoteca.

La gestión de la crisis bancaria y de deuda

De acuerdo con la ortodoxia, la inflación suele llegar como consecuencia del aumento de la cantidad de dinero en circulación. Según ese postulado, el control de la masa monetaria es otra herramienta fundamental en la lucha contra el alza de precios. Sin embargo, el estallido de la crisis financiera de 2008 se llevó por delante ese mecanismo.

Cuando se desencadena una crisis muchos activos pierden su valor, simplemente porque no se pueden vender ya que nadie los quiere comprar. Por ello todos los implicados tratan de vender, de convertir sus inversiones en dinero líquido, algo que no suele ser fácil a causa de las pérdidas generalizadas. En esas circunstancias la falta de liquidez por la desconfianza mutua pueden terminar por hundir toda clase de negocios, sean rentables o no, de ahí que el BCE decidiera olvidarse de sus dogmas. El entonces presidente del BCE, el exbanquero de Goldman Sachs y jefe del banco central italiano, Mario Draghi, dijo aquello de que «se hará todo lo que sea necesario» y a continuación abrió la espita del crédito.

El movimiento del BCE evitó lo peor; pero revertir las pérdidas era imposible y estas se fueron acumulando en el balance de los bancos y grandes inmobiliarias. Todos ellos fueron finalmente rescatados por los estados que asumieron las pérdidas privadas, elevando la deuda pública a unos registros astronómicos. Aquel rescate profundizó la crisis de deuda que además se agravó con la subida de los tipos. La falta de otros mecanismos obligó a que el BCE comprara de forma indirecta deuda de los estados, lo que permitió apuntalar a Irlanda, el Estado español, Portugal e Italia, cuyas economías se sumieron en la depresión a causa de la deuda acumulada. Pero el movimiento no fue suficiente para evitar el colapso de Grecia.

En los diez años siguientes, a partir de 2010, el aumento del crédito y la compra de deuda pública elevaron el balance del BCE de 1,7 billones de euros hasta los 8,5 billones de euros. Actualmente se sitúa en los 8,0 billones de euros. Como acertadamente señala Michael Roberts en un artículo reciente, «en esta lamentable saga, el BCE reaccionó; no previó, no lideró ni pudo evitar el descontrol de la deuda y la consiguiente crisis». Poca estabilidad ha garantizado estos 25 años.

Presos de la ortodoxia

En este momento vuelve a estar latente en el BCE la tentación de drenar ese dinero extra del sistema para que la inflación caiga -el dogma sigue pesando mucho-, un movimiento que puede llevar a que muchos bancos colapsen atrapados entre la falta de liquidez de sus activos y los altos tipos de interés. Ya ha ocurrido en EEUU, y en Europa ha colapsado Credit Suisse, un banco con 167 años de antigüedad, y su adquisición forzada por parte de UBS con fondos del gobierno suizo recuerdan que todo está interrelacionado.

La decisión del BCE de mantener altos los tipos de interés al tiempo que Bruselas reactiva las restrictivas reglas fiscales pueden provocar un nuevo colapso de la economía. La ortodoxia y la falta de debate sobre los objetivos y el modo de usar las herramientas de política monetaria es contraproducente con una gestión racional, democrática y soberana del euro. Llegados a este punto, no se puede descartar la opción de recuperar la soberanía, como están haciendo los países de África.