Celayeta 45 y la muerte de Zheng
Paso a diario, camino al cole, por un kebab donde se ganan la vida unos paquistaníes. Ciertamente, no queda lejos de mi casa. Antes era el bar Cárcar, que cerró. Cuando aún se llamaba como un pueblo ribero, lo regentaba Zheng Jiang. Ahí sacaba dinero para sus cuatro hijos. Yo nunca entré.
La noticia de la muerte de Zheng a manos de una nueva pareja, cuando trataba de relanzar su vida con otro bar en Ermitagaina golpea distinto si eres capaz de atarla a un elemento tan cercano como un portal anodino de una acera que cruzas de forma recurrente.
Es triste reconocerlo, pero es así. Un detalle irrelevante hace que la perspectiva cambie, aunque la gravedad del crimen sea la misma suceda donde suceda.
Al caminar hoy por Marcelo Celayeta he mirado a la gente con la que me he cruzado de forma un tanto diferente, preguntándome por sus miedos y por cuántos necesitan ayuda. Esto me ha sucedido con mayor intensidad cuando era migrante o mujer y, sobre todo, cuando se daban las dos circunstancias.
Tener presente que la siguiente víctima de la violencia machista es –o puede ser– alguien con la que te cruzas a diario es un ejercicio de empatía necesario. No debería de morir nadie para hacerlo más a menudo. Supongo que se llama tomar conciencia.