Con una amplia sonrisa aguantan el chaparrón etílico sanferminero los vendedores de cachivaches festivos que pululan estos días por Iruñea y que llegan a patear sus calles durante más de 15 horas diarias.
Mientras en Iruñea se almuerza o arranca la juerga después de la celebración del encierro, en un rincón de Arrotxapea empieza a despertarse un improvisado campamento de vendedores callejeros de artilugios festivos.
En una fuente cercana se asean como buenamente pueden algunos de ellos, mientras otros se lavan los dientes en cuclillas junto a un árbol en cuyo hierbín echan el agua de la boca tras enjuagarse.
Algunos todavía siguen durmiendo sobre colchones y tapados con mantas, y otros permanecen descansando en las tiendas de campaña que integran ese particular campamento, que se ha montado en unos porches para escapar de la torrencial lluvia caída la noche anterior sobre Iruñea.
Los más madrugadores ya están preparando el material que portarán durante horas por las calles sanfermineras. Arrodillados, van limpiando con mimo unas gafas de chillones colores que ubican en un cartón que hace las funciones de expositor del género.
La mayoría no domina el castellano y se expresan prácticamente con monosílabos, mientras despliegan una sonrisa a modo de disculpa. Pero al preguntarles quién es el que mejor se maneja para explicarse, las miradas se concentran en Mafati.
Este vendedor originario de Senegal, como la inmensa mayoría de los integrantes del grupo, llegó al Estado hace diez años y desde hace cinco se desplaza hasta Iruñea durante los sanfermines para vender su mercancía, de la que, además de las gafas de sol, forman parte gorros, pulseras, coronas, abanicos e incluso chubasqueros, que la pasada noche se convirtieron en un codiciado producto.
Mafati: «Es duro porque podemos estar hasta las 3, 4 ó 5 de la mañana, pero me gustan mucho los sanfermines»
Mafati reconoce que dedicarse a esta tarea es «duro, porque nos ponemos a vender hacia el mediodía y estamos hasta las 3, las 4 o las 5 de la mañana, dependiendo del tiempo y de la gente que haya por las calles. Pero los sanfermines están muy bien, me gustan mucho».
Así que son más de 15 horas en las que hacen kilómetros y kilómetros, buscando los espacios donde haya más jarana para mezclarse entre el personal de fiesta, intentando colocar su vistosa mercancía. En general, «la gente es respetuosa, pero también hay mucho borracho, pero no pasa nada», asegura con su radiante sonrisa. «A veces resulta complicado, pero la gente es maja», añade.
«Nos dejan tranquilos, porque no vendemos nada malo»
En su particular peregrinaje por la fiesta, no es extraño que se encuentren con agentes de Policía, pero, en general, no suelen tener problemas, ya que «nos dejan tranquilos, porque no vendemos nada malo, solo cosas para los sanfermines».
Como le sucede a la fiesta en general, la climatología influye mucho en las ventas. «Si no llueve, se vende más. Pero si el día está nublado, la gente no necesita gafas y compra menos», una circunstancia que el día 6 quedó en evidencia, por lo que «por el momento, este año está siendo un poco flojo en ventas». El sol y el calor de justicia que se esperan para los próximos días seguramente cambiarán esa situación.
Así que las posibles ganancias evidentemente se ven condicionadas por esta circunstancia, aunque el senegalés señala que, de media, puede llegar a obtener unos 100 euros con las ventas conseguidas. Unos ingresos que, en buena medida, dependen de los clientes «más bien mayores, que son los que compran, porque los jóvenes vacilan mucho, bromean mucho, pero compran poco». Aunque también se encuentran con «gente tacaña que no paga bien, tenemos de todo».
Cuando tras una extenuante jornada sanferminera la noche va acercándose a su final, «termina el trabajo» y llega el momento de finalizar su particular ‘javierada’ diaria para descansar en el improvisado campamento. Hasta que hacia las 9 o las 10 de la mañana, se pongan otra vez en marcha, preparen la mercancía «y a trabajar», concluye Mafati.