Àlex Romaguera
Elkarrizketa
Ernest Maragall
Candidato de ERC al Senado

«El 23J nos jugamos avanzar, pero también lo que somos como pueblo»

Ernest Maragall (Barcelona, 1943) entró en política hace casi 30 años de la mano de su hermano Pasqual. Es la cara visible de ERC en la ciudad condal, donde un movimiento de última hora llevó a su otrora partido, el PSC, a la alcaldía gracias al PP y los Comuns.

Ernest Maragall, candidato de ERC al Senado.
Ernest Maragall, candidato de ERC al Senado. (Oriol CLAVERA)

«Defensa Catalunya!». Con esta interpelación a la ciudadanía concurrirá ERC el 23J. En el Senado, donde presenta candidatura en coalición con EH Bildu, tendrá de número dos a Ernest Maragall, quien se postula para «ser el concejal de Barcelona en Madrid» con el fin de denunciar la operación de Estado que, a su entender, ha catapultado a Jaume Collboni (PSC) a la alcaldía de la capital catalana gracias a los votos del PP y los Comuns.

ERC afronta el 23J tras haber perdido 302.000 votos en las municipales del pasado 28 de mayo. ¿A qué atribuye este descalabro electoral, que en Barcelona ha propiciado pasar de diez a cinco concejales?

Hemos de asumir algunos errores. De entrada, influenció que se plantearan como un plebiscito sobre el gobierno de Ada Colau. Este escenario de polarización lo aprovecho JxCat, encarnado en la figura de Xavier Trias, para posicionarse y obtener la victoria. Por el contrario, nosotros, que habíamos practicado una oposición responsable durante toda la legislatura, se nos adjudicó el papel de socios de los Comuns, cuando no era cierto. Fue el marco mental que interesadamente se proyectó de ERC a la opinión pública, algo que, sin duda, nos perjudicó.

¿Haber aprobado los presupuestos al equipo de gobierno hizo que ERC no fuera vista como la oposición?

La clave fueron las cuentas de 2022, que se acordaron tras el chantaje de los Comuns. Nos advirtieron de que, si no las apoyábamos, no permitirían que Pere Aragonès sacara adelante los presupuestos de la Generalitat. Después, en paralelo, ha tenido mucho efecto la ola reaccionaria que se extiende por todo el Estado, cuyo resultado ha sido la propagación de valores conservadores a los cuales los socialistas se han apuntado. Ideas sobre la seguridad, la estabilidad y otros elementos que han penetrado en el electorado y que no hemos sabido contrarrestar.

¿El cambio de guion del PSC hizo inviable articular una mayoría progresista?

Tan pronto se acercó al PP, la ecuación resultó imposible, lo cual nos llevó a explorar un acuerdo con JxCat. Entendimos que, al haber ganado, Trias contaba con toda la legitimidad para gobernar; pero también porque, en el marco de las negociaciones, se comprometió a respetar nuestra visión progresista. En cambio, con Collboni al frente, Barcelona se ha plegado a los intereses del Estado y a los poderes económicos de la ciudad.

¿Qué le ha decepcionado más, el viraje centralista del PSC o que los Comuns hayan abandonado las proclamas rupturistas que enarbolaban?

Ambas cosas. Tanto la deriva españolista y conservadora del PSC, que reproduce la agenda reaccionaria que experimenta la socialdemocracia europea, como la incapacidad de los Comunes para ser una alternativa. No solo en el terreno económico; también en lo que se refiere a los derechos civiles y políticos. Lejos de transformar su razón de ser, que no era otra que responder a las diferentes crisis, han perjudicado la causa que defendían, sustituyendo la ideología por una suma de dogmatismo y clientelismo. Y eso ha alimentado la ola reaccionaria, como lo demuestra la marea sociológica que se ha ido configurando contra ellos en Barcelona y otras ciudades y autonomías del Estado.

«La única salida es fortalecernos, para lograr victorias y para preservar nuestra identidad»

¿Otro factor de los malos resultados de ERC ha sido no sustanciar con logros importantes sus pactos con el ejecutivo de Pedro Sánchez?

Los tratos hay que hacerlos con el adversario. Y eso tiene costes, sin duda, pues entras en un terreno dónde hay que aceptar los resultados que se deriven. Aparte que, como ha ocurrido en Barcelona, se ha trasladado a la ciudadanía que la Mesa de Diálogo ha sido un fracaso, cuando hemos conseguido los indultos, que Puigdemont puede defenderse mejor gracias a la reforma del Código penal, que el Estado se haya visto obligado a proteger nuestros derechos lingüísticos o a reconducir sus políticas en el ámbito de la vivienda, el feminismo o el mercado laboral. No hay que menospreciarlo.

¿De todas formas, es aceptable el decalaje entre las expectativas generadas y los resultados obtenidos?

Obviamente son insuficientes y contrastan con la esperanza de lograr un referéndum de forma inmediata. En cualquier caso, era ilusorio pensar que en dos años podíamos obtenerlo. Ni en Euskadi, con la actual correlación de fuerzas, el nacionalismo lo ha planteado y, si bien EH Bildu tiene esta aspiración como pilar de su proyecto, sabe que tendrá que ampliar aún más su incidencia institucional.

¿Este contexto, cómo puede recuperar la confianza el soberanismo?

Nos hemos de conjurar en establecer una postura compartida entre las diferentes opciones, tanto para condicionar la agenda política como para resistir la actual ola reaccionaria. Ya tenemos una oportunidad de hacerlo en la Diputación de Barcelona, evitando que quede en manos del PSC, y sin duda hay que lograrlo el 23-J, dónde el Estado tiene que ver que continuamos vivos y decididos en nuestras pretensiones.

¿El nivel de exigencia tendrá que subir algunos peldaños, no cree?

Sí, pero sin entrar en el detalle. Anticipar el referéndum o la amnistía, que serán referencias centrales, es contraproducente. Las demandas han de llegar como resultado de las negociaciones y no fijar de entrada condiciones absolutas ni calendarios cerrados. Hemos de asumir que los tiempos tienen otros ritmos y que la unilateralidad, a la cual aún aspiran ciertos sectores, no solo está desacreditada a nivel interno; también lo está para recabar apoyos internacionales. En definitiva: hemos de aumentar nuestra presencia, ir cohesionados y acertar tácticamente en las decisiones.

«Quieren apartarnos de las instituciones y, como mal menor, arrastrarnos a la Catalunya autonómica de la sociovergencia»

La Assemblea Nacional Catalana, los CDR y otros espacios del independentismo manifiestan que, después del referéndum de 2017, estar en Madrid solo tiene sentido si conlleva logros relevantes en términos de soberanía. ¿Qué opina?

Naturalmente que es importante obtener resultados más explícitos. Pero no tener aún la independencia no nos exime de combatir el hecho de que, mediante una victoria del españolismo, empezando por el PSOE, veamos lo que está ocurriendo en el País Valencià y las Illes, dónde los nuevos gobiernos empiezan a legislar contra la unidad lingüística y cultural de los Països Catalans. No podemos ser ajenos a esta dinámica, pues hacerlo nos llevaría a suicidarnos colectivamente. Insisto: el 28-J nos jugamos mucho. No solo avanzar; también ser lo que somos como pueblo.

¿La operación del Estado viene de lejos?

Se origina con el 155 y, como verbalizó Isabel Díaz Ayuso, máxima exponente de esta orientación, se trata de una “reconquista”. Una cruzada a la cual los socialistas se han sumado con la intención de decir que «hemos ganado democráticamente al independentismo catalán» y que «el Procés se ha terminado». En este sentido, Barcelona ha sido una de las piezas de caza mayor. El PSC no ha ganado, pero para quedarse con ella, la ha comprado.

¿Se pretende liquidar lo cosechado por el soberanismo?

Quieren apartarnos de las instituciones, dejarnos sin poder y, como mal menor, arrastrarnos a la Catalunya autonómica que la sociovergencia gestionó durante la década de los 80 y 90. Por este motivo, la abstención que algunos sectores proponen para el 23J nos lleva al precipicio. La única salida es fortalecernos en todos los sentidos, tanto para obtener victorias políticas como para preservar aspectos troncales de nuestra identidad que hoy están en peligro, como son TV3 o la misma escuela catalana. Porque no lo olvidemos: con la ilusión de querer construir un estado, podemos perder la nación.