El llamado «debate final» de la campaña para el 23J ha estado totalmente condicionado por la ausencia del que aparece como caballo ganador en la mayoría de las encuestas, salvo el CIS: el candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo. El domingo se verá si le pasan factura esa espantada o las falsedades en campaña (meras «inexactitudes» para el gallego, en la línea de los «hechos alternativos» de Trump). El caso es que la ausencia ha dado indirectamente un espacio desmesuradamente grande a la ultraderecha de Vox. En su vida hubiera soñado Santiago Abascal tal plataforma en TVE1 para aparecer como alternativa a todo un presidente y vicepresidenta vigentes.
Los tres principales debates televisados de esta campaña han sido como un puzzle incompleto, en el que además la pieza del PSOE no ha encajado para nada. En el primero, a Sánchez le salió mal el cara a cara con Feijóo. El segundo, un debate a siete, dio visibilidad y también credibilidad a las fuerzas soberanistas, tan poco conocidas en gran parte del Estado. Y este tercero les servía a Sumar y Vox, ausentes en el primero y desapercibidas en el anterior, pero no al líder del PSOE, al que le faltaba el rival directo que supone el PP. Sin Feijóo, los golpes de Sánchez iban a quedar como los de un boxeador sonado al aire. Quizás por eso, se los ha ahorrado. Solo ha dejado caer un par de veces que Feijóo no ha estado porque «le da vergüenza comparecer junto a su socio de Vox».
Este dibujo a tres tan asimétrico ponía, además, a Sánchez y Díaz ante el dilema eterno ante la ultraderecha, pero multiplicado. Han optado por no mostrarse demasiado agresivos con Abascal para no engordar el victimismo de Vox, aun a costa de contribuir a legitimarle. Y así, han censurado su negacionismo de la pandemia, de la ciencia o del cambio climático, pero en general con tono moderado y dirigiéndose a él como «señor Abascal».
«Ustedes están siempre hablando del fin del mundo y se olvidan de los españoles que no llegan a fin de mes», ha respondido Abascal, sin apurarse. Tampoco se ha sonrojado en vestirse de Robin Hood, aparcando esta vez al Cid Campeador: «Sus datos son los de los poderosos, no llegan a las casas».
Más duro aún ha sido escuchar a Abascal, que niega algo tan básico como la violencia machista, presentarse como defensor de las mujeres al citar a «117 monstruos en la calle» por la ‘Ley del Solo Sí es Sí’. Pedro Sánchez sí ha devuelto este golpe: «Miren, nosotros cometemos errores a veces, pero ustedes los cometen siempre, porque siempre apoyan a los machistas». También Yolanda Díaz: «Deje de reírse de nosotras –le ha espetado–. Nos matan porque somos mujeres, 1.212 asesinadas, y usted provoca eso con este discurso. Dejen de jugar electoramente con las mujeres. No se lo vamos a permitir y por eso ustedes nunca van a gobernar. Yo no le tengo miedo».
Se ha hablado de EH Bildu, por supuesto. El primero, Abascal: «Bildu le apoya a usted porque quiere que a España las cosas le vayan mal», le ha dicho al líder del PSOE. Había formas de replicarle poniendo en valor la mayoría construida y sus efectos, pero Díaz ha elegido esta otra: «Señor Abascal, EH Bildu votó igual que ustedes contra la reforma laboral». Cierto es que ha respondido a una aseveración incorrecta de Abascal, quien ha dicho que EH Bildu había apoyado esa reforma cuanfo en realidad votó en contra.
Algo similar ha ocurrido con la seguridad, tema preferido de Vox, al que Sánchez ha decidido replicar alabando el incremento de policías y argumentando que más crímenes había en los Estados Unidos de Trump.
En el minuto final, Díaz ha afirmado señalando a Vox: «España es mucho mejor que ellos, y te necesitamos a ti, vota por ti». Abascal ha anunciado: «No basta con echar a Pedro Sánchez, hay que derogar sus leyes». Y Sánchez ha pedido el voto al PSOE para seguir avanzando por la dirección emprendida y «para que gane el respeto y pierda el insulto». Ninguno de los tres ha despuntado en este asalto final, antes de acercarse a saludarse, mucho más de lo que han hecho a la entrada, cuando los dos gobernantes han querido escenificar distancia física respecto a Abascal.
Feijóo salva el trance
El formato ha creado el efecto previsible: mientras el papel de Vox aparecía agigantado, los de PSOE y Sumar se han minimizado al compartir un mismo discurso, defendido en comandita (Yolanda y Pedro se han llamado mutuamente por sus nombres de pila) y con muy pocos matices diferentes.
Ya no habrá más debates de este tipo en la campaña. Es la mejor noticia para Feijóo, que asistió al «debate final» sentado plácidamente en su sofá ante la televisión. Hace apenas diez días parecía el que más tenía que perder en estos combates verbales, cruciales en campaña, y ha salido indemne, primero por acción y luego por omisión. Quizás su mayor preocupación esta noche sea el fuego amigo: que el eco dado a Vox pueda restarle diputados y dividir el voto de derecha.