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Elkarrizketa
Erige Sehiri
Cineasta

«El cine ha tratado a los hombres y mujeres árabes de manera binaria y estereotipada»

Nacida en Lyon, en 2011 se instaló en Túnez, la tierra de sus ancestros, para vivir la revolución que estaba viviendo el país. Su primer largometraje de ficción, ‘Entre las higueras’, acaba de llegar a los cines tras triunfar el año pasado en Cannes.

La directora tunecina Erige Sehiri.
La directora tunecina Erige Sehiri. (Abraham BLÁZQUEZ)

En ‘Entre las higueras’, Erige Sehiri, avalada por su experiencia previa como documentalista, evoca el día a día de las mujeres que se dedican a trabajar como temporeras recogiendo la fruta en el Túnez rural. A través de sus diálogos y de las situaciones que van dándose a lo largo de una jornada de trabajo, la cineasta nos muestra la brecha cultura y generacional que existe en la sociedad tunecina diez años después de que el país magrebí diera el pistoletazo de salida a las llamadas ‘revoluciones árabes’.

Aunque nació y se crio en el Estado francés, en 2011, al calor de las revoluciones árabes, usted decidió instalarse en Túnez, donde, desde entonces, ha desarrollado casi toda su carrera como cineasta. ¿Qué hubo detrás de aquella decisión?

De entrada, el instinto. Yo por aquel entonces era periodista y me sentí impelida a desplazarme allí donde estaban desarrollándose los acontecimientos. Es verdad que siempre había querido hacer cine, pero nunca pensé que aquella decisión tuviera el peso que, posteriormente, tuvo en mi vida.

Creo que todo empezó con el deseo de ofrecer una imagen precisa de lo que estaba viviéndose en Túnez aquellos años pero, a la vez, sentía la necesidad de desplegar una mirada personal hacia todo aquello. A partir de ahí todo fue un poco casual. Rodé un cortometraje sobre mi padre y su relación con las redes sociales y aquel trabajo encauzó mi deseo de seguir haciendo cine. Porque, además, es maravilloso vivir una realidad en la que todo está por hacer. En este sentido, Túnez me brindó más oportunidades que Francia, donde hacer cine para alguien que, como yo, no viene de ese entorno, resulta difícil.

¿Qué queda hoy, doce años después, de aquél estallido revolucionario? Se lo pregunto porque usted misma no duda en encuadrarse dentro de eso que ha dado en llamar ‘generación frustrada’.

Somos una generación frustrada en la medida en que somos una generación conectada al mundo que, como tal, conoce aquello que sucede en otras realidades. Eso nos hace lamentar el poco espacio que en países como Túnez hay para que los de mi generación podamos desarrollar ciertas capacidades.

«Túnez me brindó más oportunidades que Francia, donde hacer cine para alguien que, como yo, no viene de ese entorno, resulta difícil»

De aquellas revoluciones lo que queda, fundamentalmente, es la liberación de la palabra. Eso es algo que se deja sentir en las generaciones más jóvenes, tal y como reflejo en mi película. La juventud tunecina de hoy se expresa de manera mucho más espontánea a la hora de hablar de sus propios deseos.

Dentro de esa juventud es llamativo el caso de las mujeres. Tal y como quedan reflejadas en su película, parece como si estas tuvieran una conciencia de sí mismas y de sus libertades bastante superior a las de quienes les precedieron.

Sí, la idea era un poco esa: hacer una película donde se hablase de las revoluciones árabes de manera indirecta. El tema de la película no es ese, pero, qué duda cabe, que viendo el film y observando el modo en el que los distintos personajes se interrelacionan entre sí, resulta obvio que la revolución ha pasado por ese entorno rural que retratamos en ‘Bajo las higueras’.

¿Cuál fue el origen de ‘Bajo las higueras’? Porque creo que la génesis y el desarrollo del proyecto fue un poco casual y que se dio mientras usted preparaba otra película que no llegó a rodar.

De entrada, tenía pensado rodar una historia que se desarrollase en el interior del país. Una zona que ha sido históricamente olvidada por todos los gobiernos, tanto a nivel de infraestructuras como de derechos sociales. Mi padre es originario de esa zona y cuando iba a su pueblo todos los veranos me daba cuenta de que apenas había cambiado nada de un año para otro. En un momento dado pensé: si mi padre no hubiese emigrado a Francia, ¿cómo habría crecido yo en un entorno así?

(Alejandro ESCÁMEZ)

Sobre ese pensamiento comencé a darle vueltas a la idea de hacer una película sobre lo que implica ser una mujer joven en un entorno como ese y cuando acudí a la zona a documentarme y a hacer un casting entre las chicas del lugar, hubo un accidente. Una camioneta de esas que trasladan a las mujeres a los campos para los trabajos de poda y recolección había volcado. Así que cuando conocí a Fidé, la protagonista de la película, me acuerdo que pensé, ‘¿Qué futuro tiene aquí una chica con estudios como ella? ¿No está condenada a ser una de las mujeres que viajan en esos camiones?’. En ese momento la historia que tenía en la cabeza fue alumbrando una nueva historia.

¿Hay grandes diferencias entre el Túnez rural y el Túnez más urbano?

Sí, pero al mismo tiempo ese Túnez urbano, que es aquel que conocemos en Occidente a través de las imágenes que nos sirven los medios de comunicación, es un reflejo de las tensiones que afloran en el interior del país. Las revoluciones árabes comenzaron en Túnez y prendieron a partir de la imagen de un joven que se auto inmoló; ese joven era un chico del interior del país. Su gesto fue una manera de protestar ante la falta de expectativas que se cernía sobre los jóvenes del Túnez rural.

Entonces, ¿debo entender que lo que ha buscado, con esa película, es ir al origen de ese sentimiento de frustración que alumbró las primaveras árabes?

Sí, en cierto modo esa fue una de las razones que inspiraron este largometraje. Pero también pesó mucho mi deseo de conferir visibilidad a quienes habitan esa realidad. La gente que vive en el interior del país rara vez son reflejados en el cine, su acento apenas se oye y cuando se oye es para burlarse de él. Hay muchos clichés en torno a ese mundo que merecen ser desmontados, sobre todo en lo que concierne a las mujeres del campo.

Mi idea era ofrecer un retrato íntimo y nada condescendiente sobre esas mujeres, un retrato que tuviera, a su vez, un tono liviano, como si se tratase de una obra de Marivaux. A través de esa intimidad quise mostrar la falta de horizontes de esas chicas en su intento por recoger los frutos de la revolución.

Las conversaciones que mantienen los personajes de la película y el hecho de que estos sean encarnados por intérpretes no profesionales dan a su trabajo una veta de naturalismo muy acusada. ¿Cuánto hay de espontaneidad y cuánto de preparación en el trabajo con los actores?

«Hay muchos clichés en torno al Túnez rural del interior que merecen ser desmontados, sobre todo en lo que concierne a las mujeres del campo»

Hay un gran trabajo previo de acercamiento a esas personas, de conocer sus respectivas personalidades, pero a partir de ahí su trabajo está encauzado dentro de los límites de la ficción. Lo que intenté fue crear un dispositivo en el que, realmente, les puse a trabajar en la recolección por grupos para ver cómo iban interactuando los unos con los otros y así poder desarrollar sus respectivos personajes. Basándome en eso, y con una participación muy activa por su parte, fuimos desarrollando los diálogos en función de lo que les sonaba verdadero o falso. Pero las fronteras entre lo real y lo ficticio al final quedaron muy diluidas puesto que, a pesar de ofrecerles unas líneas de diálogo, las respuestas que esas frases generaban en los demás no estaban previstas.

Una de las cosas que mejor capta su cámara es la perplejidad de los personajes masculinos frente a ese nuevo estatus que reivindican para sí las mujeres más jóvenes.

Mi película refleja el impacto que esos cambios sociales que trajeron las revoluciones árabes tienen sobre una serie de personajes, pero creo que entre los más jóvenes, es decir, entre los que hoy son adolescentes y se han educado ya bajo otro paradigma, esos cambios se aceptan mucho mejor aunque aún están un poco desconcertados y eso es algo que define no solo a los chicos, también a las chicas. Eso se ve muy bien en el personaje de Firas, que reivindica su propia fortaleza femenina mientras anhela casarse con alguien cuyas características se ajusten a las del hombre tradicional. Son una generación que aún debe gestionar sus propias contradicciones. En todo caso a mí, como directora, me interesa aportar matices, porque pienso que el cine, hasta ahora, ha tratado a los hombres y mujeres de las culturas árabes de manera muy binaria y estereotipada. 

¿Hasta qué punto le fue útil su experiencia en el documental para rodar una película como esta?

Me fue muy útil, ya que yo soy autodidacta y llegué a hacer esta película por pura intuición. En este sentido, hacer documentales me ha ido formando en la capacidad de observación, de ver la vida y a quienes interactúan en ella. También me ha sido muy útil para saber cómo ganarme la confianza de las personas con las que trabajo y de cara a construir narraciones con diferentes capas de lectura.

En este sentido, la huella de Agnès Varda en su película resulta muy clara. ¿Es una cineasta en cuyo trabajo se reconoce?

Totalmente. Agnès Varda es una cineasta que experimenta constantemente y lo hace manteniendo un espíritu lúdico que no resta alcance a la seriedad de sus propuestas. Y ese equilibrio es algo que intentamos conseguir cuando hicimos esta película. Además fue una de las pocas cineastas capaces de hacer películas partiendo de una cantidad insignificante de elementos y, en ese sentido, también es una fuente de inspiración constante para mí. Pero no solo ella, también otros cineastas como Abbas Kiarostami y los de la escuela iraní o los maestros del neorrealismo italiano me han influido mucho.