Daniel   Galvalizi
Periodista

Seísmo político en Argentina: triunfa la extrema derecha antisistema y colapsa el kirchnerismo

En el primer match del complejo sistema electoral con primarias obligatorias, el ultra Javier Milei es el candidato más votado y el kirchnerista Sergio Massa queda en tercer lugar. Los argentinos deciden canalizar un hartazgo infinito con un outsider extravagante que promete desmantelar el Estado.

Javier Milei celebra los resultados junto a su hermana Karina.
Javier Milei celebra los resultados junto a su hermana Karina. (Alejandro PAGNI | AFP)

Un hito histórico, se mire por donde se mire. Ha triunfado en las primarias nacionales un partido creado hace solo dos años, nítidamente antisistema y con un programa electoral radical que haría parecer moderada a Margaret Thatcher. Esto en un país de larga tradición económica proteccionista y estatista. Antes, quien proclamara que había que desmantelar el estado de bienestar argentino (el más fuerte de Latinoamérica junto con Uruguay) tenía una derrota asegurada en las elecciones. Todo ha cambiado.

Javier Milei (La Libertad Avanza) ha sumado más de 7,1 millones de votos (30,1%) y es el candidato más votado de las primarias abiertas y simultáneas. Pero la avalancha conservadora no se queda ahí: la primaria de Juntos por el Cambio (segundo lugar con el 28,3% del total de votos) la ha ganado la candidata del ala derecha, Patricia Bullrich, representante de los halcones de la era posterior a Mauricio Macri, más liberal en lo económico y que defiende una estrategia de confrontación con el peronismo. El más centrista, Horacio Rodríguez Larreta, obtiene casi un millón y medio de votos menos que su rival interna. El alcalde porteño era hace cuatro años el favorito para estas generales y ya ha quedado fuera de juego.

El concepto que tantas veces ha repetido Pablo Iglesias al hablar del PP y de Vox merece ser citado ahora: la gente suele votar al original, más creíble, y no a quien se copia del que está de moda. Eso ha sucedido con la coalición del peronismo y kirchnerismo: eligieron de candidato de unidad a Sergio Massa, del ala más liberal del peronismo, muy cercano al establishment y de fluidos contactos con Washington. Su frente, Unión por la Patria, ha acabado en el tercer lugar con 27,2% (el ala progresista del frente llevaba a Juan Grabois como candidato y ha obtenido solo un 5,8%).

Sergio Massa, con semblante serio. (Luis ROBAYO | AFP)

Nunca antes en la historia democrática el peronista más votado había quedado en tercer lugar. La peor performance histórica hasta ahora era del kirchnerista Daniel Scioli en 2015, con 37%. Hay un cambio sociológico en el país sudamericano y al parecer buena parte de la élite política no lo ha percibido.

El auge ultra

«Daremos fin al kirchnerismo y a la casta política de chorros (ladrones) que arruinan la vida de la gente», ha dicho Milei en su exasperado discurso (como casi todos) en el escenario de su centro de campaña. Estaba abrazado a su hermana Karina, quien es señalada como el cerebro estratégico de toda su estructura.

Para entender la extravagancia del personaje que acaba de ganar el primer match electoral hay que recordar su perfil personal, por el cual se hizo famoso: un economista ultraliberal ortodoxo que polemizaba con agresiones e insultos en los platós de televisión y que comentaba su vida privada excéntrica. Practicaba el sexo tántrico, relataba que pasaba meses sin eyacular y que había sufrido abuso infantil, por lo cual no tenía relación con sus padres, a quienes consideraba muertos. Su única familia era su hermana, a quien venera y que será la primera dama de facto en caso de que llegue a la Casa Rosada, según ha anunciado.

«Con nosotros cambió la idea de lo que es un acto (mitin), esto es ir a un concierto de rock. Él se siente cómodo haciendo de rock star», dijo el mes pasado en una de sus escasísimas declaraciones públicas Karina Milei.

Lo más importante: ha resistido todos los intentos del partido para erosionar su influencia y defiende que «hay que dar la batalla cultural para el cambio que hace falta». Por eso, destaca que su hermano «bajó al barro de la política cuando como conferencista ganaba 10.000 dólares» por ponencia.

Milei quiere derrumbar el estado de bienestar, privatizar la educación pública, clausurar el Banco Central, fulminar todos los subsidios y dolarizar Argentina (el nada fácil objetivo de sustituir el peso por el dólar en una economía cuyo PIB es las comunidades de Madrid y Catalunya juntas).

No se cansa de desprestigiar a «la casta» pero se ha diferenciado exitosamente de los otros movimientos de extrema derecha en cuestiones clave: supo ver que no prosperaría un discurso católico, reaccionario con los derechos LGBTI y contra la migración. Su foco es «contra los zurdos», contra el peronismo en general y contra la centroderecha moderada, además de ser revisionista con respecto a lo ocurrido en la dictadura militar. Sobre el aborto tampoco cuestiona el derecho en sí, sino que el Estado deba pagar por la interrupción del embarazo.

Esta es una de las claves por las cuales Milei no ha sido asumido como rancio y casposo para el electorado más joven, entre el cual ha arrasado. De hecho, algunas encuestas señalaban que si todos los votantes fueran menores de 35 y varones, él obtendría 50% de los votos.

Otro hito sorprendente: ha ganado en casi todas las provincias del interior menos desarrollado y ha quedado tercero en donde comenzó su carrera política, la ciudad de Buenos Aires. Se confirma lo que los encuestadores (que subestimaron con creces su poder electoral) venían señalando: es un voto de clase media-baja y baja, no universitaria, especialmente masculino y joven.

Es difícil entender el nivel de rabia y hartazgo político que tienen los argentinos, estimulado por los dos grandes bloques (kirchnerismo y no kirchnerismo) desde 2008, pero especialmente amplificado desde 2018 con la crisis de la divisa y el rebrote de la inflación en la segunda mitad del mandato de Macri y que desde 2020, con el gobierno de Alberto Fernández, está literalmente desbocada superando el 90% anual (para 2023 se espera 120%). Cuando se habla con votantes locales lo que predomina es la desazón y la desesperanza y ningún candidato ha sabido representar mejor el sentimiento de patear el tablero como un antisistema de derechas que vocifera hostilmente por televisión lo que muchos piensan.

El ocaso del kirchnerismo

El frente de unidad del peronismo en sus varias vertientes que ganó en 2019 a Macri ha perdido 6,7 millones de votos. En algunas regiones ha prácticamente desaparecido (como en la provincia de Córdoba, segunda circunscripción en importancia) y en su principal bastión, la provincia de Buenos Aires, ha obtenido el peor resultado de su historia (32%). La escisión peronista que ha competido por fuera, liderada por Juan Schiaretti, ha logrado un millón de votos (3,8%) y ha superado el suelo electoral.

El legado económico del Gobierno de Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner también explica en buena parte el auge de Milei. La pobreza ha vuelto a superar el 40% y el empleo informal ya supera el 35%. La crisis de la divisa no ha sido subsanada y hay 10 tipos de cambio diferentes para conseguir dólares, siendo el mercado ilegal al que suelen acceder quienes quieren ahorrar en moneda o viajar al exterior.

La gestión de la pandemia (el confinamiento más largo del mundo, solo superado por Australia), los escándalos con respecto a las reuniones privadas de los altos cargos y del propio presidente Fernández, la vacunación paralela para amigos del poder, una pelea constante entre el presidente y la vice, y una economía que, si bien crece, lo hace de forma desigual y caótica, han llevado no solo al colapso del kirchnerismo sino a algo aún peor: la desaparición del escenario político de opciones progresistas. Quienes defienden nítidamente políticas de izquierdas no han superado el 10% de los votos nacionales. Un retroceso récord y peligroso.

El kirchnerismo más explícito ha pasado a convertirse en un partido regional, solamente fuerte en la populosa periferia de Buenos Aires y algunas zonas de la región pampeana central. El peronismo más clásico amanece el día después viendo cómo su enorme maquinaria en las provincias del interior fue insuficiente frente a un capitalino excéntrico y de clase alta.

Es posible que tras las elecciones, las cuales perderán de forma casi imparable, haya una reorganización profunda del peronismo y una escisión kirchnerista. «Nos quedan 60 días para darlo vuelta (remontar)», ha dicho Massa al reconocer los resultados. Su objetivo es entrar en el balotaje presidencial de noviembre.

Cuenta con algo a favor: quien ha ganado la interna es Bullrich, con un discurso más cercano al de Milei, por lo que en las generales de octubre es posible que aspire parte de los votos del candidato ultra. El sistema argentino, con la peculiaridad de las primarias simultáneas y obligatorias, hace que en agosto se vote con la emoción, en octubre con la táctica y en noviembre (segunda vuelta) por el mal menor.

Mauricio Macri saluda a Patricia Bullrich. (Juan MABROMATA | AFP)

El reto de Bullrich será no escorarse más a la derecha y emular el discurso antisistema para captar votos, algo que le haría perder los votos más centristas, que podrían irse a Massa, quien también deberá seducir a los 1,3 millones que han votado a su rival interno (casi antagonista en su visión de la economía). Y también está por verse cómo operarán los poderes fácticos: el establishment económico y diplomático se decantaba por Larreta o Massa. Milei es tan radical e inexperto que provoca incertidumbre en los mercados y preocupación geopolítica: liquidado Bolsonaro en Brasil y Kast en Chile, la inestabilidad ultra (y anti Mercosur) en la tercera economía latinoamericana no la desea nadie, tampoco Washington ni Bruselas.

Quedan dos meses para las generales y eso en Argentina es muchísimo tiempo. Milei, Bullrich y Massa saben que el balotaje de noviembre tiene lugar solo para dos candidatos e, increíblemente, quien ya tiene casi asegurado su lugar era el menos pensado.