El viernes 26 de agosto de 1983 amanece en Euskal Herria con cielos muy nubosos, pero la previsión de Usabiaga en ‘Egin’ no difiere mucho de las de los lluviosos días anteriores: «Siguen siendo muy probables las precipitaciones, intermitentemente». Pero a esa hora masas de aire de muy diferentes temperaturas y cargadísimas de agua se van superponiendo allá arriba mientras aquí abajo arranca en Bilbo el día grande de Aste Nagusia, con concurso de disfraces.
La capital vizcaina será el epicentro de la catástrofe, pero los primeros zarpazos terribles se producen en el nordeste del país. Un diluvio brutal centrado en Azkaine rompe una presa en Senpere y arrastra varias caravanas hasta Donibane Lohitzune; en una de ellas se ve a cuatro personas que luego desaparecen engullidas por las aguas. Al final se contarán nueve muertos en Ipar Euskal Herria y 34 en el resto de herrialdes, sobre todo en Bizkaia.
Los litros y litros van cayendo sin piedad, más de 500 por metro cuadrado, lo nunca medido, y sobre un terreno ya muy saturado para absober tal cantidad; empiezan a desencadenar desastres que solo se conocerán con el paso de los días, cuando se recuperen todas las comunicaciones cercenadas por los torrentes (carreteras, televisión, teléfono... solo la radio aguantará el tirón).
Gernika, Bermeo, Uztaritze, Laudio... cada caso sobrecoge en sí mismo, aunque algunos tengan final feliz
Cada caso sobrecoge en sí mismo. En Gernika se ha hundido el suelo de una carnicería llevándose la vida del joven hijo del tendero ante la mirada de sus padres. En Bermeo un hermano y una hermana que regentan un bar quedan atrapados en el sótano, él con el agua hasta el cuello, aunque este caso tendrá final feliz. No en Uztaritze, donde varias personas se han subido al techo del autobús atrapado por las aguas, hasta que una de ellas ha decidido saltar para intentar salir nadando y se ha ahogado ante la mirada impotente de las demás.
El shock se refleja en los textos, una mezcla de espanto y estupor. Cómo no haberlo. «A la hora de redactar esta información, once y cuarto de la noche, se han hundido varias casas en diversos puntos de Vizcaya. Animales, electrodomésticos y diversos objetos, entre otros dos depósitos de propano perdidos por un banco en Erandio, bajan flotando a gran velocidad por la ría del Nervión. El túnel de Malmasin se ha convertido en un río».
Son letras escritas con angustia desde una redacción central de Hernani que también se va anegando: «El agua entra ya a oleadas por las puertas delantera y trasera, incontenible», explica el redactor. Se logrará sacar una edición de urgencia, 24 páginas.
Del caos al drama
El shock lo ocupa todo en esas primeras horas. La falta de comunicación total con Bermeo hace que corra el rumor de que el pueblo ha desaparecido bajo las aguas. Tampoco hay noticias de Laudio. La tragedia viaja a velocidad de río desbocado, de este a oeste y de norte a sur.
Hará falta que amanezca el sábado para que el agua empiece a aflojar y se puedan clarificar las cosas. Y lo que aflora queda bien resumido en el titular de portada del domingo 28: «El caos se convirtió ayer en tragedia». Hay muchísimas personas desaparecidas, pero para entonces ya se apunta con seguridad a una treintena de muertes, cifra bastante ajustada a la realidad final.
Las listas de víctimas mortales van en última página, con petición de ayuda para identificar a algunas: «Un niño en Basauri, al parecer marroquí...»
Todos los números reflejan la dimensión de la tragedia, inabarcable. 50 caravanas han sido arrastradas por un río en Lapurdi, hay más de 150 familias sin hogar en Ipar Euskal Herria, 2.500 personas bloqueadas en la estación de tren de Gasteiz... Qué decir de Bilbo, donde las aguas han alcanzado entre 5 y 8 metros de altura en algunas calles, hay más de 1.000 personas acogidas en colegios de la ciudad, en la parte baja de Errekalde tienen que entrar a casa por las ventanas del segundo piso, puesto que a ras de suelo se ha formado un grueso magma desprendido de la zona alta...
Lo más terrible, con todo, llega días después, cuando se empiezan a publicar listas de víctimas mortales. Van en última página, aún incompletas, con petición de ayuda ciudadana para llenar los huecos. Y sobre todo duele leer: «Mary Sol Corral, 11 años, Echévarri; un niño sin identificar en Basauri, al parecer marroquí; un joven de entre 12 y 14 años, en Galdácano...»
Servicio público
La prensa toma esos días, más que nunca, auténtica función de servicio público. Los ríos van volviendo a sus cauces habituales, pero aparecen nuevos peligros imprevisibles por desconocidos. El primer aviso es para que no se consuma agua del grifo, puesto que las cañerías se han roto y baja mezclada con aguas fecales, tierra arrastrada... En las fotos aparecen largas hileras de personas intentando comprar agua embotellada; no hay para todos. En caso de absoluta necesidad ‘Egin’ explica cómo hervirla para reducir riesgos.
En días siguientes se alertará para no acudir a las playas, donde se advierte de «riesgo de productos tóxicos como cianuro» e incluso «víboras vivas» arrastradas allá por los ríos. Una imagen de la playa de Ereaga, en Getxo, ilustra el panorama apocalíptico: se ha convertido en un auténtico vertedero de botes, latas, electrodomésticos... en que ni se ve un grano de arena. En el puerto de Baiona aparecerán días después bidones tóxicos procedentes del de Bilbo, obligando a los pescadores de la zona a retirar sus redes rápidamente.
Una nueva alarma insta a incinerar cuanto antes los animales muertos y productos alimenticios deteriorados, o al menos a enterrarlos a cierta profundidad y a ser posible en cal viva. Se facilita además un contacto sanitario para avisar cuanto antes de problemas intestinales, para así evitar brotes que deriven en epidemias.
El agua genera una obsesión doble: por el temor a nuevas lluvias y por la necesidad de que vuelva a ser potable, lo que costará días
El agua se refleja como una obsesión doble: por temor a nuevas lluvias y por la necesidad imperiosa de consumirla. Sin embargo, en Bilbo habrá que esperar una semana entera para que vuelva a ser potable. Aunque esa angustia es poca para los que sencillamente lo han perdido todo: el número de casas derruidas resulta incontable y la frase más reproducida en las entrevistas es «no tenemos nada».
En marcha
Pero no hay tiempo para lamentaciones, así que el país entero se levanta y coge las palas. Y es que las afecciones han sacudido a todos los herrialdes, sin excepción. Urge Bilbo pero hay tajo también en Andosilla, es Laudio pero también Bera, son Bermeo y Tolosa, Mungia y Azkaine... Un dato: desde Gasteiz parte un millar de personas por día para limpiar Laudio. Y un comunicado: el de la Asamblea de Presos de Basauri, que se ofrece para colaborar en la «recuperación de Euskadi» y como «hijos de este pueblo que somos».
Solo la política enrarece el gigantesco auzolan, en una época muy crispada por el enfrentamiento armado. Hay debate sobre la versión oficial en torno a la muerte de cuatro guardias civiles en Laudio –en acción heróica para algunos e imprudencia manifiesta para otros–. Y la tensión se dispara por los insultos del gobernador civil de Bizkaia a quienes han dejado un momento de limpiar las calles para protestar por una detención.
Sicosis y pobreza
La sicosis tardará en disiparse casi tanto como el dolor. En la primera quincena de setiembre siguen apareciendo noticias de bidones con productos tóxicos –el cianuro se convierte en otra inquietud omnipresente–. Se alerta a los voluntarios de limpieza para usar desinfectante en caso de cualquier herida, por pequeña que sea, dado que la tierra puede estar contaminada. Y se insiste en reclamar más controles sobre la salubridad de los alimentos comercializados, entre rumores de que se vende carne podrida.
Días después emerge la alarma económica: «¿Quién querrá abrir ya un establecimiento en el Casco Viejo de Bilbao?»
Las afecciones económicas se van sumando a las humanas. ‘Egin’ se pregunta en un artículo: «¿Quién querrá abrir ya un establecimiento en el Casco Viejo de Bilbao?». Solo en Bizkaia se calcula que unas 26.000 personas han perdido su trabajo de golpe. Y los daños producidos pueden alcanzar el medio billón de pesetas.
Hará falta casi un mes desde el fatal 26 de agosto para que entre el lodo vuelva a brotar la ilusión, con un mensaje de las comparsas de Bilbo sobre la posibilidad de recuperar los últimos días de Aste Nagusia que las aguas se llevaron por delante, al estilo de lo que había ocurrido en Iruñea con los Sanfermines de 1978.