Alessandro Ruta

Cuando Estocolmo se convirtió en un síndrome

El 23 de agosto de 1973, un atraco en un banco de la capital de Suecia acabó convertido en caso de estudio psiquiátrico, puesto que los rehenes se solidarizaron con sus secuestradores y rechazaron la ayuda de la Policía. Había nacido el síndrome de Estocolmo.

Clark Olofsson, en el centro entre su esposa y un policía, uno de los secuestradores del Banco Kreditkanken.
Clark Olofsson, en el centro entre su esposa y un policía, uno de los secuestradores del Banco Kreditkanken. (Wikimedia Commons)

Norrmalmstorg; suena a nombre de un mueble de alguna cadena sueca archiconocida en el mundo. Pero no, no es un armario, ni una silla, ni una librería que montar. Se trata una plaza cuadrada en el centro histórico de Estocolmo, la capital de Suecia, donde el 23 de agosto de 1973 ocurrió algo tan único que se convertiría en una expresión, en un concepto.

Un atraco en un banco, unos rehenes, seis días sin solución a la vista, con la televisión grabándolo todo como en ‘Tarde de perros’ con Al Pacino. Discusiones y negociaciones interminables, hasta llegar al final absurdo y surrealista: los secuestrados empatizando con los atracadores más que con los policías.

Había nacido el «síndrome de Norrmalmstorg», más conocido como el síndrome de Estocolmo.

Un jueves laborable

Hoy día, el edificio del Banco Kreditkanken de la plaza Norrmalmstorg es un hotel de lujo. Sin embargo, esa mañana de aquel caluroso jueves 23 de agosto de 1973 un hombre armado entra gritando «¡Qué empiece la fiesta!».

Se llama Jan-Erik Olsson, ‘Janne’ para los amigos, y se encuentra en libertad provisional, aunque debía estar en la cárcel por una condena de 3 años a causa de un atraco en un banco.

Su carrera criminal ha empezado con apenas 16 años. Lleva una especie de mitra en las manos para parecer árabe, incluso ha oscurecido su piel. Habla inglés pero con un acento extraño, se ve que no es ni británico ni americano.

Jan-Erik Olsson, en manos policiales. (Wikimedia Commons)

Todo ocurre en una ciudad tranquila como escenario, en un día laborable en que la música de un grupo que todavía se llama Björn & Benny–Agnetha & Anni-Frid, los futuros Abba, se escucha por las radios de los bares: «Ring, ring, why don't you give me a call? Ring, ring, the happiest sound of them all».

El desarrollo de los hechos también es el habitual: la Policía llega al lugar y emprende una negociación. El atracador reclama tres millones de coronas suecas (hoy serían 250.000 euros), un coche para escapar y la liberación de su amigo e ídolo Clark Olofsson, un verdadero gánster al que Olsson conoce en la cárcel de Kalmar. Liberarlo para llevarlo al banco, ni más ni menos.

Hay disparos y un policía herido. Al final, tanto el coche (un Ford Mustang azul) como Olofsson son conducidos allí, mientras que Jan-Erik toma a cuatro jóvenes empleados del Kreditkanten como rehenes: Birgitte Lundblad, Elisabeth Oldgren, Kristin Enhmark y Sven Safstrom. Queda claro que no está para bromas. Lo que nadie sabe es que lo mejor está aún por llegar.

Olof Palme

Atrincherados bajo la bóveda del banco, los seis quedan así, esperando. Están en un pasillo largo, de 16 metros por 3,5 de ancho. Y oscuro, porque la Policía ha quitado la luz. A Olsson pronto se le quita el maquillaje, y queda a la vista que todo es postizo, incluido el acento inglés. Cuando empieza a hablar en su verdadero idioma, resulta evidente que se trata de un sueco, y del sur del país, de Escania, cerca de Dinamarca.

Alto y fibroso, Jan-Erik mete miedo. El otro, Clark, pequeñito, recibe un teléfono móvil de la Policía para mantener las comunicaciones abiertas. Desde el altavoz, los agentes escuchan las amenazas de los dos criminales a los rehenes y reciben disparos cuando intentan meter una cámara en el interior del pasillo abovedado.

El calor es sofocante, agobiante; el tiempo transcurre gota a gota. Es un juego de resistencia en una ciudad a la que ha atrapado la noticia y que sigue el desarrollo de los hechos a través de las pantallas de televisión.

Mientras tanto, atracadores y rehenes se tranquilizan mutuamente. Durante el primer día, Elisabeth tiene que ir al baño, que se encuentra cerca de la salida del banco, donde la Policía está esperando. Así que sale de la bóveda con permiso de los secuestradores, pero no escapa y vuelve al lugar del cautiverio.

Cuando Olsson llama al primer ministro Palme, la rehén Kristin explota: «Usted sigue jugando a ajedrez con nuestras vidas. Yo confío en Janne y Clark»

 

Todo se convierte en delirante cuando Olsson llama al primer ministro sueco: Olof Palme, ni más ni menos, el hombre que será asesinado en las calles de Estocolmo en 1986. Le explica que va a matar todos los rehenes si la Policía insiste en presionar, y Kristin explota, no en contra de los atracadores, sino del mismo Palme: «Usted sigue jugando a ajedrez con nuestras vidas. Yo confío en Janne y Clark porque no nos han hecho nada. Lo que temo es que la Policía nos ataque y nos mate».

Son cinco días en que el grupito de seis personas hasta se lo pasará bien. Los rehenes ayudan a los atracadores colaborando en los chantajes y las amenazas en contra de las autoridades, Olofsson canta ‘Killing me softly’, la canción de Roberta Flack que años después sería interpretada por el grupo The Fugees.

La Policía hace agujeros en el techo desde el exterior, para escuchar lo que está pasando debajo de la bóveda. Y termina irrumpiendo por la fuerza en la noche del 28 agosto, utilizando gases lacrimógenos. Final del atraco. Los rehenes liberados y los dos criminales que retornarán a la cárcel se despiden abrazados.

Cultura pop

Durante el juicio, los testimonios de los cuatro empleados del banco minimizarán los hechos, prolongando una absurda solidaridad con los secuestradores. Sin embargo, a Janne le caerán 10 años de prisión, mientras que a Olofsson simplemente le harán cumplir con su anterior pena sin añadirle nada. Tres de los cuatro rehenes, todos menos Birgitte, cambiarán casi enseguida de trabajo.

Así termina la historia en sí, pero para la posteridad queda la definición de esa actitud. Será Nils Bejerot, psiquiatra que hizo las entrevistas a los cuatro rehenes después del atraco, quien identifique aquel sentimiento de empatía hacia los secuestradores como síndrome de Norrmalmstorg, luego convertido en síndrome de Estocolmo.

Hay dos fases: inicialmente la víctima padece un shock, pero luego se readapta a un estadio preinfantil, de dependencia absoluta

 

Se trata de un trauma en dos fases, donde la víctima inicialmente padece un shock, cuando toma conciencia del riesgo de muerte. En la segunda, la mente del secuestrado se readapta a un estadio preinfantil, es decir, a una dependencia absoluta de todo que le rodea, en este caso del secuestrador. Así se gesta esa unión, que permite al atacante utilizar al rehén como un instrumento para lograr sus objetivos.

No será el primero ni último caso de este tipo. Pero ha cristalizado en ese punto de esa ciudad concreta, entrando desde ahí en el imaginario colectivo, sobre todo gracias a los medios de comunicación. Es obvio; la solidaridad con unos secuestradores tiene que ser, más que de unos pocos rehenes, de un grupo social entero, para dar más peso al concepto.

En época reciente, en la exitosísima serie de televisión ‘La casa de papel’, que habla de un atraco al Banco de España, uno de los personajes, la trabajadora del mismo banco, cambia su nombre de Mónica Gaztambide a Estocolmo porque solidariza con los secuestradores, hasta acabar convirtiéndose en la pareja de uno de ellos, Denver. Pero tirando de este hilo ya nos iríamos a la cultura pop.