Entre agresiones y amenazas, la aldea palestina de Susiya resiste a la extrema violencia de los colonos israelíes, quienes tras el estallido de la guerra en Gaza hace un mes aprovechan una nueva ventana de oportunidad para el traslado forzoso de comunidades agrícolas enteras de Cisjordania ocupada.
«Usan la violencia para expulsarnos, pero esta es nuestra tierra y la de nuestros abuelos, somos fuertes y no nos iremos», dice Mohamed Nawaja, joven de 20 años, entre estructuras de plástico y metal que sirven de vivienda a 450 personas en Susiya, en el sur de Cisjordania.
Desde el 7 de octubre, los agresiones de colonos se disparan y se ceban en poblados rurales esparcidos por Cisjordania. Su meta es echar a sus vecinos, quedarse con la tierra y afianzar el control israelí, aseguran los residentes de las mismas aldeas o grupos de derechos humanos locales.
Solo este último mes los colonos forzaron el traslado de quince comunidades donde vivían más de 800 palestinos y se han registrado más de 200 ataques cometidos por ellos, según datos recopilados por la Oficina de Coordinación Humanitaria de la ONU (OCHA), que instó a Israel a actuar para acabar con esta situación, por ahora sin resultados.
Estas semanas, mientras los israelíes son llamados a filas, Nawaja comenta que en Susiya ya no diferencian entre colonos y soldados, y que los que vienen a intimidar o atacar «llevan la misma ropa», un panorama «aún más aterrador».
«La semana pasada llegaron de noche, amenazaron con armas de fuego y ordenaron que nos fuéramos en 24 horas», denuncia el chico, que asegura que ahora «los colonos vienen a diario para romper coches, cortar olivos, destrozar cultivos, atacar casas o causar incendios».
Nawaja, que vive con sus padres y otros cinco hermanos, sufrió esta realidad desde que nació, pero estos días «empeoró mucho más». También tiene presente la amenaza de que su hogar podría desaparecer de un día para otro, ya que todas las estructuras del pueblo tienen una orden de demolición de Israel desde hace tiempo.
Según lamenta, a esta situación se suma el aumento de controles y restricciones de movimiento, que hace la vida «muy difícil».
En Susiya, algunos de los accesos al pueblo se cortaron al paso de los coches con grandes piedras estas semanas, y sus residente están en alerta casi constante ante la posible irrupción de colonos que tienen sus asentamientos a pocos cientos de metros de distancia.
«Se llevaron diez sacos enteros de aceitunas»
A su vez, moverse por las inmediaciones es un riesgo para los palestinos, que han renunciado también a la cosecha de la aceituna por el peligro de ataques en los olivares del área.
«La gente está muy asustada, aquí no podemos hacer nada», agrega Nawaja, señalando los olivos de la zona, donde estos días un vecino trabajaba hasta que llegaron colonos.
«Se llevaron su tractor y diez sacos enteros de aceitunas», denuncia.
Pero la violencia colona no es solo en su aldea, sino también en otros puntos de las colinas de Hebrón y la zona de Masafer Yata, donde hace pocos días hubo otro poblado llamado Zaruta que ya no pudo aguantar más y sus habitantes se vieron forzados al traslado.
«Los colonos no paraban de atacar Zaruta», hasta que lograron que sus vecinos –unas 25 familias– dejaran el pueblo, comenta Nawaja.
«Impunidad de los colonos»
Según Dror Sadot, portavoz de la ONG israelí Btselem, los ataques de colonos armados que actúan con impunidad, apoyo o connivencia del Ejército o el Estado israelí vienen de lejos, pero ahora «se intensifican para apoderarse de la tierra y judaizar el Área C».
Esta zona, correspondiente al 60 % de territorio cisjordano, está administrada directamente por Israel y es ahí donde se sitúan la mayoría de sus colonias, ilegales según la ley internacional desde el inicio de la ocupación en 1967. Desde entonces, la derecha y ultraderecha en Israel sueñan con su anexión y los colonos son su punta de lanza.
«La comunidad internacional está centrada en Gaza, los colonos lo saben y tratan de seguir su plan de aldea en aldea para desalojar a su gente, aprovechando que el foco está en la guerra», indica Sadot.
No es solo parte de su agenda, sino «una política» del propio Israel, aplicada «por vía oficial confiscando tierras, declarándolas propiedad estatal o zonas de entreno militar», agrega.
«El Estado tiene medios oficiales para hacerlo y los colonos el modo no oficial, que es apoderarse violentamente de la tierra».
En este proceso, alerta Sadot, desde el 7 de octubre se observa una dinámica en que soldados y colonos parecen actuar prácticamente organizados «en milicias conjuntas».
«Muchos colonos fueron llamados al Ejército y los palestinos ya no están seguros de quién es quién», concluye.