Esta previsto que casi medio centenar de personas declaren en calidad de testigos en esta vista, que tendrá lugar en la Sección Primera y en cuya sala también comparecerán más de 25 peritos.
Además del acusado que continúa huido tampoco comparecerá uno de los testigos presenciales, que no ha podido ser localizado a pesar de las debidas citaciones cursadas y que se encuentra en paradero desconocido. Esta circunstancia llevó días atrás a las defensas a solicitar sin éxito otra suspensión de la vista, según han informado a Efe fuentes del caso.
La elección de los once miembros del jurado, nueve titulares y dos suplentes, ocupará la primera sesión, en la que también está previsto que las partes presenten sus alegaciones preliminares.
El lunes comenzarán a pasar por la sala los testigos, el primero de los cuales será Iker Coca, hermano de Santi, al que acompañaba cuando sucedieron los hechos. La jornada siguiente será el turno de Fátima Hacine, madre del menor fallecido, quien comparecerá el mismo día en el que su hijo hubiera cumplido 22 años.
Aunque estarán presentes a lo largo de toda la vista oral, los cinco acusados serán los últimos en declarar, tras haberlo solicitado así sus abogados.
Entre 15 y 20 años
Además de la Fiscalía y de los abogados defensores, en la causa también está personada la familia del fallecido como acusación particular y el Ayuntamiento de Donostia, que ejerce la acción popular.
Los hechos enjuiciados tuvieron lugar la madrugada del 26 de abril de 2019 en el exterior de la discoteca del Náutico. Tras recibir la paliza, Santi Coca, que entonces tenía 17 años, fue trasladado al Hospital Donostia, donde falleció después de permanecer dos días en coma.
Cada uno de los acusados se enfrenta a una petición de veinte años de cárcel, tanto por parte de la Fiscalía de Gipuzkoa como de la acusación particular.
El Ayuntamiento reclama quince años de prisión para cinco de los procesados, si bien eleva hasta los veinte años su solicitud para el joven fugado, a quien atribuye haber propinado a la víctima la «última y brutal patada en la cabeza» cuando la víctima ya había perdido el conocimiento.