Mauricio Morales

Restringiendo la vida

La Ruta 60 atraviesa casi toda Cisjordania ocupada, desde Jenin hasta Al-Jalil (Hebrón) pasando por Jerusalén. Son cerca de 150 km de vía, que en condiciones normales supondría alrededor de 3 horas recorrerla. A los palestinos, realizar este trayecto les puede llevar el doble o triple de tiempo.

Grafitis dibujados en Belén, en el muro de la vergüenza construido por Israel en Cisjordania.
Grafitis dibujados en Belén, en el muro de la vergüenza construido por Israel en Cisjordania. (Hazem BADER | AFP)

Son varios los factores que hacen que el camino sea más largo para los palestinos que viven bajo la ocupación israelí. Los puestos de control o checkpoints que están distribuidos por toda la ruta 60, donde el tiempo de espera es aleatorio y depende de los militares israelíes. Los bloqueos de las carreteras: los militares israelíes cortan partes de la Ruta 60 por distintas razones, casi siempre cerca de las colonias ilegales. El miedo a la violencia de los colonos también es una cuestión determinante para que los palestinos que se desplazan entre ciudades y pueblos en Cisjordania tomen rutas alternativas. Todo esto es algo que siempre ha estado presente, pero desde el 7 de octubre estas restricciones se han incrementado.

Dania lo sabe bien. Sus primeros recuerdos de la niñez, bajo la ocupación, son el miedo y el desconcierto que sintió cuando un soldado israelí le puso el cañón del fusil en el pecho a su padre en uno de estos controles. Dania tiene 18 años, es estudiante de Ingeniería de Sistemas y desde hace un mes no ha podido acudir a clase porque hay un bloqueo y un confinamiento de facto en el pueblo en el que vive: Huwara.

Su pueblo es un lugar estratégico de movimiento de palestinos y mercancías, o al menos lo era. Desde hace más de un mes, justo desde el 8 de octubre, la parte de la Ruta 60 que cruza Huwara está cerrada para los palestinos. También está prohibido, incluso, el tránsito de peatones por las aceras. La calle principal –parte de esta vía–, que estaba en constante movimiento y cuyos negocios daban empleo a palestinos de la localidad y de otras aldeas cercanas, hoy parece un pueblo fantasma. Los residentes no pueden cruzarla sin permiso del Ejército. Solo se ven soldados israelíes en algunos edificios abandonados y banderas del Estado de Israel.

El padre de Dania tuvo que trasladar su consultorio de pediatría a otra población cercana. Los demás prestadores de servicios y dueños de negocios que han podido, han optado por la misma opción. El desplazamiento forzoso de sus negocios a otros pueblos no solo tiene un impacto económico, sino que claramente es un ataque al arraigo a su tierra y otra afrenta más contra la dignidad al no poder caminar ni por las calles de su pueblo.

«Llevo triste mucho tiempo. Por amigos que han sido asesinados por los israelíes. Por las vías. Por la dificultad para moverse. Vives cargando un peso sobre tus hombros, tienes algo por lo que pelear todo el tiempo, a donde quiera que vayas», reflexiona Dania desde Huwara, de donde apenas puede salir y por donde ni siquiera puede moverse.

En este pueblo, la violencia no es nada nuevo. Los ataques de los colonos a los palestinos son constante y también se han producido agresiones de palestinos a colonos que transitaban por allí. Por eso, el ministro de Justicia de extrema derecha, Bezalel Smotrich, que visitó el lugar un día antes de los ataques de Hamas, pidió que se cerrara la vía para los palestinos. Y así fue.

Para muchos trabajadores palestinos en la Cisjordania ocupada, su vida ha cambiado desde el 7 de octubre. Alrededor de 150.000 de palestinos que trabajaban en Israel han visto revocado su permiso de ingreso desde Cisjordania. La mayoría de la mano de obra palestina es utilizada por empresas israelíes en la construcción y agricultura.

«Estamos en guerra»

En Belén, un punto turístico importante, muchos negocios han decidido cerrar. «Estamos en guerra», dice el dueño de un local de venta de comida, y añade que «turistas ya no hay». Muchos hoteles y restaurantes han optado por cerrar definitivamente. Un vendedor de souvenirs instalado cerca de la iglesia de la Natividad asegura que no ha vendido más de 100 euros en el último mes.

La ruta de los autobuses que trasladaban a los palestinos que trabajaban en diferentes puntos de Israel, ya no operan en Belén. Para utilizarlos, deben ir a una aldea cercana después de cruzar las barreras puestas por el Ejército israelí. En una parada improvisada esperan los pocos palestinos que aún tienen autorización para moverse hacia territorio israelí.

El autocar se detiene en un punto de control. Los palestinos ya saben la rutina: todos descienden del vehículo, niñas, niños, mayores, mujeres, jóvenes... Sacan sus documentos y esperan que tres militares que no tendrán más de 19 años, con sus fusiles terciados en el pecho, les pidan los documentos uno a uno, revisen sus mochilas y les permitan subir de nuevo al hasta llegar a Jerusalén, donde banderas gigantes de Israel adornan las avenidas.

Dania sigue encerrada en su casa, por miedo y por imposición. Sus reflexiones resuenan: «Tengo que luchar por mi existencia como palestina y por mis ideas. Se trata de tener libertad. Luchar por ella todo el tiempo».