Un empleo que todo lo abarca... menos los derechos
El movimiento feminista defenderá en la huelga mañana que debe derogarse la Ley de Extranjería y erradicarse el régimen interno de empleo de hogar. Las empleadas internas, casi en su totalidad mujeres migradas, son las que más sufren el actual sistema de cuidados.
Soy esa migrada, que no se debe quejar./ Soy una migrada, que a sus hijos quiere abrazar./ Soy esa madre, que a sus vástagos añora besar./ Soy una migrada, que trabaja sin cesar».
Cándida Rivas, autora del fragmento del poema que abre esta página, es nicaragüense y lleva unos siete años «por estos lados». Vino «casi de repente», cuando sus hijos, que vivían en Zarautz, le compraron un billete a Euskal Herria, y ahora vive en Donostia. Se formó en su país en Ciencias de la Educación con Especialidad en Lengua y allí trabajó en el ámbito educativo y en defensa de los derechos de las mujeres y de los niños y niñas. Cuando llegó a Gipuzkoa, trabajó por dos años cuidando a niños, para después lanzarse al empleo de cuidados en régimen interno. Durante más de un año, trabajó sin cesar.
«El trabajo de interna es muy difícil, es agotador», relata. Rivas cuenta su historia, pero recuerda que es la historia de muchas mujeres, la gran mayoría migrantes, que viven prácticamente encerradas en casas de toda Euskal Herria.
Las trabajadoras de hogar y de cuidados en régimen interno son las que tienen las peores condiciones en el sector de los cuidados remunerados. Son, en gran medida, las que asumen y resuelven los vacíos de un ecosistema de cuidados fallido que no llega a todas las personas, las que están cuando no llega el dinero para la residencia, cuando no llega la abuela, la hermana o la hija. Son quienes más sufren el actual sistema de cuidados y las que menos oportunidades tendrán para secundar la huelga que el movimiento feminista ha convocado para este jueves.
Según el último informe de la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia (ATH), que arroja algo de luz a un sector opaco, casi la totalidad de las personas trabajadoras en régimen interno que atendieron en sus oficinas en 2022 eran mujeres extranjeras, sus países de origen más frecuentes fueron Paraguay, Nicaragua y Bolivia y casi el 30% del total de las trabajadoras internas estaba en situación administrativa irregular.
Sobre el papel, la Ley de empleo del hogar (el Real Decreto-Ley 16/2022) prevé un máximo de 60 horas semanales de prestación de servicios –sin computar el tiempo de acompañamiento nocturno– pero, en la práctica, el 73% de las empleadas internas superan este umbral, algunas, con creces: casi la mitad de las internas que acudieron a la asociación con sede en Bilbo el año pasado trabajaba más de 71 horas a la semana y casi el 22% no tenía permiso diario para salir de la vivienda. A mayor rango de horas trabajadas, crece el porcentaje de las empleadas sin papeles.
Son datos recogidos únicamente en Bizkaia, pero sirven para imaginar una fotografía general de Euskal Herria.
Rivas confirma que sabe de mujeres que trabajan entre 17 y 18 horas diarias. «Esto no significa que no haya otras con mejores condiciones, pero la mayoría son casos de mujeres que trabajan muchas horas y están pendientes de todo. Son enfermeras, doctoras, sicólogas… son de todo en un hogar, sobre todo cuando la persona que cuidan está sola. A veces necesitan cuidados especiales, a veces son personas que no tienen movilidad. He conocido casos de chicas que no duermen; a las cuatro de la mañana están despiertas. Se hace pesado», asegura.
«Legalmente, el descanso entre jornadas tiene que ser al menos de 12 horas, aunque puede pactarse que sea de 10, siempre que las dos horas restantes se compensen con otros periodos de descanso», recoge la ATH. Sin embargo, según esta asociación, un 53% no llega a descansar 10 horas diarias y solo un 6% disfruta de más de 12 horas. Para Cándida Rivas, la noche no era sinónimo de descanso. «Había que estar pendiente de él las 24 horas», dice. De día, había que «darle su medicamento, tomarle la presión, controlar su diabetes, tomarle el azúcar por las mañanas»; en definitiva, «estar pendiente de todas las cosas que necesitaba». Y por la noche también: «Por la noche le daban ataques de angustia, había que tratar de calmarlo o ver si era necesario llevarlo al médico para que le pusieran algo. Había noches de no dormir, de estar despierta con él, porque tampoco él dormía. Era cansado. Porque a la mañana siguiente tocaba hacer toda la casa, hacer la compra, traer todo lo que necesitaba o llevarlo al médico tras una noche de desvelo».
La nicaragüense opina que debería valorarse más el trabajo que hacen las mujeres internas. «Porque no es lo mismo trabajar 40 horas semanales que 24 horas diarias –explica–. Y, a veces, las exigencias son demasiadas. Siento que no hay concordancia con lo que se pregona, porque se dice que se nos trata bien, que las que trabajan así lo hacen porque quieren. No, es lo que tenemos». Y expresa que no está de acuerdo con este «trabajo de 24 horas»: «Creo que lo idóneo sería que haya otras opciones para la persona que necesita todo ese cuidado. En todo tipo de trabajo hay turnos o hay personas que ayudan. Por ejemplo, si una persona trabaja todo el día, podría haber otra que se quede por la noche. Esto debería ser una política del Gobierno».
Rivas solamente libraba los domingos por la tarde y cobraba 900 euros al mes. En esas brevísimas cuatro horas de descanso solía escribir poesía «para sobrellevar lo que era aquello» y desahogarse. O salía a tomar un café, a caminar, «sola», dice, porque «no tenía mucho tiempo para hacer amistades».
«Están pendientes de todo. Son enfermeras, doctoras, psicólogas… son de todo en un hogar»
Cándida Rivas sigue cuidando, pero ahora trabaja en régimen externo. Y mañana participará en la huelga. «Les expliqué a mis jefes que hay huelga, les dije cuáles son los motivos, y ellos también están de acuerdo. Haré huelga para mejorar el sistema de cuidados. Porque este sistema capitalista, machista, racista y colonial tiene invisibilizadas a las personas cuidadoras», ha abundado.
«No debería existir»
El acuerdo social que ha liderado el movimiento feminista de cara a la huelga general incluye entre sus reivindicaciones erradicar la Ley de Extranjería, regularizar a todas las trabajadoras de hogar y de cuidados y erradicar el empleo de cuidados en régimen interno. La asociación Bidez Bide de Donostia trabaja desde 2009 defendiendo los derechos humanos de las mujeres migradas que viven en Euskal Herria, fundamentalmente con internas, y defiende también que «en las condiciones actuales no debería existir» este trabajo. «A nivel práctico, una persona no puede estar 24 horas cuidando de otra. Es humanamente imposible», ha declarado Katia Reimberg, trabajadora de la asociación.
Relata que la mayoría de las mujeres internas que acuden a Bidez Bide «son de Abya Yala» y destaca que es por una serie de factores, entre ellos los estereotipos racistas. «Primero, la religión, parece ser más conveniente que sean católicas. También hablan castellano. Y los estereotipos que dicen que somos goxoak [dulces], agradables, sumisas», ha explicado. Y añade: «No es casualidad que el ongi etorri para nosotras sea un trabajo doméstico de cuidados».
Estas mujeres, apunta, vienen normalmente motivadas por dificultades económicas y deben cuidar también de la familia que vive en su país de origen. Durante el tiempo que las mujeres migrantes permanecen «sin papeles», «tienen que mantener también ese hogar transnacional, son proveedoras», dice Reimberg.
A veces, tienen a sus hijos e hijas en sus países y deben esperar como mínimo tres años (es el plazo mínimo de empadronamiento continuado que se exige para demostrar el arraigo social y conseguir regularizar la situación administrativa en el Estado español) para encontrarse con ellos y reagrupar a la familia en Euskal Herria. «Son tres años en el mejor de los casos. Por eso, la mayoría de las mujeres intenta aguantar. Después, la familia te puede hacer ese primer contrato», aclara la integrante de Bidez Bide.
Reimberg es brasileña, de Sao Paulo, y ella misma trabajó durante cuatro años como cuidadora en régimen interno. Atendía a una persona mayor con alzheimer que dependía de sus cuidados «las 24 horas» de la jornada. «Lo duchaba, lo cambiaba, preparaba las medicaciones, las comidas, lo llevaba al centro de día. Ese era mi día a día», afirma, pues «no tenía ningún día libre negociado».
Como Cándida Rivas, la trabajadora de Bidez Bide no solo se dedicaba al cuidado de esta persona, también debía realizar las labores de mantenimiento de la vivienda. Es algo muy común: «En el empleo de hogar cabe todo. No hay un contrato que especifique las tareas que debes desarrollar», dice.
«Una persona no puede estar 24 horas cuidando de otra. Es humanamente imposible»
Todo ello tuvo un gran impacto en Reimberg. «Te va pasando factura –cuenta–. Pero al principio piensas que es lo que hay, que además tienes una casa. Pero conforme va pasando el tiempo veo que sufro un aislamiento social muy grande, no tengo con quién compartir. Además, yo no sabía cuidar. Tuve que aprender. Así que también me afectó ese mandato de género, que dice que si no cuidas bien no eres una buena mujer».
No les faltan motivos, por ello, en Bidez Bide también harán huelga. «Yo siempre hago una pregunta a las personas de mi entorno: ¿recomendarías el trabajo de interna a una amiga, a una prima, a tu hermana o a tu madre? ¿Lo harías? Partiendo de esta pregunta y de las experiencias situadas de todas las mujeres que acuden a nosotras o participan en nuestras actividades, hemos decidido hacer huelga. Sabemos que la mayoría de nuestras compañeras que trabajan como internas no van a poder hacer la huelga. Pero nosotras que podemos, allí estaremos», ha resaltado Katia Reimberg.