Mariona Borrull

Punto de Vista arranca abriendo la gabardina del documental de autor

Las potencias del cine de autor se han disparado, todas hacia todas partes, durante la primera jornada de la decimoctava edición del Festival Internacional de Cine de Nafarroa.

Fotograma de ‘La suite canadienne’ del quebequés Olivier Godin.
Fotograma de ‘La suite canadienne’ del quebequés Olivier Godin. (PUNTO DE VISTA)

Para un certamen que este año llega con voluntad de revisión y apertura al público iruindarra, inaugurar con una película hecha ante todo de silencios e introspección puede parecer algo contraintuitivo. Sin embargo, la nueva carta (de amor) de Oskar Alegria, director de Punto de Vista de 2013 a 2016, abre la puerta grande del documental de autor con un ejercicio tan íntimo, juguetón y libre de efectismos que desarma todo prejuicio.

Tras la solitaria ‘Zumiriki’, en ‘Zinzindurrunkarratz’ (estrenada en Telluride) Alegria abraza la compañía: viaja con su burro Paolo, filmando el pueblo que lo vio crecer con la misma cámara que su familia empleó cuarenta años atrás. Les incorporará en un diálogo mudo –porque la cinta se desarrolla mayoritariamente en silencio– que nos convierte en una pieza indispensable de la proyección al estilo del 4′33″ de John Cage. El gesto es, de la forma más literal, una invitación a mancillar lo que vemos en pantalla con una realidad nuestra íntima y que se nos escapa: un estornudo, un móvil que suena...

El Programa 1 habla por los descosidos

Pero no por cháchara. Tanto ‘Inde Ved Siden Af’ de la danesa Maia Torp Neergaard como ‘La suite canadienne’ del quebequés Olivier Godin ponen la atención sobre las brechas que se abren cuando miramos de cerca realidades complejas, a veces paradójicas. ‘Inde Ved Siden Af’ (‘Nuestros vecinos cercanos’) captura a retazos el barrio de Tingbjerg, un área racialmente estigmatizada de Copenhague: una ventana entreabierta, unos árboles al sol, todos capturados por un analógico chisporroteante y vivo. Por encima, los testigos de las vecinas se yuxtaponen y contradicen, dudan y se preguntan si la gente seguirá saludándose por la calle cuando lleguen ‘los de afuera’. La postalita se vuelve repentinamente humana –problemática por necesidad–, pero no menos amable. Se puede vivir con cajones abiertos y encajes provisorios, y hacer algo bueno con ello.

Eso propone ‘La suite canadienne’, que documenta la relectura queer y crítica de un ballet folklórico de Ludmilla Chiriaeff, emitido en televisión en 1958 y destinado a informar a la reina británica de las bondades del Quebec. ‘Bailar’ y ‘buscar’ son dos verbos que en la película de Olivier van intrínsecamente unidos, porque ‘documentar’ es para el cineasta una fotografía y una intervención sobre la creación ajena. Indagar alrededor de la complejidad social y artística de Chiriaeff supone un impulso para un making of donde la cámara rechaza el busto, aplica mil filtros de luz y de color y sale al parque, al barrio, con el grupo de bailarines (‘cuerpos no dóciles’, los llama el film) de excursión. Nunca se conoció mundo entre las paredes de una hemeroteca.

El Programa 2 se encierra y resiste

Con un díptico sobre los fantasmas como última frontera antes del olvido. Primero, ‘Un cœur perdu et autres rêves de Beyrouth’ de Maya Abdul-Malak y fotografía de Claire Mathon teje un tapiz de rostros distraídos en los lugares vacíos de un Beirut marcado por el silencio expectante de una ciudad regularmente atacada por el desastre: la explosión de 2020, los campamentos de refugiados palestinos, la persecución política… Allí son las personas desaparecidas quienes toman el testigo, apareciendo tranquilas en los sueños de las supervivientes. «Estoy en todas partes», explica una de ellas, reinando sobre las habitaciones cerradas (seguras) de la memoria. Igual que el film, se trata de un gesto elemental pero verdadero.

También se resguarda en lo privado ‘Ôte-toi de mon soleil’ de Messaline Raverdy, perfil de un Nostradamus entregado a su síndrome de Diógenes que se deja ayudar a ordenar a cambio de un par de orejas para sus digresiones, algunas poéticas y otras incisivas. La película, a ratos sobrepasada, pone sobre la mesa el elástico creativo que conlleva cualquier retrato pero se resuelve amable, saliendo de paseo con este genio solitario, dándole excusas para salir de su cabeza, para mirar al mundo con ojos nuevos.