«Los seres humanos podemos ser a la vez víctimas y verdugos»
Nacido en 1971, lleva más de 20 años dirigiendo para televisión. En 2013 debutó en el cine con ‘Vivir sin parar’, a la que siguió ‘No tendréis mi odio’. Acaba de estrenar ‘Stella, víctima y culpable’, sobre el caso de Stella Goldschlag, una joven judía que se convirtió en informante de la Gestapo.
Dice su director que con ‘Stella, victima y culpable’ no ha querido hacer un filme histórico, sino una película contemporánea que interpele al espectador de hoy sobre su propia responsabilidad a la hora de erigirse en colaborador necesario para que el espíritu del neofascismo vuelva a emerger en nuestras sociedades. Un enfoque para el que ha encontrado una aliada de lujo en la figura de Paula Beer, hoy por hoy, una de las actrices más magnéticas del cine europeo.
¿Cómo entró en contacto con esta historia? ¿Qué fue lo que le impactó de ella?
Conocí la historia de Stella Goldschlag a través de un artículo de prensa donde se referían a ella como ‘el demonio rubio’ o algo así. Pero más allá del contenido del artículo, donde se narraban todos los casos de delación que esta joven judía había hecho contra personas de su propia comunidad durante los años del nazismo, lo que me llamó la atención fue una foto del personaje. Ahí se veía a una joven radiante, que transmitía ganas de vivir y de participar activamente en la vida social de aquel entonces. Eso le daba una dimensión contemporánea muy interesante al personaje, porque ella, como tantos jóvenes actuales, únicamente estaba preocupada de exprimir el presente, de tener éxito, de triunfar. Fue esa carga de contemporaneidad que vi en el personaje de Stella la que me hizo querer contar su historia.
«No es descabellado pensar que ese auge del neofascismo que vivimos hoy nos lleve a un escenario indeseable; creo que tenemos la responsabilidad de evitarlo»
Ese deseo de triunfar y esa vanidad que exhibe el personaje, ¿cree que van unidos a una falta de empatía? ¿Piensa que la obsesión por el éxito nos vuelve más individualistas y fomenta el desprecio hacia nuestros semejantes?
Sí, totalmente. Lo puedes llamar vanidad o simplemente egoísmo, pero lo que está claro es que tendemos a distorsionar aquello que acontece a nuestro alrededor valorándolo única y exclusivamente en la medida en que nos puede resultar útil para nuestros propios fines. Son muchos los psicólogos y sociólogos que coinciden en señalar que esa falta de empatía termina por deshumanizarnos y creo que esa deshumanización entraña un riesgo para nuestras democracias.El personaje de Stella me permitía reflexionar sobre todo eso y creo que la contemporaneidad del personaje radica ahí. Es fácil que el espectador actual pueda identificarse con alguien como ella y, sobre esa identificación, me interesaba alertar sobre los riesgos que entraña esa falta de empatía, ese narcisismo. Eso es algo que se ha potenciado en las últimas décadas con el auge de las redes sociales y esa exigencia de mostrar al mundo una versión perfecta de nosotros mismos.
En los rótulos finales de su película, usted interpela directamente al espectador diciendo: ‘No eres responsable de esto que pasó pero sí eres responsable de que no se vuelva a repetir’. ¿Se trata de una llamada de atención sobre el auge de los neofascismos en la Europa actual?
Absolutamente. De hecho, mi intención siempre fue que esta película no se percibiera como una historia del pasado, sino del presente. No es descabellado pensar que, en un futuro cercano, ese auge del neofascismo que vivimos hoy nos lleve a un escenario indeseable y creo que tenemos la responsabilidad de evitar que eso suceda. Basta con ver lo que está ocurriendo en Rusia, en EEUU o en Europa, con todos esos partidos de extrema derecha ganando espacio de representación en los parlamentos, para darnos cuenta de que lo que contamos en esta película no es algo lejano como podíamos pensar, por ejemplo, a principios de los años 90.
Hace tres décadas teníamos la convicción de que nuestras democracias eran sólidas y que los fascismos solo estaban presentes en los libros de Historia. Hoy, sin embargo, asumimos que el fascismo es algo que siempre está ahí presente y que el hecho de que emerja con más o menos fuerza se debe a las decisiones que tomamos los ciudadanos. Y esa es la idea que he querido transmitir al público en esta película.
Hablando del tema de la responsabilidad individual, en su película plantea un tema sobre el que rara vez se pone el foco, como es la complicidad de muchos judíos en la perpetración del Holocausto. ¿Cree que la apropiación de la condición de víctimas, sobre la que se ha fundamentado el relato que ha hecho el sionismo de aquello, ha sido el que ha llevado a silenciar esos episodios de colaboración con el nazismo?
En primer lugar, hay que dejar una cosa clara: durante el III Reich los judíos fueron las víctimas. Pero uno puede ser, a la vez, víctima y culpable, como vemos en el caso de Stella, a la que la represión que vivió en primera persona la condujo a un nivel de deshumanización que terminó por hacerla priorizar su propia supervivencia por encima de cualquier otra consideración. Eso, unido a su narcisismo y a la necesidad de verse reconocida por quienes detentaban el poder, fue lo que la llevó a convertirse en una delatora y a traicionar a su propia comunidad. Y no creo que se trate de un tema silenciado. La comunidad judía admite que eso se produjo, que dentro de ellos hubo quienes colaboraron con el nazismo. Aunque realmente fueron una minoría y su actitud no nos debe de hacer olvidar que quienes perpetraron todo aquello fueron los nazis.
«Interpretamos la realidad repartiendo el papel de buenos y malos porque queremos llegar a una conclusión fácil e indiscutible, pero la Historia siempre es ambivalente»
Su película, a través del personaje de Stella, discute las categorías absolutas y muestra cómo alguien que es o ha sido víctima puede convertirse simultáneamente en verdugo, algo que conviene recordar viendo lo que está pasando en Gaza, ¿no?
Lo que resulta indudable es que la verdad siempre tiene dos caras. Tendemos a simplificar las cosas y a interpretar la realidad repartiendo el papel de buenos y malos porque queremos llegar a una conclusión fácil e indiscutible, pero la Historia siempre es ambivalente y ofrece escenarios mucho más complejos de lo que estamos dispuestos a asumir. Pero creo que es nuestro deber confrontarnos con la Historia, incluso con aquella parte de la misma que nos puede llegar a generar más incomodidad en la medida en que nos obliga a confrontarnos con ideas preconcebidas. No hay que orillar nada, no hay que tener miedo a desmontar discursos preestablecidos. Los seres humanos, desde el punto de vista ético, somos ambiguos y contradictorios, podemos ser a la vez víctimas y verdugos.
Esa ambigüedad está muy bien reflejada en los personajes de su película. ¿Fue difícil trabajar en un registro así con los actores?
Paula Beer trabajó su personaje muy a fondo. En cada una de las escenas que rodábamos ella trató de buscar una conexión entre su propia vida y la de Stella. Lo importante era no juzgar al personaje e identificarse con algún aspecto de su comportamiento, por mucho que, en ocasiones, este fuera execrable. Paula es una actriz muy comprometida en este sentido y nunca pone distancia entre ella y su personaje. Ella nos dio la pauta al resto para confrontarnos con esos demonios que todos tenemos dentro y hacer de ello la base de nuestro trabajo en esta película.