La estridencia y la palanca, en el juicio a dos artesanos vascos en París
La Sala 16 del Tribunal Correccional de París ha acogido un proceso judicial que ha estado marcado por la alta calidad del debate, en la doble vertiente técnica y política, y por la calidez, en el aspecto humano. Crónica del día después sobre una causa que promete dejar huella.
La Sala 16 del Tribunal Correccional cerró en la tarde del miércoles, 3 de abril, una audiencia judicial de dos días marcada por la alta calidad del debate, en la doble vertiente técnica y político-filosófica, pero también por la calidez, en el aspecto humano.
Se trataba de dilucidar una controversia, entre legitimidad y legalidad, en la que la Fiscalía, sin sorpresa, se escudó en el comodín de ETA. So pena de incurrir en la estridencia.
Sonó desafinada su maniobra de desautorizar a dos representantes estatales que, cuando la historia les puso una cita improbable, eligieron, según sus propias palabras, «la confianza y el pragmatismo» como instrumentos para hacer meta el 8 de abril de 2017.
Máxime cuando al final de la reprimenda, en la que la presidenta del tribunal se puso, significativamente, de costado, la procuradora debió reconocer a uno de los imputados, Txetx Etxeberri, a modo de atenuante, su aportación a esa jornada de desarme sobre cuyos aspectos técnicos trató, precisamente, con el amonestado, el entonces prefecto de Pirineos Atlánticos, Éric Morvan.
El testimonio de quien, tras el desarme fue promovido de Pau a París, para ponerse a la cabeza de la Policía francesa, fue un torpedo en la línea de flotación de la sección antiterrorista.
Su portavoz en el proceso encajó pérdidas en la primera jornada del juicio, pero lejos de reorientar su posición, buscó resarcimiento, al cierre, con un relato de «todo es ETA» al que, en una triple voltereta, presentó enmienda con una petición de condena indulgente.
Una petición de castigo –dos años de prisión exentos de cumplimiento en el caso de Etxeberri y de un año, también sin demanda ingreso, en el de Molle-Haran– de la que extirpó incluso la exigencia de fichar como terroristas a dos ciudadanos a los que, solo unos párrafos antes, había acusado, sin grandes matices, de haber actuado al servicio de «los objetivos, agenda, calendario» y, claro está, del «relato» privilegiado por «una organización asesina».
«Este no es es un juicio a ETA» le corrigió, con verbo firme y tono suave, el veterano presidente de la Liga francesa de Derechos Humanos (LDH).
Experto en Derecho Internacional, Patrick Baudouin desgranó después una lección sobre la significación y a las derivas del tótem terrorista.
Conocedora de la «lógica inamovible» de la jurisdicción antiterrorista con la que ha confrontado argumentos en los últimos 20 años, la letrada Xantiana Cachenaut no dejó que el desencanto causado por una «tesis anacrónica» le desviara de su objetivo.
Su fin era demostrar que Euskal Herria ha llegado a «un contexto totalmente diferente» precisamente porque, dejando de lado las estridencias, ha sido testigo de un trabajo silente y persistente, que ha permitido que «lógicas opuestas» –en la terminología de la letrada vasca– encontraran puntos de encuentro para avanzar hacia una salida capaz de saciar «la acuciante sed de paz que sentía el pueblo vasco».
Y se aplicó el mandamiento. Con referencia a Derecho y una nutrida jurisprudencia, Cachenaut ofertó a la presidenta del tribunal el instrumental legal que permite justificar la comisión de la infracción, por «estado de necesidad» o por prevalencia de «la libertad de expresión».
Una palanca para asentar una sentencia exculpatoria, «la única posible, ya que el País Vasco, al que tanto esfuerzo dedicó Michel Tubiana, no entendería otra decisión», según aseveró quien ocupa hoy su puesto al frente de una institución que es un referente, político y moral, además de órgano consultivo del Gobierno galo en materia de derechos humanos.
A la juez se dirigió, en su último turno de palabra Txetx Etxeberri para apuntarle que «de la decisión que tome solo me interesa que respete la memoria» de los artesanos de la paz ya fallecidos –el propio Michel Tubiana, y también Mixel Bergouignan y Mixel Berhokoirigoin–, citando así a los grandes ausentes (y presentes) de un juicio tardío, anacrónico, insostenible a la vista de la realidad pero, a pesar de todo, enriquecedor, por razones y emociones.
Y una periodista acusada de «haber actuado al servicio de ETA» por abrir las puertas de su casa a un acto de desarme –y de esperanza– dedicó su ultima palabra a agradecer la solidaridad recibida de un colega, Gorka Landaburu, herido en un atentado de esa misma organización.
Gesto de nobleza, bidireccional, que permite calibrar mejor la hondura del camino recorrido y que tiene un valor añadido para, tras enjugarse mutuamente las lágrimas por el dolor padecido, tomar aire y proseguir, sin estridencias, activando nuevas palancas en favor de la construcción de una memoria sin puntos ciegos y de la construcción de una convivencia.