Beñat Zaldua
Edukien erredakzio burua / jefe de redacción de contenidos

En busca de una base común para la transición ecosocial

La crisis climática y la transición energética tienen un lugar prioritario en los programas de la mayoría de los partidos, que pese a discrepar en formas y fondos, coinciden en los suficientes puntos como encontrar consensos que saquen a Araba, Bizkaia y Gipuzkoa de la inacción de los últimos años.

Imagen de una movilización contra la acción climática en Bilbo, en el marco de la huelga del 27 de septiembre de 2019.
Imagen de una movilización contra la acción climática en Bilbo, en el marco de la huelga del 27 de septiembre de 2019. (Aritz LOIOLA | FOKU)

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) de Estrasburgo acaba de establecer, en una sentencia pionera en la que condena a Suiza, que no actuar frente a la crisis climática vulnera el derecho a la vida. Es decir, no asumir que la crisis exige cambios inmediatos vulnera los derechos humanos.

En la contienda electoral para elegir el nuevo Parlamento de Gasteiz, solo PP y Vox eligen esa trinchera. Los de Javier de Andrés por omisión –en 148 páginas de programa, el «cambio climático» solo se menciona una vez, para proponer incentivos fiscales– y la extrema derecha por acción –propone derogar la Ley de Transición Energética y Cambio Climático y combatir el «fanatismo climático»–.

El resto de partidos, es decir, la inmensa mayoría del arco parlamentario, coincide en reconocer la gravedad del problema y la necesidad de actuar de modo urgente. No es poco. Las diferencias entre formaciones, como veremos, existen y son de calado, pero teniendo en cuenta la retrasadísima posición de partida de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa en esta materia, existen mimbres para los grandes acuerdos.

En el terreno de los consensos, y dejando a un lado al PP y Vox, todos los partidos coinciden en la necesidad de reducir el consumo fósil, desplegar de forma justa las renovables, cambiar el modelo de transporte y limitar la grave dependencia energética exterior, hoy del 90%. 

Propuestas urgentes como la electrificación de sectores que hoy funcionan con combustibles fósiles, la necesidad de reducir la dependencia exterior, el fin de las inversiones fósiles, el desarrollo –con matices– de infraestructuras para la captación de energía renovable, la apuesta por hacerlo de un modo participativo con la comunidad y el tejido productivo local, y la urgencia de aplicar políticas de adaptación al cambio climático aparecen de un modo u otro en los programas electorales de PNV, EH Bildu, PSE, Elkarrekin Podemos y Sumar. No hay excusa para que la próxima legislatura no sea la del fin de la procrastinación climática mantenida por los anteriores Gobiernos. El contexto es el que es: solo el 18,2% de la energía final consumida en la CAV en 2021 –son los últimos datos disponibles– fue renovable y la dependencia exterior se sitúa en el 90%. La media europea está en el 58%.

Los partidos tienen un amplio margen para recorrer un buen trecho del camino de la mano y sacar a Araba, Bizkaia y Gipuzkoa de la inacción climática. Para ello, sin embargo, deberán acertar a dejar a un lado el partidismo y la tentación de castigar al adversario allí donde le toque tomar decisiones difíciles. Porque pese a cierto pensamiento mágico que prefiere ignorar las implicaciones de la crisis que se reconoce, la transición ecosocial exigirá tomar medidas complicadas que requerirán de amplias mayorías.

Dos diagnósticos

Un programa electoral no es el mejor lugar para comunicar malas noticias, pero entre el aviso de EH Bildu –«Debemos ponernos frente al espejo y repensar toda nuestra actividad»– y la tierra prometida del PSE –«La transición ecológica de la economía es una oportunidad para Euskadi por su gran potencial para generar empleo»– hay un mundo.

Hay diferencias sustanciales entre la visión sistémica y compleja que EH Bildu, Elkarrekin Podemos y Sumar ofrecen sobre la crisis ecosocial, y la facilidad con la que PNV y PSE dejan en manos de soluciones tecnológicas inciertas buena parte del problema.

De fondo se vislumbran dos corrientes presentes también globalmente y discrepantes en cuanto a las raíces, el alcance y las soluciones de la crisis que tenemos encima. Hay quien cree que, como la crisis climática ha sido producida por el calentamiento global generado sobre todo por el uso de combustibles fósiles, basta con cambiar estas fuentes de energía contaminadora por fuentes renovables para atajar el problema, pasando por alto los límites materiales del planeta y otros problemas ecológicos. Y hay quien defiende que todo es bastante más complejo, que la crisis climática no es sino la expresión más grave y urgente de una crisis ecológica mayor, producida por la voracidad material de las sociedades contemporáneas y por el imperativo del crecimiento –del PIB se entiende– impuesto por un sistema económico que castiga con la recesión y el desempleo a quien no crece.

No hay soluciones simples para problemas complejos

EH Bildu, Elkarrekin-Podemos y Sumar se sitúan de forma clara en esta segunda línea. «Aunque se trata de un asunto de vida o muerte, la crisis climática no es el único desafío ecológico fundamental que se nos presenta», apunta EH Bildu en su programa, en el que recuerda que se han superado seis de los nueve límites ecológicos planetarios. «Nos encontramos en una época de crisis generalizada y, para revertir la situación, tenemos que poner en marcha transformaciones profundas en todo nuestro sistema social y productivo», añade.

«La desestabilización material provocada por la policrisis ecológica (climática, hídrica, de biodiversidad, de agotamiento de recursos, de contaminación) es, sin duda, el reto de nuestro tiempo y el mayor desafío que enfrentamos hoy la humanidad», se lee en el documento de Sumar.

«Es preciso comenzar una transición hacia una economía que no se base en el crecimiento constante y que sea capaz de gestionar la realidad de un planeta con unos recursos limitados», aseguran en Elkarrekin Podemos, lanzando una idea de un menor consumo presente también en los programas de EH Bildu y de Sumar, única fuerza que incluye de forma explícita la palabra «decrecimiento».

La necesidad de dejar de lado el PIB como único medidor de la situación económica, el refuerzo del sector público en materia energética, la constitución de asambleas climáticas y la insistencia en democratizar la toma de decisiones en este ámbito, achicando el agua a las grandes corporaciones, son también elementos comunes en los programas de estas fuerzas políticas de izquierda, igual que el impulso de la agroecología en el sector primario y un cambio de calado en el sector del transporte, no solo para caminar hacia su electrificación, sino también para impulsar una nueva cultura de la movilidad en la que la proximizzdad, el transporte colectivo y los medios no motorizados ganen protagonismo en detrimento del vehículo privado.

Entre estas tres fuerzas, con todo, existen discrepancias en cuanto a la Ley de Transición Energética y Cambio Climático aprobada por el Parlamento de Gasteiz este mismo año. Elkarrekin Podemos y Sumar la tildan de decepcionante y proponen reformarla, mientras que EH Bildu –que ya dejó claro que no es la ley que elaboraría de existir otras mayorías– la sitúa como punto de partida para empezar a desplegar políticas climáticas y sacar a Araba, Bizkaia y Gipuzkoa de la actual inacción. Vistos los programas de PNV y PSE, eso ya será bastante.

¿La tecnología nos salvará?

Los programas de las dos fuerzas que forman la actual coalición de gobierno son, en términos generales, una enmienda a la totalidad de su acción durante los últimos años, algo que debería ser motivo de esperanza. Hablan de crisis ecológica, de la necesidad de reducir la dependencia energética, de un despliegue de las renovables, de electrificación y de cambios en la movilidad, entre otros. Las políticas climáticas a aplicar son tan ingentes y tan urgentes que solo con las partes en las que todos los partidos –excepto PP y Vox– están de acuerdo, ya se avanzaría muchísimo.

Dicho esto, la lectura que hacen PNV y PSE de la crisis climática y de sus soluciones –similar, en muchos aspectos– es sustancialmente diferente a la de los partidos a su izquierda. Aunque adornándolo con el manoseado adjetivo de «sostenible», ambos coinciden en mantener como tótem inamovible el crecimiento económico. De hecho, el PSE explicita su confianza en el «desacople», en referencia a la cuestionada posibilidad de que el PIB de un país pueda seguir creciendo mientras reduce de forma sustancial su consumo energético.

Apenas hay mención a los límites materiales del planeta, mientras se sigue fiando el grueso de la acción climática a un desarrollo tecnológico incierto, tanto en el rol que asignan al hidrógeno, como en el peso central que otorgan a una circularidad de la economía que dista mucho de ser la deseable. También se alimenta la vía de los biocombustibles, pese a la evidencia científica acerca de su nula aportación a la lucha contra la crisis climática.

En los programas electorales de ambos partidos hay, además, cuestiones que suscitan dudas sobre sus compromisos o sobre el nivel de comprensión del problema que tenemos encima. El PNV asegura que «es necesario evolucionar desde una política centrada en responder a las demandas de movilidad mediante la creación de nuevas infraestructuras, a otra orientada a gestionar con mayor eficiencia la red y su demanda». Acto seguido, anuncia su primer compromiso en la materia: «Culminaremos la llegada de la Alta Velocidad a Euskadi». El quinto dice así: «Incentivaremos la renovación del parque automovilístico (...), facilitando así la adquisición de vehículos de combustión interna».

El programa del PSE es algo más caótico e inconcreto, trasluce una visión muy economicista del medio natural, tiene poco que ver con lo que ha hecho en el Gobierno de Gasteiz e incluye algún síntoma de desconocimiento preocupante. Por ejemplo, asegura que «debemos hacer un especial esfuerzo en las políticas públicas que nos permitan lograr que la cuota de energías renovables represente el 20% del consumo final». Ya estamos en un 18,2%, según el EVE, y estamos muy mal.

Con todo, las evidentes y profundas discrepancias entre programas no deberían ocultar el hecho de que, para todos estos partidos, la acción ante la crisis climática y la transición energética son preocupaciones de primer orden y que no es difícil encontrar puntos de encuentro a partir de los cuales empezar a caminar.