Windsor ha sido una de las galerías más importantes de Euskal Herria; indefectiblemente, aparecía siempre citada en ferias como Arco. También era la más veterana y una de las más antiguas del Estado español. Pero el mercado del arte y los propios compradores han cambiado radicalmente y, al igual que otras veteranas como la donostiarra Altxerri, esta galería tuvo que cerrar sus puertas en 2017 «con mucho dolor, pero mi su salud era lo primero», ha confesado este lunes el galerista Roberto Sáenz de Gorbea.
Emocionado, porque no ha podido evitar recordar a su padre y fundador de la galería, Miguel Sáenz, y a su hermano Xabier, crítico de arte, docente e investigador fallecido hace nueve años, Roberto Sáenz de Gorbea ha acudido a la presentación de su primera donación al museo: 200 obras de 150 artistas, que son parte de la colección personal que arrancó en 1981, cuando tomó las riendas de Windsor, y que constituyen virtualmente un resumen de la trayectoria profesional de la galería y también un panorama representativo del arte vasco realizado sobre todo en las décadas de 1980 y 1990.
«No ha sido fácil conservar todas las obras, porque no soy rico, ya que las necesidades económicas me obligaron a tener que vender algunas obras de las que no quería desprenderme», ha reconocido el galerista. Lo más difícil, en todos estos años, ha sido la parte económica del mercado, como ha reconocido, aunque gracias a que pudo trabajar en paralelo en el montaje de exposiciones y asesoramientos a entidades que le aportaron un plus económico «para poder seguir teniendo la galería abierta y libertad de movimientos».
Pese a todo, en estos años su colección personal se ha convertido en una especie de corpus representativo de la vanguardia vasca de los años 80, 90 e incluso 2000. Hay primeros trabajos de artistas actualmente de renombre, trabajos también de algunos que han desaparecido del panorama artístico... la lista es impresionante: Ramón Carrera, Txomin Badiola, Pello Irazu, Ricardo Catania, Juan Luis Goenaga, Darío Urzay, Jesus Mari Lazkano, Dora Salazar, los hermanos Roscubas, José Ramón Amondarain, Manu Muniategi, Jon Mikel Euba...
Ahora toca catalogar, investigar y restaurar todas estas obras, que pasan a formar parte de la colección permanente del museo, como ha apuntado Miguel Zuzaga, director del Bellas Artes. Por cierto, que Roberto Sáenz de Gorbea no ha descartado que vaya a realizar una segunda donación.
Arte, charlas, cafetería y hasta magos
Situada primero en el número 10 de la calle bilbaina Marqués del Puerto, cuando abrió sus puertas en 1971, la galería Windsor tomó su nombre de la cafetería de aire inglés que estaba en el lugar. La afición al arte de su dueño, Miguel Sáenz, terminó por materializar un espacio para la exhibición y compraventa de pinturas y esculturas de artistas vascos: Aurelio Arteta, Francisco Iturrino, Ramiro Arrúe o Benito Barrueta, entre otros, figuraron entre los primeros en ser expuestos.
Pronto comenzó a ser frecuentada por coleccionistas y aficionados al arte, que hicieron de ella un punto de encuentro para compartir ideas e inquietudes. Entre 1977 y 1981, junto con las exposiciones artísticas, acogió otras iniciativas culturales, como recitales de poesía, conferencias, tertulias o presentaciones de libros. Entre sus recuerdos de los inicios, el galerista ha apuntado que, aunque la visión de su padre del arte «entendía el futuro artístico desde esa perspectiva y posibilitó que el espacio fuese un lugar de encuentros y de tertulias donde coincidían médicos, cineastas, poetas, coleccionistas, artistas, periodistas y hasta magos, creando un ambiente de lo más plural y cosmopolita» y donde se creó el encuentro con el artista que exponía, acercando el conocimiento del artista público en general.
La primera muestra profesional tuvo lugar en 1972 con una colectiva de artistas vascos, de Ignacio Zuloaga a Juan de Aranoa, ya entonces desaparecidos. En 1977, Roberto Sáenz de Gorbea se incorporó a la gestión de la galería y en 1981, tras asumir su dirección, reorientó la línea expositiva hacia el arte contemporáneo y sobre todo la enfocó a las promociones de artistas surgidas de la Facultad de Bellas Artes de Leioa.
En 1989, cambiaron a otro local en el número 14 de la calle Juan de Ajuriagerra, donde ha permanecido hasta su cierre. Asimismo, se reformó el espacio del local para adaptarlo a los modernos requerimientos expositivos y a las prácticas artísticas contemporáneas –video, instalaciones– que se abrían camino en el arte vasco del momento y actualizó el propio nombre de la galería, que pasó a ser Windsor Kulturgintza.