‘Anora’ de Sean Baker y lo mejor de Paolo Sorrentino, en el Festival de Cannes
En unos meses cumplirá una década desde que Sean Baker dinamitara las fronteras del indie estadounidense con Tangerine, película de callejeo sobre una peleada y peleona escudella humana en Los Ángeles, por Nochebuena. Diez años después, Anora vuelve sobre otro grupo de desgraciados revueltos a pesar de los pesares y desde hoy firme candidata a la Palma de Oro.
En ella, todo lo que Baker ha ido puliendo en ‘The Florida Project’ o ‘Red Rocket’: una troupe de personajes antipáticos, endurecidos como un callo aunque no por ello menos carismáticos (a ratos incluso buenos como el pan). A medio camino entre una relectura deslenguada de ‘La Cenicienta’ y los enredos intergeneracionales del ‘Uno, dos, tres’ de Billy Wilder, ‘Anora’ cuenta cómo una escort se ve obligada a perseguir el acobardado minioligarca ruso con quien se acaba de casar, cuando este huye de sus padres (y de ella). Dignidad ante todo, la actriz Mikey Madison encaja perfectamente un conflicto emocional cercano y un personaje tridimensional dentro de una carrera de tono 100% cartoon. Musical y visualmente pop, sincopada a través de unos diálogos de puro rap y con un trenzado magnífico del humor físico y verbal, Anora gustará a todo el mundo.
La mejor película de Paolo Sorrentino
‘Parthenope’ es la película de Sorrentino que el propio Sorrentino lleva tratando de rodar, con cada interludio suntuoso y vacuo, desde La gran belleza. La juventud de Parthenope (Celeste Dalla Porta) se despliega en el tiempo como una novela de formación en la que la Belleza –con mayúsculas, la que ha preocupado a filósofos desde antaño– va descubriéndose como la gran dictadora del Bien –que tiene más que ver con la verdad que con la moral–, una Biblia mediterránea hilvanada a través de las conversaciones de la joven con un reparto variopinto de caracteres: la estrella acabada, el cura que desea, el maestro rígido, el escritor deprimido… En la forma, ‘Parthenope’ cae prendada una y otra vez de los ojos de ella, genuinamente fotogénicos, y prefiere los mares en calma, horizontales y suaves de ‘Fue la mano de Dios’, a la crispación de ‘Loro’ o incluso de ‘The Young Pope’. Dignísima reclamadora de un segundo visionado.
Marcello por Mastroianni, por Honoré
Breve apunte para otra competidora en Sección Oficial, a pesar de tener la vacuidad y la reverencia dignas de un eslot en Cannes Première. ‘Marcello Mio’ es la metaficción que Christophe Honoré ha dedicado al legado de la estrella italiana. Legado cinematográfico y humano: Chiara Mastroianni se interpreta como actriz atormentada por la larga sombra de su padre y de su madre, una Catherine Deneuve de plena gozadera. En el terreno de la autoficción identitaria o de desaparición voluntaria (porque toda lectura trans se vive en la película como una renuncia, oh), Chiara adoptará la identidad de Marcello y reordenará, por capricho o agravios del edadismo, las vidas de quienes la rodean. Fabrice Luchini, Benjamin Biolay o Melvil Piupaud son tres de las caras del establishment francés que aquí juegan a ser ellos mismos, con un didactismo de Nanni Moretti mal entendido y mientras se olvidan de mirar qué se oculta bajo los cimientos de una industria repleta de nepobebés.
Cronenberg, pataleta ante las malas críticas
Ante la avalancha de críticas negativas hacia ‘The Shrouds’, a Competición, David Cronenberg hoy ha declarado en su rueda de prensa que «no es su problema» que no la hayamos comprendido. Ha explicado que la metáfora detrás de su fábula hablada unía la paranoia que mueve al álter ego encarnado por Vincent Cassel con el duelo de su esposa (Diane Kruger). Era una alegoría y no lo entendimos, eso pasa: «Algunos periodistas estúpidos no vieron que esto [las conspiraciones de Karsch en la película] tenía un propósito. Que penséis que no funciona es una cosa, pero que no lo veáis no es mi problema como cineasta». Nos encogemos de hombros y suspiramos. Como dicen en francés: «Beuh...».