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Elkarrizketa
Catherine Breillat
Cineasta

«En las emociones hay mucha más autenticidad que en las palabras»

A sus 76 años y tras casi una década alejada de los platós, ha vuelto a ponerse detrás de las cámaras para rodar ‘El último verano’, una película donde la sexualidad femenina, la identidad de género y la búsqueda del placer son temas recurrentes.

La cineasta Catherine Breillat.
La cineasta Catherine Breillat. (NAIZ)

Catherine Breillat debutó en el cine a las órdenes de Bernardo Bertolucci en ‘El último tango en París’, pero enseguida abandonó su carrera interpretativa para ejercer como novelista y como directora. ‘El último verano’ es su decimosexto largometraje desde que en 1976 debutase con ‘Une vraie jeune fille’. En él, y adaptando la película danesa ‘Reina de corazones’, Breillat cuenta la historia de una abogada de éxito especialista en la defensa de mujeres víctimas de abusos, que comienza una relación con su hijastro.

Estrenada el pasado año en Cannes, ‘El último verano’ es la última obra de alguien que sigue fiel a su deseo de confrontar al espectador con escenarios de incomodidad.

Según usted, desde que empezó a publicar sus primeras novelas, ha tenido que convivir con la etiqueta de ser una autora «escandalosa» ¿Hasta qué punto dicho adjetivo es un modo de señalar a quien siempre ha elegido expresarse fuera de las corrientes de pensamiento dominantes?

Yo empecé a escribir hace casi cincuenta años. En aquella época, ser mujer y expresar tus propias ideas era algo que resultaba sospechoso, más aún si esas ideas cuestionaban el relato oficial, por así decirlo. Si ese discurso venía de un hombre no resultaba tan polémico, pero que una mujer abordara determinados temas en sus películas o en sus novelas era percibido como una provocación. Dicho esto, yo nunca he tenido voluntad de suscitar ningún escándalo, para mí la insumisión es casi un ejercicio de supervivencia.

«Nunca he tenido voluntad de suscitar ningún escándalo, para mí la insumisión es casi un ejercicio de supervivencia»

De hecho, en una entrevista reciente, usted afirmaba: «No soy una subversiva, es la sociedad la que huele a rancio». ¿Cree que ese olor ha ido a más desde que usted empezó a escribir y a hacer cine?

Desgraciadamente, aunque la sociedad ha evolucionado y las mujeres hemos ido ganando espacios de visibilidad, creo que los fundamentos de esta sociedad no han cambiado en lo esencial. De hecho, el feminismo de hoy en día creo que está afectado de puritanismo. Esa voluntad por vehicular determinadas ideas a través de una línea de pensamiento único, como si se tratase de dogmas, se me hace muy patriarcal.

Por otro lado, como yo, a través de mis películas, tiendo a dirigir mi mirada a un espacio de intimidad, las incertidumbres que definen dicho espacio encajan mal con esas exigencias de ofrecer una versión unívoca de determinadas realidades. Por ejemplo, por ceñirnos a ‘El último verano’, esta es una película sobre el deseo femenino canalizado en una relación inapropiada, pero yo no pretendo juzgar a mis personajes en términos morales sino confrontar al espectador con una realidad incómoda llevándole a pensar qué hubiera hecho él en una situación así.

Por lo tanto, y por contestar a tu pregunta, pienso que ese conservadurismo se mantiene: en lugar de hacernos preguntas sobre aquello que nos perturba, lo que hacemos es condenarlo y buscar que los demás hagan lo propio instaurando una determinada línea de pensamiento.

‘El último verano’ es un remake de la película danesa ‘Reina de corazones’. ¿Cómo encaró el proyecto y como consiguió hacerlo propio?

La propuesta me llegó del productor Saïd Ben Saïd y, cuando leí el guion, todo lo concerniente al engaño en el que vive la protagonista me pareció muy interesante. De hecho, ese momento en el que ella comienza a refugiarse en la mentira con aires de ofendida, me pareció muy potente, tenía casi un punto shakespeariano y fue el que terminó de decidirme a hacer este remake. Sin embargo, había algo en la película original que no me encajaba y era ese aire de depredadora que tenía la protagonista.

Por el contrario, Anne, mi protagonista, es alguien que sucumbe a un amor prohibido. Fue cambiando el perfil de ella como conseguí llevar esta historia a mi terreno. También modifiqué los rasgos de Théo, el adolescente con el que Anne mantiene esa relación prohibida. Sobre estas variaciones, y atendiendo al perfil de los actores que encarnan a ambos personajes, creo que he conseguido hacer una película con una dimensión distinta a la que tenía la película danesa en la que nos inspiramos.

‘El último verano’ es un filme que está muy conectado con otros de mis trabajos previos, en el sentido de que es una historia sobre la capacidad que tenemos para mentirnos a nosotros mismos, un tema que siempre me ha interesado.

Viendo su película uno tiene la sensación de que a través del sexo está hablando de las relaciones de poder y, sobre todo, de las tensiones de clase. ¿Diría que ‘El último verano’ es una película sobre la decadencia de la burguesía?

Jean Cocteau decía: ‘Yo soy una mentira que encarna una verdad’. La mentira siempre está ahí y más en el ámbito de la familia burguesa, porque a través de la mentira buscas proteger a tus hijos y conservar ese espacio de seguridad que has construido junto a tu pareja. Mantener ese estatus te lleva a sacrificar cosas y también a otras personas, y eso es una proyección clara de las relaciones de poder. De hecho, en la última escena, el marido adopta una actitud similar a la de Anne: intuimos que él conoce la verdad pero no quiere escucharla, prefiere vivir en el engaño y en el confort, y dejar las cosas como están.

Su película se mueve en un espacio de ambigüedad que parte del rechazo a juzgar a sus personajes o a ajustarlos a un cliché. En este sentido, Anne, la protagonista, es alguien que miente y que manipula, pero a la vez es también víctima de sí misma y de las estructuras de poder, de esas mismas estructuras de las que ella participa.

La ambigüedad nos permite respirar. En la sociedad actual estamos demasiados obsesionados por juzgar a quienes nos rodean, por repartir culpas y señalar públicamente a aquellos que tienen una conducta inapropiada o que, simplemente, no se ajusta al sentir general. Y he de decir que me asquea ese tipo de censura, me parece algo propio de fanáticos. Los seres humanos estamos lejos de ser un dechado de virtudes, de hecho lo que nos hace humanos son los errores que cometemos. Anne, la protagonista de ‘El último verano’, es alguien que comete un error y ella es consciente de haberlo cometido. Pero a mí no me toca juzgar su comportamiento sino explorar las reacciones que esa situación provoca en el personaje.

¿Cree que la lucha contra el patriarcado se está acometiendo, sustituyendo viejos arquetipos por nuevos arquetipos, en lugar de acometer una destrucción de las estructuras que lo sostienen? Se lo pregunto porque me parece que el personaje de Anne resulta, en cierto modo, víctima de esas tensiones.

Yo espero vivir lo suficiente como para asistir a ese cambio estructural, el cual daría como resultado una sociedad más justa en todos los aspectos. Dicho esto, la sensación que tengo es la de que queremos acabar con una ideología hegemónica articulando una nueva línea de pensamiento hegemónico y a mí eso es lo que me mantiene aterrada.

«La ambigüedad nos permite respirar. En la sociedad actual estamos demasiados obsesionados por juzgar a quienes nos rodean, por repartir culpas»

Los cineastas trabajamos con las emociones y en las emociones hay mucha más autenticidad que en las palabras. Esas emociones son las que nos permiten hacer evolucionar nuestro pensamiento y enfrentarnos a esas estructuras de poder patriarcal a las que aluces. Por el contrario, si únicamente lo combatimos echando mano de las ideas, lo que conseguiremos será sustituir una ideología dominante por otra ideología dominante. Frente a esa exigencia de certezas, yo reivindico la grandeza del matiz para confrontarnos con nuestras contradicciones y errores.

No sé si el hecho de cultivar esa ambigüedad en una época como la actual es lo que le ha tenido diez años alejada del cine. Parece como si ahora mismo no hubiera espacio para cineastas como usted, que siempre han hecho de la subversión bandera.

Es difícil ser subversivo cuando el margen de libertad que define tu trabajo es cada vez más estrecho. Por ejemplo, hoy en día hay un montón de actrices sin apenas carrera que le dicen al director de la película cuál ha de ser el punto de vista correcto a la hora de abordar una historia sobre identidad de género o sobre relaciones sexuales. A mí me parece que el cine, si pretende ser una manifestación artística, debería obligar al espectador a hacerse preguntas incómodas porque el arte únicamente es subversivo si atiende a esa premisa.

Una no hace películas para confortar al público o para ofrecerle una respuesta tranquilizadora, más bien todo lo contrario. Yo no soy educadora ni asistente social, por lo tanto no pretendo que mis largometrajes ilustren conductas ejemplares ni tampoco que tengan un fondo moral. Eso me hace sentirme incómoda en el momento que vivimos. Está muy bien que haya leyes que protejan los derechos de las minorías y de los grupos sociales más vulnerables, pero a los artistas y a los cineastas no se nos puede exigir que nuestro trabajo se ajuste a una determinada corriente de pensamiento, como pasa hoy. Esto no quiere decir que no esté a favor de la erradicación de la cultura patriarcal, lo que me disgusta es que nos intenten imponer un marco. La mayoría de mis películas tratan sobre el deseo y eso es algo que no podemos ni erradicar ni controlar. Como tal tampoco hay una manera correcta de reflejar el deseo, porque ese deseo muchas veces puede generar comportamientos indignos, pero negar eso o ignorarlo no va a hacer que esas conductas inapropiadas dejen de producirse.