Lo bueno de que los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se celebrasen en 2021 es que los de París 2024 ya están aquí, a la vuelta de la esquina, como quien dice, a solo 50 días de que se precipiten los acontecimientos.
Y si bien el «deporte social» inventado por los «benefactores» de la Revolución Industrial, sirve para hacer «menos infelices a los esclavos industriales» y, al mismo tiempo, «organizar competiciones deportivas entre estados para demostrar que la paz es la prolongación de la guerra y requiere una insistencia en el entrenamiento para el futuro éxito bélico» (léase la novela satírica ‘Sabotaje Olímpico’, de Manuel Vázquez-Montalbán), y huyendo de aquellos falsos ideales proyectados por el barón Pierre de Coubertin, no es menos cierto que una cita olímpica impresiona.
Impresiona y uno, nacido en una generación que oyó hablar del osito Misha y creció en un universo olímpico lleno de bloques, boicots y de Guerras Frías antes de que llegase el deshielo y la fractura del bloque socialista –aunque la ausencia de rusos y bielorrusos sino como «apátridas» guarda su reminiscencia, como la presencia normalizada de la bancada israelí, sin que haya «septiembres negros» a los que apelar–; uno, decía, vuelve un poco a ser un niño como cuando recuerda la plata de Luis Mari Lasurtegi o de Juanma López-Iturriaga, a Maite Zuñiga en la final de 800 en Seúl, o recuerda a un John Ngugi que pasaba de ganar el cross Muguerza de Elgoibar, atacando en el paso por dentro de la fundición, a llevarse el oro en Seúl en los 5.000 metros, o descubría el dopaje con Ben Johnson o Florence Griffith-Joyner, o se hacía fan de campeones olímpicos solo por tener el nombre más bonito que una deportista pueda soñar: Doina Melinte. O se encontraba más tarde con titulares de lo más sugestivos dedicados al ‘Tiburón’ Phelps. «Michael Phelps, reina en Londres».
Son estos los «Juegos de la paridad», ya que por primera vez desde que en París 1900 se vio a las mujeres –apenas un 2,2% del total de deportistas participantes– pelearse por las metales olímpicas, la presencia femenina se ha ido haciendo más grande en números absolutos y relativos y también en notoriedad. No es lo mismo disfrutar de unos Juegos Olímpicos con Simone Biles que sin ella, como tampoco es poca cosa haber disfrutado de cinco ediciones de Almudena Cid, o de asumir unos Juegos Olímpicos sin Allyson Felix.
En los Juegos Olímpicos de Londres 2012, el 44% de los atletas eran mujeres. Londres 2012 se describió como «Los juegos de las mujeres», porque era la primera vez en las Olimpiadas que todos los países participantes contaban con atletas femeninas en sus equipos. Pero ahora se ha alcanzado el hito del 50%, con atletas de la talla de Maialen Chorraut, toda una campeona olímpica que supo lidiar como nadie la maternidad y el deporte de élite. Esta solo es una de las cuitas con las que deben lidiar las mujeres, olímpicas o no, al punto de que «la igualdad de representación entre hombres y mujeres en las esferas económica, política, sanitaria y educativa está aún a 131 años de distancia al ritmo actual de progreso», según indica el Foro Económico Mundial en su ‘Informe Mundial sobre la Brecha de Género’ de 2023.
Deportes urbanos y modernos
París 2024 vendrá con otros deportes, o especialidades convertidas en olímpicas, amén de consolidar algunas de las que se estrenaron en Tokio 2020. Apenas cinco años después de ser reconocido como deporte de alto nivel en el Estado francés, el ‘breaking’ –antiguamente conocido como ‘break dance’– se prepara para hacer su entrada triunfal en París. Y no en cualquier sitio. Los 32 atletas clasificados –16 B-Girls y 16 B-Boys– se enfrentarán los días 9 y 10 de agosto en la emblemática Plaza de la Concordia. A medio camino entre el arte, los «breakers» sólo tienen una misión: impresionar al jurado ejecutando figuras acrobáticas al ritmo marcado por un DJ.
Mientras, la escalada deportiva, el surf y el skate se consolidan como disciplinas olímpicas. En lo que se refiere al skate, ¿quién sucederá a Momiji Nishiya, la primera campeona olímpica de skateboard coronada en los últimos Juegos... con solo 13 años?
Es la «modernización» o tal vez la «urbanización» del deporte espectáculo, por más que diciplinas como la doma clásica sigan teniendo su lugar entre la «aristocracia» olímpica. Es la libertad de la expresión del cuerpo y del mensaje desatados por las calles parisinas, por más que convertir en disciplina olímpica expresiones que tienen más cerca el arte que el deporte sea también ponerle puertas al campo.
El surf se va a celebrar en la localidad «francesa» de Tehaupo’o en Tahití, lo que «refleja la ambición de París 2024 de expandir los Juegos por todo el Hexágono», dice, sin que se le asome el rubor, la web Olympics.com como si el recuerdo de un mundo colonial no mereciese el escarnio público de las potencias colonizadoras. Por otro lado, el surf cuenta con una amplia delegación vasca como son Nadia Erostarbe, Janire González Etxebarri y Andy Criere por un lado, sin olvidar al baionarra Joan Duru, avanzadilla de un nutrido grupo que, con las selecciones de los deportes de equipo puede convertirse en un interesante representativo de lo que algún día tal vez sea Euskal Herria por sí sola.
En 50 días, por desgracia, no dará tiempo para que Euskal Herria sea una nación soberana y se presente con sus muchos, pocos, grandes o pequeños poderes en unos Juegos Olímpicos. Todo llegará, esperamos, como al «paseíllo» de la Ceremonia Inaugural o la ikurriña flameando en un podio, quién sabe si en lo más alto. Soñar despierto es gratuito. Como soñar con unos Juegos Olímpicos un poco menos elitistas e hipócritas de lo que se acostumbra uno a ver. Son 50 días para que en el cielo de París arda una llama olímpica que no calienta pero sí quema. Y que también lo vuelve a uno un poco niño otra vez.