Carlos Gil
Analista cultural

‘Festen’: Retrato de familia burguesa

Esta producción del Arriaga está estos días en las Naves del Matadero.
Esta producción del Arriaga está estos días en las Naves del Matadero. (TEATRO ARRIAGA)

Obra: ‘Festen’.  Autores: Thomas Vinterberg, Mogens Rukov, Bo hr. Hansen y David Eldridge. Adaptación: Lucía Astigarraga y María Goiricelaya. Dir.: Maria Goiricelaya. Int.: Aitor Borobia, Alfonso Torregrosa, Lander Otaola, Sandra Ferrús, Ione Irazabal, Ane Pikaza, Olatz Ganboa, Egoitz Sánchez, Mikel Martínez, Loli Astoreka y Aiala Mariño Producción: Teatro Arriaga. Naves del Matadero (Madrid), 6-6-2024.

Partiendo de un realismo nórdico que atravesó la cinematografía como un suspiro al que aferrarse con plena representatividad del movimiento Dogma 95, esta obra, esta ‘Celebración’ trasladada del celuloide al escenario, muestra tres planos identificativos para su análisis.

La esencialidad de lo contado, lo crucial, la denuncia, el retrato de una familia burguesa cargada de violencia, secretos, silencios, abusos y muerte, que se muestra de manera eficaz, que logra trasmitir el vértigo de una infancia fundida en negro por la vulgaridad machista y autoritaria de un padre abusador y violador con la anuencia de una madre que tapa la realidad y la manera en la que se usa la cámara y sus visuales y el conjunto de todo ello en una puesta en escena espectacular, pero que parece buscar la efectividad por encima de otras posibilidades narrativas. 

Los personajes que concurren a esta fiesta de cumpleaños del patriarca se dibujan levemente. Es uno de los hijos el detonante del drama, pero el ambiente se nutre de otras violencias, otras renuncias, otras circunstancias que han atravesado su pasado y que afloran de manera sucesiva en ese momento crucial en donde la ingesta de alcohol ayuda a mostrarse dentro de un desorden de clase media alta con cierta rotundidad expositiva.

En el montaje se usa la cámara en vivo para subrayar, para la elipsis, para mostrar la parte trasera de ese espacio diseñado por José Luis Raymond y que marca una situación, fija el espacio, pero queda expuesto al tiempo y al movimiento, a la pericia de la dirección para que esas aperturas, entradas y salidas de los personajes al marco de visualización de los espectadores no se convierta en algo mecánico, reiterativo, casi casual.

El conocer escenas de las habitaciones a través de la gran pantalla que es el fondo nos vierte más información, pero se convierte en un híbrido en donde se resiente el valor estrictamente teatral, como si ese primer plano escénico no fuera suficiente a juicio de la dirección para contar esa situación cambiante y llena de matices.

Existe, por lo tanto, tanto en algunos episodios dramatúrgicos, como en esta elección narrativa, una disfunción, como si no alcanzase a llegar a lo sublime teatral. Casi aseguraría que se trata de un tremendismo narrativo que, en el fondo, hace perder fuerza a la denuncia, al meollo central, la barbaridad vivida por esos dos niños, gemelos, y que ella, la niña, se suicidó, por lo que se colige.

El equipo actoral debe pelear con unos personajes muy estereotipados, escenas fragmentadas, resolutivas, con mucha acción directa y sin apoyaturas. Y se nota en esos momentos las diferencias para afrontarlo técnicamente, lo que en ocasiones hace que se pierda intensidad y, por lo tanto, eficacia, dejándolo demasiado a lo formal, a la composición externa, sin llegar a profundizar.

Es de aplaudir la ambición del proyecto, los logros de llevarlo a término con una solvencia primera muy correcta. Encontramos, no obstante, que se queda en un acto muy efectista, quizás de acorde con las tendencias actuales a lo inmediato, a no buscar más complicaciones. La respuesta de los públicos es de entrega, debido a la estupefacción que suscita lo narrado.