Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

La rana jeltzale

Pasados los comicios al Parlamento Europeo es buen momento para hacer balance del último ciclo electoral y, con las negociaciones para la constitución del nuevo Gobierno en Lakua en marcha, analizar la posición del PNV, del PSE y de cómo ha evolucionado la relación entre ambos en la última decada.

Los máximos representantes del PNV y del PSE en Sabin Etxea.
Los máximos representantes del PNV y del PSE en Sabin Etxea. (Aritz LOIOLA)

El anuncio del preacuerdo de gobierno entre PNV y PSE menos de 24 horas después de conocerse los resultados de las elecciones europeas, y el consiguiente cambio de foco informativo –qué oportuno–, ha evitado a algunos pasar el trance de profundizar en las razones del batacazo del 9J, pero ha permitido, por otra parte, mirar con un poco más de detenimiento algunas cosas que están ocurriendo en la política local.

Por un lado, tenemos a un PSE que desde la espantada de Patxi López, que había sido investido lehendakari en 2009 gracias no solo a los votos del PP sino, sobre todo, a la ilegalización de la izquierda abertzale, había sido relegado a un papel más que secundario. La irrupción de Bildu en 2011, primero, el fenómeno Podemos después, y el solar que dejó en el PSOE la marcha de Zapatero, parecían abocar al partido de la rosa a una larga travesía por el desierto, si no a algo peor.

En ese contexto, los primeros acuerdos con el Gabinete de Iñigo Urkullu, que pronto se dio cuenta de que la geometría variable no era lo suyo, les insuflaron algo de aire institucional, aunque el panorama seguía siendo desolador. Tras las elecciones autonómicas de 2016, PNV y PSE, ya con Idoia Mendia en la secretaría general, pactaron un Gobierno donde esta formación se quedó con tres consejerías que manejaban el 4% del presupuesto total.

Poco más que las migajas para un partido que había quedado cuarto, con los mismos escaños que el PP, y que ni quiera garantizaba la mayoría absoluta al Ejecutivo. Aquello representaba «la confluencia de dos grandes tradiciones políticas de este país» en palabras de Urkullu, pero el desequilibrio era enorme y se hablaba del PSE en términos de «muleta» jelkide.

Cambia el viento en Madrid

Sin embargo, por aquellas mismas fechas ocurrió que Unidas Podemos vio frustrado su sorpasso al PSOE en el Estado, y poco después Pedro Sánchez, que había sido descabalgado de la Ejecutiva a finales de 2016, regresó triunfante a Ferraz y empezó a escribir su manual de resistencia. Y el viento empezó a rolar.

La moción de censura a Mariano Rajoy en 2018 y las sucesivas y traumáticas crisis en el espacio de la izquierda confederal fueron asentando el mito sanchista, y todo lo que crecía a su vera recuperó color. Aunque en la CAV, el PSE seguía siendo el socio menor de un Gobierno donde Urkullu hacía y deshacía casi a su antojo.

En estas llegaron las autonómicas de 2020, en julio y en plena pandemia, y aunque el PNV mejoró en porcentaje y escaños, se dejó cincuenta mil votos en la gatera. Sabin Etxea lo atribuyó a la importante caída de la participación, pero eso mismo no impidió a EH Bildu sumar 23.000 votos más que en 2016 y al PSE mantener casi la misma cifra. Los pésimos resultados de PP-Cs y de Unidas Podemos-IU maquillaron los datos jeltzales, pero el engranaje empezaba a chirriar.

En el Gobierno de 2020 el PSE sumó a sus tres consejerías un cargo de vicelehendakari para Idoia Mendia, y casi cuadruplicó el presupuesto bajo su control. En esta pasada legislatura ya no ha habido tanta condescendencia desde Sabin Etxea y, de hecho, el PSE se ha permitido echar un pulso –y ganarlo– a su socio en una materia tan importante como la Ley de Educación. El troleo de Eneko Andueza, nuevo capataz “socialista”, al consejero de Educación, Jokin Bildarratz, fue considerado humillante por no pocas personas en el Departamento y en las filas del PNV.

Un año trepidante

En estas estábamos cuando llegó el último ciclo electoral. En las forales de 2023 la fuerte subida de EH Bildu hizo perder pie a todos los demás, pero el descenso del PSE fue mucho menos acusado que el del PNV, y en las municipales se hizo con el Ayuntamiento de Gasteiz, apartando a la ganadora Rocío Vitero (EH Bildu) con los votos del PP y pasando por encima de Beatriz Artolazabal, pésima candidata jelkide.

La noche del 28M Andoni Ortuzar, con el aliento de EH Bildu en el cogote, dijo haber entendido el mensaje del electorado, pero no tardó en echarse en manos del PP para gobernar Durango y Gipuzkoa. Y en la próxima cita, los comicios a Cortes convocados por sorpresa por Sánchez el 23 de julio, Durango, Gipuzkoa... y casi todas las demás plazas le dieron la espalda al PNV, que empató en la CAV con EH Bildu. La coalición, con el escaño por Nafarroa, se convirtió en primera fuerza abertzale en Madrid.

La inquietud en la última planta de Sabin Etxea era patente.Tanto que en vísperas de las elecciones autonómicas no dudaron en finiquitar la carrera de un Urkullu que quería seguir al frente del Ejecutivo. Lo que se vivió en aquellas semanas no lo olvidarán el lehendakari en funciones, el propio Ortuzar y un Imanol Pradales que fue el elegido, dicen que por sistema digital y con bastante cabreo guipuzcoano, a modo de revulsivo.

La jugada les salió regulín el 21 de abril, y solo una movilización de última hora en Bizkaia permitió al PNV empatar a escaños con EH Bildu y poder proclamarse vencedor a los puntos, por menos de 29.000 votos. Hubo suspiros de alivio esa noche y más de un grito de alegría cuando el PSE le arrebató a la coalición el último escaño que bailaba en Gipuzkoa.

El mismo PSE, por otra parte, que tras ganar los comicios del 23J en la CAV caminaba ya sin complejos. De hecho, Andueza, entre cuyas virtudes no están el temple ni la diplomacia, se permitió cargar con dureza contra sus socios en la campaña de las autonómicas. Sus resultados, dos escaños más que en 2020, confirmaron que el viento ahora les entra de cola.

Así que las europeas, sobre las que Ortuzar e Itxaso Atutxa querrían correr un tupido velo, no han sido sino la confirmación de lo que hemos estado viendo en el último año. Con EH Bildu primera fuerza el 9J y el PSE muy por encima del PNV, los jeltzales viven un escenario muy complicado poco antes de una cita congresual que se presume decisiva.

Nuevo reparto de poder

En este contexto, el preacuerdo de Gobierno presentado el lunes a horas intempestivas básicamente ha servido para recordarnos que se está negociando un nuevo reparto de carteras y de poder en el Ejecutivo autonómico. Y el PSE, quién se lo hubiera dicho hace diez años, no es que no se vaya a conformar con las migajas, como en 2016, es que quiere llevarse algunas de las partes más ricas del pastel.

Mientras tanto, el PNV, que cuando Bildu entró como un tsunami en 2011 saltó como un resorte, como cuando una rana es lanzada al agua hirviendo, y que en este tiempo se ha dedicado en cuerpo y alma a enfrentarse a la coalición, igual empieza a preguntarse si el pacto con el PSE, que tiempla ahora su ansiedad, no acabará calentándose poco a poco para acabar por cocerlo. Aunque no parece que Ortuzar, que el martes dijo que el 70% de los programas de gobierno de PSE y PNV son idénticos –quién le mandaría–, tenga en mente dar un brinco para salir de la cazuela.