El movimiento de la Asociación de Presbíteras Católicas Romanas (APCR), una organización internacional no reconocida por la Iglesia que reivindica el derecho de las mujeres a ejercer el sacerdocio, ha ordenado obispa a una mujer vasca.
«Yo he ido creciendo con mucha rabia dentro de mí», confiesa la nueva obispa, Mercedes, al recordar cómo desde que era niña vio frustrado su deseo de participar en la Iglesia porque el enfoque que ha dado la institución ha sido siempre «hacia el varón».
El pasado 1 de junio, Mercedes se convirtió en obispa en rebeldía, en un acto celebrado según el rito romano y delante de un grupo «muy nutrido» de asistentes. Presidió la ceremonia la obispa colombiana Olga Lucía Álvarez Benjumea, destacada representante del movimiento en Sudamérica.
«No lo considero un honor a nivel social, sino que creo un honor de poder servir, esa es la encomienda. La Iglesia te llama a servir», sostiene esta mujer, que no desea ser identificada, en declaraciones a Efe.
«Cosa de chicos»
Recuerda cómo su madre le decía que el oficio religioso era «cosa de chicos», y que solo en caso de abrir los seminarios a mujeres podría seguir adelante con su vocación. «Hasta que encontré la asociación», un grupo católico, feminista e inclusivo del que forma parte desde hace cuatro años y donde se consagró presbítera hace dos.
Compuesto actualmente por 124 presbíteras y 10 obispas, el movimiento nació en el río Danubio en 2002 y desde entonces ha ido creciendo hasta formar comunidades repartidas por el Estado francés, Alemania, Austria, Escocia, Canadá, Estados Unidos y Sudamérica.
Se trata de un movimiento de renovación dentro de la Iglesia Católica Romana cuyo su objetivo es conseguir la plena igualdad dentro de la Iglesia como cuestión «de justicia y de fidelidad al Evangelio», que aboga por un nuevo modelo de ministerio sacerdotal inclusivo en la Iglesia.
Reivindica el acceso de la mujer a las órdenes sagradas como cualquier varón bautizado, una posibilidad prohibida en el artículo 1024 del código de Derecho canónico, que defienden abolir, así como el llamado Decreto Graciano.
«Todo varón bautizado tiene derecho a las órdenes sagradas. O sea, las mujeres que estamos bautizadas no. Esa es la cuestión», reivindica Mercedes. «Quiero ser íntegramente de la Iglesia y que la Iglesia acoja íntegramente a todas las personas, sean como sean. Toda persona tiene derecho que se le quiera», abunda.
«El movimiento está creciendo en Europa y España», reconoce Mercedes. Desde el primer nombramiento en 2013, tres presbíteras han sido ordenadas en el Estado, entre ellas la nueva obispa, y esperan seis nuevos nombramientos, siempre «en la clandestinidad».
En 2007 la Iglesia católica aprobó en su Congregación para la Doctrina de la Fe la excomunión latae sententiae tanto a quien confiera el orden sagrado a una mujer, como a la mujer que haya intentado recibir la ordenación.
La colombiana Olga Lucía Álvarez Benjumea, la primera presbítera latinoamericana y la obispa que consagró a Mercedes, asegura no haber recibido notificación alguna desde Roma: «Sé que hay un canon, pero a mí no se me aplica porque yo no he renunciado a mi bautismo, ni me he retirado de la Iglesia».
«Si la Iglesia nos aplica excomunión es porque nos reconoce», explica Álvarez Benjumea.
Respecto al Papa Francisco, Álvarez Benjumea lo considera como «un novio muy querido que nos manda flores y nos dice frases muy bonitas», pero del que no cabe esperar «más nada».
Trabajo pastoral
La nueva obispa, por su parte, muestra «sumo respeto» al hablar del pontífice y ve en su mandato un intento de dar pasos hacia adelante, aunque «no los suficientes».
No cree que en la Iglesia quepan «todos, todos, todos», porque divorciados, homosexuales, transgénero y las mujeres ocupan «un quinto lugar».
Reivindica que «va siendo hora» de que la Iglesia abra las puertas a las mujeres y defiende que puedan acceder no solo al diaconado, como empieza a plantear la Iglesia: «Nosotras no queremos el diaconado, queremos el presbiterado».
Tras su ordenación el 1 de junio, Mercedes ejercerá labores de trabajo pastoral y ordenación de otras personas. «He celebrado misa, he bautizado a una niña, he acudido a funerales». Todo ello en domicilios privados y «de forma clandestina».
«Siento una llamada al servicio de una manera de ejercer los sacramentos, de ayudar a la gente que lo está necesitando. Y la gente ve bien que una mujer pueda acceder a hacer todo este tipo de labor sin escondernos. Porque no estamos pecando», insiste.