Alice Guy y Germaine Dulac, pioneras de un cine sin palabras
El martes 18 de junio, el cineclub Fas, de Bilbo, no solo ofrecerá una apetitosa proyección donde se podrá asistir a las bondades artísticas de ambas realizadoras, sino que servirá también como ceremonia de desagravio por la usurpación de muchos de los valores precursores de su filmografía.
Charles Chaplin degustando un suculento manjar compuesto por su calzado; Harold Lloyd sujeto en volandas a las manecillas de un gran reloj o incluso un carrito de bebé precipitándose por las escaleras de Odessa. Todos ellos, y otros cuantos más, son fotogramas que comparten su posición privilegiada en el memorándum del cine mudo. Pero hay otra característica importante que también les une, y es la mirada masculina que se encuentra tras la cámara encargada de recoger esas imágenes. Más que una casualidad, significa el reflejo de una histórica omisión.
Entre lo paradójico y la justicia poética resulta que en una sociedad mucho más esforzada por enmudecer el relato femenino que en abrazar la lógica igualitaria, dos mujeres, Alice Guy (1873-1968) y Germaine Dulac (1882-1942), sin utilizar las palabras, se significaran como luminarias figuras en la época iniciática del ‘séptimo arte’. En un ejercicio de reconocimiento creativo, pero lastimosamente también necesario en su labor como recuperación de un legado, el Fas, junto a la asociación (H)emen y el Instituto Francés –del que su coordinadora cultural Margot Le Peltier departirá junto a la también realizadora Sara Mauleón en un coloquio– ofrecerá una muestra visual, aderezada del acompañamiento musical del pianista Josetxo Fernández de Ortega, del talento de dichas autoras.
Una de las afortunadas que pudo asistir en 1895 a la primera proyección realizada por los hermanos Lumière fue una joven secretaria de la empresa fotográfica de Léon Gaumont. Se llamaba Alice Guy. Tal fue su impresión por lo allí observado que, a modo casi de revelación, comprendió que ese nuevo instrumento podía convertirse en el vehículo idóneo con el que dar forma a unas ideas que ya habían empezado a germinar en su imaginación como consecuencia de su cercanía al mundo de la literatura, dado el oficio de librero que ejercía su padre, y por sus primeras aproximaciones al teatro.
Arte e industria
La cesión de un espacio para crear su amateur estudio de producción, posteriormente tarea asumida por la empresa, y el acceso al primer cronógrafo, capaz de sincronizar imágenes y sonidos, empujándola sin quererlo a realizar lo más parecido que existía en aquel tiempo a un video clip, fue el ecosistema donde nació su primera creación. Al margen de debates, muchos interesados, sobre si aquella adaptación de un cuento infantil, de título ‘El hada de los repollos’ (1896), significa la primera película en la historia que acometía una narración de ficción, su relevancia está fuera de toda duda. Porque el casi millar de obras que iban a configurar su trayectoria significan un fiel reflejo de su determinación por contar historias y hacerlo desde casi todos los géneros imaginables, fuese el western, policíaco o el documental. Un bagaje que no dudó en utilizar para mostrar las incongruencias que observaba en la sociedad del momento, señalando ya de forma irónica pero decidida al hegemónico patriarcado en ‘Las consecuencias del feminismo’ (1906), retratando la violencia en el seno familiar presente en ‘La madrastra’ (1906) o recogiendo las desigualdades sociales, especialmente explícitas en el contenido de ‘En la barricada’ (1907).
Más allá de la diversidad inventiva que adornó su trayectoria, y como consecuencia de su conversión del cine en un medio de masas, sus diversos avances técnicos se vieron refrendados por la acumulación de una capacidad logística que le permitió firmar la superproducción –lo que más adelante sería bautizado con el término ‘peplum’– ‘Vida, nacimiento y muerte de Cristo’ (1906), que contó con más de 25 escenarios y 300 figurantes, o ser dueña de la transgresora decisión de valerse de un elenco íntegro de raza negra para interpretar ‘A Fool and His Money’ (1912).
Una consolidación en el ámbito ejecutivo que le llevó a crear, tras ser destinada a Estados Unidos para hacerse cargo de una ampliación de mercado, su propia productora, Solax, a la que daría continuidad Film Supply Company. Una acumulación de méritos que, sin embargo, al final de su vida, en paralelo a la mayor popularidad adquirida por el cine y por lo tanto aceptando el dominio masculino, le llevaría a recorrer medio mundo con el fin de recopilar sus desperdigadas cintas e intentando restablecer su autoría en muchas de ellas.
Sinfonía lírica de imágenes
Pese a que Alice Guy y Germaine Dulac compartieron espacio laboral en Gaumont, aunque en diferentes momentos, sus apuestas artísticas son prácticamente antitéticas. Porque mientras la primera anheló siempre encontrar los mecanismo exactos para desarrollar historias de forma tradicional, la segunda se dedicó a despreciar el argumento en el ámbito audiovisual. En una apuesta aperturista que avalaba con un contundente esqueleto teórico, perseguía la consecución de un arte integral que no estuviera supeditado ni al momento concreto ni a narraciones determinadas, dotando a las imágenes y al sonido de su propio ritmo y un universal discurso poético.
Conocida ya antes de su dedicación a la realización como una declarada activista feminista que volcaba sus arengas en círculos socialistas y en escritos periodísticos, su currículum tomó vigencia a partir de ‘La fête espagnole’ (1920), con la que comienza a cimentar una particular mirada que buscaba una armonía entre su expresividad pictórica y la psicología de sus fotogramas, un paisaje que tomaba mayor prestancia al utilizar técnicas como la del ‘flou’, un tratamiento de la imagen desenfocada que implementaría el carácter evocador de ‘La souriante Madame Beudet’ (1923) o ‘L’Invitation au voyage’ (1927).
Y la mujer inventó la película surrealista Probablemente el elemento más representativo de la autora nacida en Amiens se encuentra en su radical creación ‘La coquille et le clergyman’ (1928), capaz incluso de incomodar a las vanguardias del momento. Trabajada junto al escritor Antonin Artaud, su metraje es toda una exaltación surrealista que ya en su estreno alteró sustancialmente el visionado de los espectadores, incluido el de su propio compañero, que no dudó en insultarla en público. Las escenas de pechos femeninos y las representaciones monstruosas de la curia religiosa fueron un suculento alimento para las fauces censoras. Una incomprensión generalizada que, sin embargo, la reseñó como toda una anticipada respecto a propuestas coetáneas.
Más allá de las virtudes artísticas, cada unas ensalzadas desde postulados muy diferentes, que comparten Alice Guy y Germaine Dulac, ambas acabaron su existencia instaladas en un nada inocente anonimato, a pesar de asentar innovaciones y técnicas que dinamizaron y ofrecieron inspiración para generaciones posteriores. Sus nombres, como las de tantas otras, ya sean Jane Loring, Dorothy Arzner, Lois Weber o Ruth Ann Baldwin, son parte de unos muy relevantes episodios del oficio cinematográfico que han sido invisibilizados. La misma historia que ha cubierto con un oscuro manto su legado, tiene ahora la obligación de devolverles una trascendencia que nunca les debió ser raptada.