«Los relatos de las víctimas de violencia sexual nos dieron fuerza para enfrentar el proyecto»
En ‘Querer‘, el espectador es testigo de la acusación de Miren Torres (Nagore Aranburu) contra su marido, Iñigo Gorosmendi (Pedro Casablanc), por maltrato y violación continuada. Y del posterior juicio que remueve los cimientos de toda la familia. Alauda Ruiz de Azúa firma esta serie.
Zinemaldia acoge el estreno de ‘Querer’, la serie que ha escrito y dirigido Alauda Ruiz de Azúa (Barakaldo, 1978) para Movistar Plus. Tras su exitoso debut cinematográfico con ‘Cinco lobitos’, en el que ponía el foco a las relaciones familiares y a las maternidades, se ha embarcado en la arriesgada apuesta de adentrarse en el universo íntimo de una pareja marcada por la violencia sexual durante largos años. Hasta que la mujer dice «basta». El espectador asiste al proceso desencadenado por la denuncia de Miren Torres contra su marido, Iñigo Gorosmendi. En medio, sus dos hijos, Aitor y Jon.
Es de destacar el trabajo actoral de los intérpretes que conforman el elenco. Está protagonizada por Nagore Aranburu (‘Aupa Etxebeste!’, 'Loreak', ‘Irati’, ‘Intimidad’), Pedro Casablanc (‘B, la película’), Miguel Bernardeau (‘1899’), Iván Pellicer (‘Paraíso’) y Loreto Mauleón (‘Hodeiak margotzeko makina’, ‘Bi anai’, ‘Los renglones torcidos de Dios’).
Cuenta con la producción de una productora vasca (Kowalski Films) y una española (Feelgood Media), se ha rodado en parte en Euskal Herria y el equipo técnico ha sido vasco en su mayoría. Han participan Zaloa Ziluaga en la dirección de arte, Itziar García Zubiri en la dirección de producción, y Ainhoa Eskisabel en maquillaje y peluquería.
¿Cómo lleva las entrevistas?
He notado mucha diferencia con respecto a ‘Cinbo lobitos’. Realmente la industria del cine era desconocida para mí y era todo muy nuevo. Siempre hay algo extraño, porque yo soy más introvertida que extrovertida, pero cuando pasas por segunda vez por algo estás más a gusto. Además, me apetece hablar de ‘Querer’. Quiero contarla bien y lograr que la gente se interese por la película para que la vea.
¿Cómo valora la presencia del filme en Zinemaldia?
En su momento, cuando nos comunicaron la selección, ya dije que era el estreno soñado. Soy muy consciente del privilegio de que la serie esté en la Sección Oficial y que tenga la atención de los medios de comunicación internacionales. Es una serie con vocación cinematográfica y que el viaje comience en Donostia... aparte de poder tener la experiencia en la sala, que suele ser distinta. Es difícil que ocurra y cuando pasa te sientes muy agradecida y afortunada.
El otro día lo hablaba con Javier Giner [director de la serie ‘Yo, adicto’], que participará también fuera de concurso y comentábamos que vamos a estrenar la serie, a ver las primeras reacciones.
Sin la tensión habitual.
Sí, vamos a pasarlo bien.
Los límites entre televisión y cine son difusos en la actualidad. ¿Qué diría sobre la participación cada vez más asidua de series en los certámenes cinematográficos?
De repente está normalizado. De hecho, el público ya espera que en los festivales de cine se estrene alguna serie. Para mí tiene sentido, es signo de los nuevos tiempos. Al hilo que lo que comentas sobre los límites del cine y la televisión es verdad que están difuminados. Yo tenía que hacer una serie con episodios, eso implicaba una manera de empezar y terminar que no es lógicamente la de una película, pero el lenguaje es cinematográfico, la he rodado como si fuera una película. Las escenas, las miradas, el tempo, las pausas... Es algo que pasa con muchas series, tienen un lenguaje cinematográfico. Y eso hace que se difuminen mucho las líneas, sí.
Son cuatro capítulos de cerca de una hora. ¿Cómo influye la duración?
‘Querer’ en total no llega a las cuatro horas. En los últimos años ha habido grandes películas que estaban cerca de esa duración: ‘Anatomía de una caída’, de Justine Triete; ‘Asesinos de la luna’, de Scorsese... Pero sí es cierto que la experiencia cinematográfica es muy distinta a la experiencia de verlo en tu casa. En el cine es una experiencia colectiva. Las líneas entre series y películas se van difuminando en distintos ámbitos, pero sí es muy distinta la experiencia como espectador de verlo en un lugar o en otro. Al hacerlo en tu casa o en un móvil tienes otra relación con la obra.
¿Cuál fue el germen del proyecto?
Me contactaron los productores Juan Moreno y Koldo Zuazua. Querían hacer una serie sobre el consentimiento sexual dentro de un matrimonio, tenían en mente la historia de una mujer que denuncia a su marido por violación. Me pareció impactante. La premisa me generó muchísimas preguntas. Eran muy incómodas y vi que las respuestas iban a ser complejas. Tenía muchas preguntas que no sabía cómo responder. ¿Cómo ocurre algo así en un matrimonio de muchos años? ¿Fue un noviazgo con relaciones sexuales consentidas? ¿Cómo se da el paso a una violación? ¿Las mujeres pasan de consentir a ceder en una situación así? ¿En qué momento se prioriza el deseo del otro frente al tuyo? Si es un matrimonio de muchos años es probable que tengan hijos mayores... ¿Como hijo cómo te enfrentas tú a eso? Te ves obligado a tomar una decisión. Me surgieron tantas cuestiones que me pareció un tema a investigar y hacerlo con rigor para poder entenderlo, ya que tiene algo de tabú. Me lancé al proyecto y les dije que no quería solo escribirlo, sino también dirigirlo. Ellos estaban encantados. Luego entró Movistar Plus. Enseguida la desarrollo, se monta el proyecto y la investigación, y la coescritura con Eduard Sola, Júlia de Paz, los otros dos guionistas.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Estuvimos unos meses documentándonos, investigando y tomando notas. Y descubriendo la historia que queríamos contar. ‘Querer’ no es un único caso real, está inspirado y construido con aspectos de muchos casos reales. Cuenta la historia de muchas mujeres. El proceso de investigación fue muy importante. Desde hablar con abogados especialistas, sicólogos, por supuesto, víctimas. También fuimos a juicios reales. Una de las cosas bonitas de escribir con otras personas –lo planteamos desde el principio con Koldo y Juan– es el debate interno que surgió, algo que siempre es interesante y muy rico para el proyecto.
Es novedoso al marco de un matrimonio de más de tres décadas. Se habla mucho del consentimiento en una discoteca, un piso... En ‘Querer’ la denuncia de la mujer es de violación continuada.
No hemos querido dirigir la opinión del espectador, pero sí contarle el proceso. Las mujeres entrevistadas cuentan que se llega a la situación de que aunque haya podido mantener relaciones sexuales consentidas e incluso estar enamorada de esa persona se crea un escenario en el que no puede ejercer su voluntad. ¿Cómo se genera eso? ¿Qué papel tiene el miedo¿ ¿Cómo lo vive el otro? ¿Por qué ocurre? Este era el reto de la serie. Es verdad que dentro del matrimonio veíamos que narrativamente no teníamos ningún referente. Es algo de lo que no se ha hablado. Es incómodo, porque igual nos obliga a revisar el pasado. Aunque paradójicamente es algo que se denuncia a menudo en los juzgados, no es algo que haya desaparecido.
En el fondo es una relación de poder, del hombre sobre la mujer.
Todas las relaciones pueden verse como relaciones de poder. Para poder juzgar este tipo de historias no solo basta con pensar cómo se concreta ese abuso o esa agresión sexual, sino que tienes que entender el contexto y ver en qué equilibrio o desequilibrio de fuerzas se da. Por eso digo que las relaciones también hay que leerlas en clave de poder. Muchas veces todo lo que tiene que ver con la sexualidad, por esta cosa de que pertenece a la intimidad de dos personas, tiene algo de animal o irracional, no hemos querido entrar a analizar desde otro prisma todo lo que ahí puede pasar. Una relación sexual, al final, es como cualquier otra relación, del tipo que sea, en términos de poder analizarla de si es equitativa, cómo están distribuidas las fuerzas, quién ejerce el poder sobre quién, cómo se construye esa relación, claro.
Es una tela de araña en la que Iñigo Gorosmendi no solo atrapa a Miren Torres?, sino también a sus hijos Aitor y Jon. No es cosa de dos, sino por lo menos de cuatro personas.
Eso que dices es muy interesante porque las mujeres víctimas lo saben. Y casi es un obstáculo más en su camino. Saben las consecuencias que puede tener no solo para ellas, sino para todos los demás. En el caso de los hijos me parecía un viaje interesante. Un proceso judicial empieza y termina pero tú siempre eres hijo de alguien. Aunque rompas con un padre o una madre y pongas una distancia física, mentalmente sigues conectado. Creo que es de los dilemas más difíciles que te pueden tocar. La idea era que, a través de dos personajes masculinos diferentes en su intimidad, en su escala de valores, en sus relaciones con sus padres, ver cómo afrontar este juicio en el que tienen que tomar parte.
Está la utilización de los hijos como arma arrojadiza. De buscar aliados y de obligarlos a tomar parte.
Sí, incluso es otra relación que se puede ver en términos de poder. Del poder que tiene como padre sobre tus hijos y el uso que haces de él. Del abuso a la hora de ponerles en situaciones que para ellos pueden ser traumáticas. Es interesante. Ese juego de poderes está en todas las relaciones familiares. Pedro Casablanc fue muy generoso con su personaje, que es ingrato en el sentido del viaje que tiene. Menos mal que decidimos que fuese un ser humano y no un psicópata. Parte de la tragedia es que se creen sus relatos, que lo hacen por amor, por el bien de su familia. Ha quedado un personaje muy humano, con sus luces y sombras, claro. Y a veces da más miedo que sean humanos.
Y ahí está la evolución del hijo mayor. Es de destacar cómo plasma en el filme la repetición del modelo que ha vivido desde pequeño en su propia familia.
Sí, el viaje del personaje de Aitor es de los más bonitos en el sentido de que se enfrenta al vértigo de repetir un modelo, al miedo de convertirte en tu padre –todos heredamos cosas de nuestros padres, lo queramos o no–. Creo que la evolución del persona está hecho de manera realista, aunque no quiero hacer spoiler. Aunque heredemos aspectos de nuestros padres no somos nuestros padres.
Y está la dificultad de reflejar su viraje en muy pocas escenas. Supongo que no sería fácil, y además de hacerlo creíble.
De hecho, está escrito de manera muy gradual y con pequeños detalles. Creo que son procesos de aprendizaje, la toma de consciencia es muy lenta. Son pequeñas cosas las que le hacen despertar. Me parece muy bonito lo que desencadena. La serie no es complaciente, se mete en sitios muy incómodos, porque no hay una solución perfecta. Una de las cosas que hablábamos era evitar hacer ‘lo peliculero’. Nuestra inspiración no tenía que venir del mundo de la película más convencional, donde todos tienen muy claro lo que les pasa, su decisión, lo defienden a muerte y es entonces cuando el otro cambia... Nuestra inspiración tenía que ver más con la vida real.
Nagore Aranburu, Pedro Casablanc, Miguel Bernardeau, Iván Pellicer, Loreto Mauleón... Es de destacar el nivel interpretativo de todos los actores. ¿Cómo se planteó el trabajo con ellos?
¡Qué te voy a contar de Nagore! Es una joya que tenemos, es maravillosa. Por parte de todos había un gran compromiso de entender a los personajes, y de hacerlo desde un sitio muy emocional, muy humano. Quisimos dejar de lado el juicio, lo intelectual. Eso quedará para el espectador. Cuando vea la serie sacará sus propias conclusiones. Nosotros queríamos vivir el momento, y así tienes a ser más emocional.
En los ensayos nos centramos en construir la familia, a ver cómo se habían relacionado en el pasado, cómo habían discutido, cómo lo habían vivido los hijos o incluso qué ocurre cuando se rompe... Más que repetir escenas concretas hacíamos improvisaciones o lecturas de escenas buscando entenderlo.
La narración del filme se da en base a los diálogos de los personajes. El espectador no ve los hechos acaecidos en estos últimos años.
En el juicio se habla de cosas que no se ven en la pantalla. Nosotros sí las recreábamos en los ensayos en algunos casos. Y ha sido bonito porque genera algo en la memoria en ellos, como un recuerdo, y al contarlo en el juicio lo sentían como algo real. Había una inquietud, que para mí vertebra la serie. Muchas veces cuestionamos a las víctimas de violencia sexual, la credibilidad de su relato. ¿Por qué no lo ha denunciado antes? En la mayoría de casos no hay vídeo o audio. Para mí era bonito que el espectador tuviera que juzgar a través de sus relatos. No lo cuento yo, sino los propios personajes. Es como ellos lo han vivido.
Como directora le interesan los personajes con claroscuros. Nagore Aranburu ha destacado el arco interpretativo de su personaje, Miren Torres.
Sí, en el personaje de Nagore es clave en el sentido de que queremos alejarnos del cliché de la víctima, de la mujer llorosa, sobrepasada. Ese tipo de imágenes. Tras la toma de contacto que tuvimos con las víctimas era interesante mostrar otro perfil. Dejar la vida que tienes con tu familia y denunciar algo así y enfrentarte a un proceso judicial hay sufrimiento y momentos de rabia, de deseo de justicia, y culpabilidad –aunque sea irracional–... pasan por mil estados de ánimo distintos. Era intentar reflejar esto más que centrarnos en el sufrimiento. Para sostener todo eso no podía estar rompiéndose a cada minuto, si no no subía esa montaña.
Y hacerlo desde la contención, que puede ser el sello de Nagore Aranburu como actriz dramática.
Ella tiene un don natural, tiene ese talento de hacerlo todo desde la verdad y conectar con lo que sea que le lances. También hablamos de contener. Ella tiene tanto dolor, tanta incomprensión... las dos sentíamos que si soltaba la espita se iba a derrumbar en cada momento. Era contener, contener... contar lo justo para seguir avanzando. Es una víctima que nunca llora, excepto en un momento muy concreto y que estaba muy hablado por las dos.
«El miedo es invisible», dice Miren en el juicio. Es una de las claves de la película.
Para mí sí. Es una de las frases que resonaba mucho en la escritura y en el rodaje. Hay una capa de la serie que habla del miedo. Para entender cómo se puede quebrar el consentimiento y darse un abuso tienes que hablar de ello. Y de cómo la violencia puede ser invisible, claro.
¿Lo más bonito y difícil de todo el camino?
Hay algo que reúne las dos características. Son las entrevistas con las víctimas, que tuvieron lugar en Euskadi. Fue muy especial a nivel humano ese tipo de conexión, de confidencia, de conversación, de ponerle cara y piel a todo eso. También fue difícil, son testimonio que te atraviesan. Lo relatos de las víctimas de violencia sexual nos dieron mucha fuerza para enfrentar el proyecto, nos ayudó a pensar que puede haber algo valioso en la conversación que genera la serie.
Al margen de ello, técnicamente los más complicado fue meter al espectador a esa sala de juicio y que asista casi a tiempo real, cumpliendo los protocolos, el rigor de la justicia real. Fue un reto narrativo manejar los tiempos, los silencios...