Viviendo Gaza desde Shatila
A un año del genocidio en Gaza, el campamento de refugiados de Shatila recupera su memoria colectiva tras sufrir en 1982 una herida abierta para la memoria de la humanidad.
«Le pido a Dios que algún día pueda regresar a mi tierra. Tengo 82 años y me embarga una profunda tristeza con lo que está ocurriendo en Gaza y en Líbano», dice sollozando Naheil al Jalil al Jamal, una hija de la Nakba de 1948. Una hija de la «catástrofe» palestina.
Sentada en un amplio sillón, con su cuerpo muy dolorido, Naheil está en Shatila, en la casa de su hija Hiba. Los israelíes han atacado los campos de refugiados palestinos desde el norte hasta el sur.
Y en ese sur se encuentra Al Rashidiya, ubicado a cinco kilómetros de la legendaria ciudad de Tiro y a 20 kilómetros al norte de la frontera con Israel. Al Rashidiya es la casa de Naheil, la que la albergó sin derechos durante 70 años y fue bombardeado por fuerzas israelíes en la última semana, sufrió la guerra civil libanesa durante quince años, la ocupación israelí en 1982 hasta el año 2000 y la guerra de 2006.
«Soy de Bassa», explica con voz muy suave y congestionada por el asma. «Lloro constantemente. La ansiedad no me deja en paz y solo deseo que el mundo conozca nuestra realidad», relata.
Al Bassa formaba parte de Líbano antes de la Primera Guerra Mundial, pero se incorporó a Palestina después de la guerra, cuando los británicos y los franceses trazaron las fronteras entre los dos países.
Este pueblo constituye un trágico hito: fue ocupado el 14 de mayo de 1948 por la organización paramilitar la Haganá durante la Operación Ben-Ami. Fuerzas sionistas desembarcaron en esta aldea costera, por lo ue se considera que fue la primera operación de las fuerzas navales de esta organización.
Tras la captura del pueblo, las fuerzas del Palmach de la Haganá concentraron a los aldeanos en la iglesia local donde mataron a varios jóvenes y expulsaron a otros.
Entre los desterrados se encuentra Naheil, que huyó con su familia hacia el norte, llegando a Líbano. Otro centenar de aldeanos, principalmente ancianos y cristianos, fueron trasladados a la aldea de al-Mazra'a junto con otros palestinos desplazados de Galilea. Los mataron cuando intentaron regresar a su pueblo para salvar sus pertenencias.
«Aún guardo los recuerdos de mi infancia, cuando jugaba en las calles de mi barrio con otras niñas de mi edad», rememora sin cesar de llorar
«Nací en Palestina, pero los israelíes me expulsaron de mi hogar. Aún guardo los recuerdos de mi infancia, cuando jugaba en las calles de mi barrio con otras niñas de mi edad, rodeada de amigos. Todo eso desapareció el día que llegaron y nos obligaron a dejarlo todo atrás», rememora sin cesar de llorar.
Es que la masacre de Al-Bassa no fue un incidente aislado, sino que formó parte de una política de represalias mucho más amplia que caracterizó la represión de la rebelión árabe por parte del Mandato británico.
Se abrieron centros de tortura y muchos prisioneros árabes fueron fusilados mientras trataban de escapar. Los Escuadrones Nocturnos Especiales, compuestos por policías británicos y colonos judíos –que se movían de noche y se vestían como árabes– aterrorizaban las aldeas, humillando y matando a civiles. Una historia que se repite desde hace 76 años y hoy se agudiza, se profundiza y se extiende hasta aquí
Gaza reabre las heridas de Shatila
Después de 42 años de la masacre de Sabra y Shatila –considerada por la Asamblea de Naciones Unidas como un acto de genocidio–, otra ola de atrocidades se produce a 283 kilómetros de distancia contra los palestinos. Esa es la corta distancia entre Beirut, la capital de Líbano, y Gaza.
El mundo está presenciando en tiempo real un genocidio contra los palestinos en el territorio sitiado. Un genocidio que persiste desde hace un año ininterrumpidamente.
Estamos en Shatila hace dos semanas y los traumas del pasado se reabren incesantemente, pero este año con más intensidad. La memoria de una de las peores matanzas de civiles de la historia hoy se reaviva ante la masacre en la cárcel al aire libre más grande del mundo.
«Lo que nos sucedió fue algo inimaginable. Aunque hoy en día los gazatíes están sufriendo más, aún recuerdo cuando llegaron los sionistas. Al principio, durante dos días, hicieron trabajos de inteligencia vestidos de civiles, repartiendo chocolates y dulces a los niños mientras recopilaban información en las calles», comienza su relato Nusra Mohammad Ali Ahmad de 57 años, mientras nos sentamos en la sala de estar de su casa en Sabra.
Es una elegante mujer, con unos ojos celestes que emulan el cielo, pero su mirada refleja una profunda e inmensa tristeza al recordar los episodios que sucedieron hace más de cuatro décadas.
«Lo peor no fueron solo las armas de fuego; tocaban las puertas, entraban a las casas con cuchillos afilados y nos mataban silenciosamente», recuerda
«Al tercer día, nos rodearon por completo. Lo peor no fueron solo las armas de fuego; tocaban las puertas, entraban a las casas con cuchillos afilados y nos mataban silenciosamente. Cuando nos dimos cuenta, comenzamos a huir». Su esposo se escondió en un árbol durante dos días y ella milagrosamente logró escapar con sus hijos.
De pronto interrumpe su testimonio. Amargas lágrimas corren por su rostro. Entre sollozos y en voz muy baja atina a decir que vio «horrores indescriptibles: una niña asesinada con el vientre abierto, embarazadas a quienes les arrancaban los fetos. Fueron tres días de pura matanza».
«Recuerdo claramente el día en que los grupos armados entraron y comenzaron a matar a inocentes, especialmente a niños y mujeres. La sangre corría tanto que llegaba hasta las rodillas», cuenta Aamer El Ali, un palestino nacido en Shatila hace 59 años, sentado frente al santuario que se encuentra dentro del campo y donde están los restos mortales de 730 personas en una fosa común.
«Escuchaba los gritos de madres que buscaban desesperadamente a sus hijos y veía caer a personas que conocía, hombres y mujeres, delante de mis ojos. La violencia no discriminaba», recuerda.
«La masacre de Shatila y la de Gaza son diferentes en algunos aspectos, pero el enemigo es el mismo»
«La masacre de Shatila y lo que hoy ocurre en Gaza son diferentes en algunos aspectos, pero el enemigo es el mismo y su método no ha cambiado: matar a todo ser humano que se atreva a moverse o a soñar con vivir. No hay distinción entre mujeres, embarazadas, niños, personas discapacitadas, árboles o animales», subraya este hombre que sobrevivió a la masacre.
«Lo que está sucediendo en Gaza hoy es aún más masivo: los israelíes están matando todo lo que respira. Los sionistas tienen un proyecto de limpieza étnica, creyéndose superiores y con derecho a asesinar sin rendir cuentas», concluye.
«Lo que está ocurriendo en Gaza es terrible, aunque en la masacre de Shatila no había medios de comunicación, por lo que no sabemos con certeza todo lo que pasó. Lo de Gaza es un horror, buscan exterminar a todos. Es un genocidio», asegura Naha Hassan, que nació en Shatila en 1964 y se trasladó a Sabra con apenas cinco años.
«Somos el mismo pueblo, aunque estemos lejos, sentimos el dolor de nuestros hermanos en Gaza», afirma mientras sirve jugos y café y se queja de los cortes de luz que paralizan el ventilador que nos permite apaciguar el calor que llega a 40 grados.
«Nosotros también pasamos por lo mismo: huimos, fuimos masacrados y desplazados. Necesito ver la televisión constantemente para saber lo que les sucede, porque, repito, somos el mismo pueblo a pesar de la distancia». Muchos de los palestinos consultados veían y sentían a Gaza muy lejos hasta hace un año.
Gaza y el regreso a la memoria colectiva
El genocidio también ha convertido a Gaza en parte de la Palestina con la que se identifican los palestinos de los campos: los refugiados en Líbano son originarios de la Palestina de 1948, en su mayoría de la zona de Galilea.
«Gaza no estaba en nuestra imaginación cuando hablábamos de Palestina», dice Abed, frente a su comercio de electrónica ubicado en una de las angostas e inundadas calles del campo.
«Cuando hablábamos de Palestina, hablábamos de la Palestina del 48 y no sabía que también fueron desplazados a Gaza».
Este reconocimiento a Gaza en medio del asedio, el hambre, la humillación y los desplazamientos interminables ha generado un nuevo sentimiento de unidad.
«Estamos todos unidos por el dolor y el trauma, pero también por el orgullo y la dignidad, orgullosos de ser palestinos que resisten», asiente Umm Mahmoud, quien desea mantener un anonimato.
Es devota de Fatah, pero ahora se identifica con Hamas. «He sido Fathawiyyeh [partidaria de], pero ahora soy una Hamsawiyy, incluso voy a las reuniones con Hamas. Me resulta difícil decirlo, soy Fatah de corazón, pero ahora Hamas es la resistencia. La mayoría de la gente de los campos apoya a Hamas», explica.
«Somos el Fatah de los años 70, no el Fatah de Abba», concluye.
El genocidio en Gaza ha convertido a Shatila en un espacio palestino que se había perdido con la irrupción de refugiados sirios y de otras nacionalidades que han llegado en condiciones paupérrimas.
Ahora se despliegan las banderas palestinas y se escuchan canciones revolucionarias desde las ventanas. «Gaza se ha convertido en parte de Palestina», afirma Waleed.
«Nunca supe nada sobre Gaza. De repente, siento que lo sé todo. Este año, Gaza se ha convertido en parte de mi imaginación política de Palestina. Gaza se ha convertido en parte de Shatila».
Mientras, Naheil reitera: «Solo anhelo regresar a mi querida Palestina, a mi pueblo».