Los palestinos de Líbano, perseguidos por el exilio
Mientras que en los últimos meses Israel ha matado a varios dirigentes políticos palestinos en sus campamentos libaneses, los intensos bombardeos que está llevando a cabo el Ejército israelí (Tsahal) en la Tierra de los Cedros han arrojado a otros miles de refugiados de nuevo al camino del exilio.
Fue hace poco más de un año, en las míseras callejuelas del campo de Sabra y Shatila, en Beirut: decenas de palestinos desfilaban sobre sus vehículos, ondeando banderas nacionales y deslizándose ruidosamente por calles atestadas de gente. Era una escena que se repetía casi todos los días entre los aplausos de los lugareños y que, además de la apertura de un «frente de apoyo a Gaza» por parte del Hizbulah libanés, saludaba el regreso de la cuestión palestina al centro de las preocupaciones mundiales. Todos ellos decían esperar poder «ir al frente y volver victoriosos a Palestina».
Doce meses después, la cruda realidad. Estos palestinos de Líbano no solo no han pisado la tierra a la que han soñado volver durante cuatro generaciones, sino que, lo que es peor, muchos han tenido que abandonar sus campamentos improvisados, rodeados en las últimas semanas por los bombardeos israelíes.
Los doce campos de refugiados palestinos que han surgido en la Tierra de los Cedros desde 1948 -y que albergan a 250.000 personas- están rodeados por zonas que están siendo bombardeadas desde hace un mes. Es el caso de los dos campos situados en la ciudad de Tiro, en el sur de Líbano, y los de Saida, así como Burj-el Barajneh, enclavado en los suburbios del sur de Beirut, en el corazón del bastión de Hizbulah en la capital.
Ese terror ha alcanzado también al tristemente célebre campo de Sabra y Shatila, en las afueras de Dahieh: el pasado 6 de octubre, una serie de ataques aéreos en las inmediaciones del lugar obligó a huir a miles de personas.
Filmadas por un reportero de la AFP, las imágenes de estas familias huyendo a toda velocidad en la oscuridad de la noche, con las bolsas a la espalda, dejaron una huella imborrable. Y en la mente de muchos palestinos se ha convertido en una catástrofe más en la larga historia de desarraigo de su pueblo.
De nuevo, el exilio
Ante el riesgo de infiltración de espías israelíes - el asunto de los buscapersonas ha causado un fuerte impacto en Líbano-, los doce campos palestinos del país están ahora bajo doble llave. Controlados exclusivamente por las facciones palestinas desde la firma de los acuerdos de El Cairo en 1969, estos lugares estrechos, superpoblados e insalubres se han convertido con el tiempo en refugios desesperados, plagados de inseguridad.
Gracias a un permiso excepcional concedido por el comité de Baddawi, fuimos autorizados a entrar en este campo, situado en la ciudad de Trípoli, en el extremo norte del Líbano. Cuando llegamos, las fuerzas de seguridad del lugar, con su uniforme militar y los kalashnikov sujetos a una tosca pared, escrutaban el cielo, del que procedía desde hacía varios minutos el ruido de un avión de guerra israelí. «Es como el perfume, cuando te lo pones lo hueles, unos minutos después te acostumbras y luego ya ni lo notas», bromeó uno de ellos, para relajar el ambiente. Para después continuar: «Somos palestinos, no tenemos miedo. No apoyamos a la resistencia, somos la resistencia».
En los últimos días, Baddawi, asentada en territorio suní -y, por tanto, lejos de los bastiones de Hizbulah-, ha acogido a decenas de familias que se han visto obligadas a abandonar sus hogares en el sur del país ante la actual escalada.
Es el caso de Abu Jaffar, de 69 años. Hasta hace unos días, vivía en el enorme campo de Rachidiyeh, en la ciudad de Tiro, sur de Líbano. Ante los crecientes bombardeos optó por marcharse. Un desarraigo más en la vida de este hombre. Cuando se trata del exilio palestino, Abu Jaffar es casi un caso de manual. «Nací en Rafah en 1955. Después de ser desplazados a Gaza, nos vimos obligados a ir a Jordania en 1967, tras la Guerra de los Seis Días», recuerda. Como miles de palestinos que habían ido a Amman, cuatro años después se encontró en una situación imposible. Los fedayines palestinos atrincherados en Jordania estaban desestabilizando el reino hachemí, un levantamiento que sería sofocado con sangre por el rey Hussein, otro trágico episodio conocido como «Septiembre Negro».
Abu Jaffar se vio obligado a marcharse de nuevo, trasladándose a Siria e instalándose en el enorme campo de Yarmouk, en las afueras de Damasco. Verdadera capital de los refugiados palestinos en su día, este bastión de la causa nacional cayó bajo la ira del presidente sirio Hafez el-Assad en 1976, que entró en guerra contra la Organización para la Liberación de Palestina.
«Así que me fui a Líbano, en plena guerra civil, y elegí Sour [nombre árabe de la ciudad de Tiro] porque era el lugar más cercano a mi patria. Quería poder sentir Palestina», explica, embargado por la emoción. Un viaje caótico, plagado de heridas imborrables y traumas reabiertos por este último episodio. A su lado, su esposa habla de «auténtico terror» en su campamento de Tiro desde hace semanas, y de la creciente ansiedad entre la población palestina ante la posibilidad de que ellos también sean blanco de ataques masivos.
«Tenemos miedo de perder nuestra casa allí, así que varios de nuestros hijos se han quedado. Aun así, en Rachidiyeh está nuestra casa, pero no nuestro hogar. El único sitio al que podemos llamar nuestro hogar es Palestina», explica la pareja.
A su alrededor, varios niños pequeños escuchan atentamente. «Estoy enseñando a mis nietos que son palestinos, que su tierra es Palestina y que nuestros campamentos no son más que trocitos de nuestro país geográficamente dispersos. Lo mismo hice con mis hijos», continúa Abu Jaffar, mirándolos con orgullo.
Unas calles más allá, Abu Ali al-Hudeiri, de 92 años, es uno de los residentes más ancianos de Baddawi. Es una de las pocas personas que vivieron la Nakba de 1948. Este anciano, increíblemente vivaz, explica que abandonó Palestina a los 16 años. «Lo recuerdo todo, cada sonido, cada olor. Y el día que perdimos nuestra tierra, intentamos resistir pero no teníamos nada, ni siquiera un cuchillo para defendernos. Así que nos fuimos, descalzos», recuerda. Y continúa: «Cuando huimos, no podíamos luchar, solo teníamos palos con los que enfrentarnos a sus armas. No lo entendía muy bien, pero acabé en Líbano, en Tiro, y aquí es donde pasaré el resto de mi vida. Nos lo arrebataron todo, incluido el derecho a vivir en paz».
Este hombre, como todos los entrevistados en el campo, parece comprender el carácter histórico de la situación vivida por los palestinos desde el 7-O.
Las causas permanecen
Entonces, ¿está Hamas ganando simpatías entre los palestinos de Líbano? Todo parece indicar que sí, muchos de ellos, de todas las tendencias políticas, lloraron la muerte del sucesor de Haniyeh, Yahya Sinwar. ¿Y a quién le importa que sus relaciones con las demás facciones palestinas de Gaza fueran tumultuosas, incluso execrables? Solo quedará la imagen de este hombre convertido en estatua de polvo, con una mano arrancada y la otra blandiendo un bastón para defenderse hasta su último aliento contra Israel.
«Obviamente, muchos palestinos lloran su muerte, aunque se opongan a Hamas. Hay que recordar que las acciones armadas palestinas se iniciaron en 1972 con Fatah, luego en 1976 con los comunistas, en 1982 con la Organización para la Liberación de Palestina... Antes de Hamas en 2023. La historia de la resistencia armada nos ha enseñado que aunque los grupos puedan cambiar, las causas permanecen. En el futuro, como en el pasado, los islamistas apoyarán a los comunistas si llevan a cabo operaciones contra los israelíes, y viceversa», afirma el especialista libanes Khaldoun el-Cherif.
Para los palestinos de Líbano, el futuro parece más sombrío que nunca. Mientras varios centenares han podido encontrar refugio en otros campamentos, otros miles se hacinan en una docena de centros de emergencia abiertos por el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (Unrwa).
«En Gaza como en Cisjordania, Netanyahu quiere hacer desaparecer Palestina, antes de hacernos desaparecer a nosotros, los palestinos, en el mundo entero. Somos conscientes de esto», afirma un joven de Baddawi, que habla bajo condición de anonimato.
La última palabra es para Abu Jaffar: «Si tenemos que resistir otros 100 años, lo haremos. Pero hemos de ser honestos: desgraciadamente, nos encontramos en un callejón sin salida, atrapados en una guerra interminable que nadie parece capaz de detener».