Hizbulah y Hamas, tocados pero no hundidos
De Gaza a Líbano, Israel se enfrenta al mismo dilema. Hizbulah y Hamas, debilitados y descabezados, resisten. Acabar con este tipo de organizaciones político-militares, más cuando les mueve un componente religioso, es difícil cuando no imposible. Porque se nutren del odio, el más mundano y divino.
Un mes después de que Hizbulah sufriera su «Septiembre Negro» con la dinamitación –textual– de sus comunicaciones internas al explotar sus buscas y walkie talkies en las manos y los bolsillos de sus milicianos y con la decapitación de su cúpula, incluido su máximo líder, el jeque Hassan Nasrallah, el Partido-Milicia de Dios libanés quedó tocado, pero parece lejos de haber sido hundido.
Así lo atestiguan los ataques prácticamente diarios con cohetes contra Israel y las emboscadas contra los soldados a uno y otro lado de la frontera desde el inicio de la invasión terrestre israelí al sur de Líbano el 1 de octubre.
Los analistas confirman que la organización chií está atravesando uno de los peores momentos desde su fundación hace 42 años con el patrocinio de Irán y como escisión islamista del movimiento también chií pero panarabista Amal en plena guerra civil libanesa e invasión israelí.
Pese a que la campaña de bombardeos israelíes iniciada a finales de setiembre acabó con los máximos responsables de la «fuerza aérea», misiles y drones, de Hizbulah, y a que uno de los principales objetivos es destruir sus arsenales, de hasta 200.000 cohetes, la milicia demuestra todos los días que tiene suficientes reservas, incluso de medio y largo alcance.
Y que tiene quien o quienes las lancen. Otra cosa es la precisión, aunque más de uno ha caído en cuarteles militares y de los servicios secretos, provocando bajas mortales a Israel.
Tel Aviv reconocía a principios de semana 37, incluyendo cinco soldados el domingo, además de cientos de heridos. Parecen pocos, incluso cogiendo con pinzas los casi diarios partes de guerra de Hizbulah.
Pese a que la Fuerza Radwan ha sido decapitada, sus avezados miembros están consiguiendo a ratos emboscadas y golpes de efecto
Con la «fuerza aérea» de Hizbulah ocurre lo mismo que con sus fuerzas de élite. Pese a que la cúpula de las mismas, conocida como Fuerza Radwan, ha sido decapitada, sus avezados miembros tienen ahora la oportunidad de suplir la inferioridad militar respecto a Israel con emboscadas y golpes de efecto. Y a ratos lo están consiguiendo.
A ello hay que añadir la experiencia de los combatientes sobre el terreno y la acumulada durante años en la guerra en Siria, donde se convirtieron en poco menos que un ejército regular, combinando tácticas de guerra clásica con la guerra de guerrillas.
Está claro que en la actual contienda ha vuelto a su origen pero conviene no olvidar que cuenta con hasta 50.000 combatientes si añadimos los reservistas, muy motivados, y que ya infligieron sendas derrotas estratégicas a Israel al forzar su retirada en 2000 y en 2006.
¿Hasta dónde está dispuesto Israel a llegar ahora?
Algunas estimaciones aseguran que se conformaría con matar a 3.000 milicianos y dejar heridos a unos 10.000. Y que estaría dispuesta a asumir 800 bajas, entre muertos y heridos.
En este sentido, circulan rumores de que Israel estaría calibrando la posibilidad de una tregua, la misma que rechazó en su día, en una semana. E incluso a una retirada.
Rumores que no casan con sus planes para rediseñar el mapa político en Líbano, con la ocupación de la franja sur del río Litani, de mayoría chií y desde la que Hizbulah hostiga a Israel. Lo que parece claro es que Hizbulah no está hoy en condiciones de forzar a Israel a detener su invasión pero Israel tampoco lo está para acabar con Hizbulah.
Salvando las distancias, algo parecido se puede decir respecto a Hamas en Gaza.
Israel asegura que ha «liquidado» a 23 de las 34 divisiones de Hamas y a 20.000 de sus combatientes. Pero sigue sin controlar el 70% del territorio y afronta una guerra de guerrillas extenuante que ya ha acabado con 400 de sus hombres –cifras oficiales–, incluidos medio centenar por fuego amigo.
Comandantes, tenientes y oficiales engrosan la fila de bajas. Al punto de que el Ejército israelí ha tenido que volver al punto de partida de su operación de castigo al norte de Gaza tras la brutal incursión de Hamas del 7 de octubre de 2023, al norte de la Franja, forzando con criminales bombardeos la evacuación forzosa de sus 400.000 habitantes, con el objetivo oficial de impedir que Hamas se recomponga y vuelva a hacerse fuerte entre sus escombros.
Israel cantó victoria tras la «neutralización» del líder de Hamas, Yahya Sinwar. Pero su pérdida no parece haber hecho mella alguna en la resistencia islamista palestina.
Al contrario. Sinwar sabía desde hace un año que era hombre muerto y la dirección estratégica del movimiento lleva meses en manos de un puñado de miembros del Consejo de la Shura cuya identidad se desconoce.
Hamas se ha tomado tiempo para designar, no antes de marzo, a su próximo líder tras la muerte de de Ismail Haniyeh en un bombardeo en Teherán el pasado 31 de julio.
El dilema de Israel es como matar a unas «serpientes» con miles de cabezas, cuando salen de los escombros, cuando nacen del odio
Las imágenes de un Sinwar herido de muerte que se enfrenta a un dron israelí que le ha descubierto en una casa han tenido a su vez un efecto boomerang para Israel. El líder militar de Hamas no se escondía vestido de mujer en los túneles de Gaza. Murió combatiendo junto a sus dos guardaespaldas. Los palestinos que le criticaron por planificar el 7-O le ven como un héroe mártir. Hasta la propia OLP, rival histórica de Hamas.
Los islamistas buscan y encontrarán a otro Sinwar. Hizbulah ha hallado al sucesor de Nasrallah, el que ha sido «número dos» durante 30 años, Naim Qasem.
Es el dilema de Israel. Como matar a unas «serpientes» con miles de cabezas. Cómo acabar con todas cuando estas salen hasta de los escombros de miles y miles de bombardeos. Cuando nacen del odio.