Kazetaria / Periodista

Viaje sentimental por la «mamma» de las autopistas

Se cumplen 60 años de la apertura oficial de la A1, la ‘Autopista del Sol’, que une Milán y Nápoles cruzando prácticamente toda la península. Mucho más que 800 kilómetros de asfalto; es una manera perfecta de descubrir el Belpaese, para lo bueno y para lo malo, tocando varios mundos.

Trabajadores hacen un alto en la construcción de la autopista, en 1960.
Trabajadores hacen un alto en la construcción de la autopista, en 1960. (Autor desconocido | Wikimedia Commons)

Es la primera, la más larga y también la más icónica: se llama por eso A1 y es la autopista que conecta en Italia las ciudades de Milán y Nápoles (o viceversa); dos mundos, casi dos planetas, pasando por Florencia y Roma.

Cuando fue abierta, el 4 de octubre de 1964, hace 60 años, representó el símbolo de la superpotencia industrial del Belpaese, un país regado por los dólares estadounidenses que se abría hacia el futuro con miles y miles de coches cruzando la península, llevando sobre todo a familias de vacaciones. Familias de consumidores, por cierto, que se habían olvidado ya de las dificultades de la posguerra.

Varias generaciones han ido pasando en seis décadas por esta autopista, que como apodo tiene ‘Autostrada del Sole’. Se debe a que el destino principal es el sur, lugar caluroso y soleado de manual, un lugar a donde ir con amigos compartiendo los gastos de coches de segunda –o tercera– mano, escuchando en la radio, en casettes, discos y ahora en USB canciones míticas como ‘Bomba o non bomba’, de Antonello Venditti, que habla exactamente de un viaje a través de la A1 para llegar a una manifa.

759,8 kilómetros que no son únicamente una larguísima alfombra de asfalto, trazada arruinando el paisaje en muchos casos (como había ocurrido en otro contexto con Vajont), sino que suponen también un resumen de Italia, una especie de «zumo concentrado» de arte, excelencias naturales, chanchullos políticos y tragedias.

Emprendemos un viaje virtual por la mamma de todas las autopistas.

La mafia se sienta en la gasolinera

Se llama Milano-Napoli, no por darle más importancia a la capital lombarda, sino porque los primeros kilómetros que se asfaltaron fueron allí, en el norte. El sur ya tenía alguna autopista o autovía para los pocos coches que circulaban; nada que ver con las de hoy.

Milano-Napoli, de acuerdo, pero ¿desde dónde? El kilómetro uno se encuentra en la parte sur de la ciudad saliendo de una plaza muy grande y muy estratégica que se llama Piazzale Corvetto. Aquel barrio, Il Corvetto, es uno de los más peligrosos de Milán, repleto de calles estrechas y con pocas luces, lleno de kebabs y de salones de juego ilegales, con un parque enorme hoy en día que es hogar para muchos drogadictos, famoso también porque es la zona de la ciudad más intensamente poblada de estructuras para el fútbol sala.

La referencia en Piazzale Corvetto, al inicio, es una gasolinera que se convirtió en punto de encuentro de la mafia; seguramente un lugar donde era muy sencillo escaparse hacia la autopista

 

La referencia en Piazzale Corvetto es una gasolinera tan perfectamente encajada en el panorama metropolitano que para los mafiosos (de todo tipo y familia) se convirtió en punto de encuentro para discutir sobre «negocios», como descubrieron los investigadores en 2013. Seguramente, un lugar desde donde es muy sencillo escaparse hacia, de hecho, la autopista.

La A1 es gratuita durante 9 kilómetros. Mientras tanto, se puede salir para llegar a los pueblos «dormitorio» que colindan con Milán, tipo San Giuliano Milanese o San Donato Milanese, la sede del coloso energético Snam, que se percibe claramente a la izquierda con sus rascacielos y la sensación de «bendecir» nuestro viaje.

Sin embargo, la verdadera autopista, donde ya no hay marcha atrás, es el peaje de Melegnano. Si Biriatu o Zarautz les parecen enormes, no han estado nunca por allí: en agosto las colas que se forman en los típicos domingos de vuelta después de las vacaciones no son solamente provocadas por la cantidad espantosa de coches, sino también por la poca confianza de los conductores, sobre todo los más mayores, al pagar con tarjeta.

La interminable hilera de cabinas de peaje de Melegnano.

¿Las zonas por su nombre?

Muy llamativo es también el paso por encima del río Po, en torno al kilómetro 50. Esta barrera natural divide en primer lugar las regiones de Lombardia y de Emilia-Romagna, y, sobre todo, marca la frontera «virtual» entre el norte y el centro de Italia.

Para pasar el Po se cruza un puente de más de un kilómetro. Estamos en la provincia de Piacenza, en plena llanura. La Pianura Padana es uno de los sitios más fértiles de Europa y donde se puede cultivar cualquier tipo de fruta o de verdura.  

Antes de cruzar el Po, hasta el año 2019 un cartel indicaba la salida ‘Piacenza Nord’. Pequeño problema, debido a la conformación un poco retorcida de la zona; la frontera entre Lombardia y Emilia-Romagna es muy irregular, Piacenza «no tiene norte», porque colinda entera con el sur de la provincia (lombarda) de Lodi, a su vez provincia nacida en 1992 independizándose de la de Milán.

¿Piacenza Nord o Basso Lodigiano? El conflicto entre vecinos en Italia puede ser sangriento y absurdo a la vez

 

La salida y el peaje de Piacenza Nord, de hecho, se encontraba en el pueblo lodigiano de Guardamiglio. La iniciativa del diputado Guido Guidesi de la Liga Norte, que había nacido allí, fue simple: cambiar el nombre de la salida porque ellos no eran «Piacenza Nord». El conflicto entre vecinos en Italia, hay que recordarlo, puede ser sangriento y absurdo a la vez.

De esta manera, en 2019 el nombre del cartel, de acuerdo con el Ministerio de Transportes, cambió y se transformó en ‘Basso Lodigiano’, es decir ‘la parte baja de la provincia de Lodi’. Aunque, realmente, no se haya modificado el trazado o la dirección de la autopista. «Vaya chorrada», opinó la mayoría.

El rosario de los Appennini

Pregunta práctica: ¿Cuál es el punto más decisivo en la red de las autopistas italianas? La respuesta podría sorprender porque se trata de Bolonia. Ni Milán ni Roma, ni Nápoles ni Turín, ni tampoco Venecia, sino la capital de Emilia-Romagna, colocada en un punto de la península estratégicamente fundamental: allí se llega desde Milán y desde Venecia, desde allí se puede seguir hacia la costa Adriática, y cada fin de semana en agosto se crean unas colas impresionantes.

 

El nudo de Bolonia. (Blaskino | Wikimedia Commons)

En Bolonia termina el primer gran tramo de la A1. Hemos recorrido ya unos 200 kilómetros con unas ganas de comer estratosféricas, habiendo superado Parma, Reggio Emilia y Modena, con todas las industrias alimentarias al lado de la carretera, oficinas donde se producen Parmigiano-Reggiano y Lambrusco, indicaciones para el museo de la Ferrari en Maranello. Y, sobre todo, en una clase de geografía permanente, vemos que las montañas que anteriormente teníamos muy lejos a nuestra derecha ahora se van acercando.

La razón es simple: Italia está muy tumbada en diagonal (Venecia está más al oeste que Palermo, por ejemplo) y tiene los Appennini, esta cadena montañosa que es la columna vertebral del Belpaese, llegando desde Génova hasta casi la costa Adriática. Lo hace sin pedir permiso, faltaría más; los Appennini son mucho más viejos que la A1.

Es evidente que para llegar a Nápoles, Roma e incluso Florencia desde Milán hay que cruzar sí o sí los montes, por algún lado. Y, cuando los ingenieros estaban sumergidos en el proyecto de esta autopista, decidieron que la clave estaba allí, en el Appennino Bolognese, una zona muy llamativa de por sí porque durante la Segunda Guerra Mundial el frente entre la Resistencia y los nazis estaba exactamente allí, en pueblos como Marzabotto.

Son cumbres no muy altas pero que infunden respeto, cuyos nombres se encuentran en las salidas de las autopistas después de haber superado la «fortaleza» Bolonia, en dirección a Florencia: Sasso Marconi, Rioveggio, Pian del Voglio y Roncobilaccio, que se conocen tan de memoria como los versos del Ave Maria del rosario.

Los 50 kilómetros hasta la cumbre de los Appennini de Sasso Marconi son sinceramente poéticos

 

Los oídos empiezan a taponarse porque se sube de golpe, los carriles pasan de tres a dos, los camiones pierden potencia y se echan a la derecha con los intermitentes de emergencia activados. Son unos 50 kilómetros desde Sasso Marconi sinceramente poéticos, entre túneles y curvas suaves, que en invierno se pueden convertir en trampas tremendas debido al hielo.

La cumbre está en Roncobilaccio, quizás el punto más icónico automovilísticamente hablando de toda Italia. Se podría decir que es el corazón de la península entera. Está justo en la frontera entre Emilia-Romagna y Toscana y es, probablemente, el único lugar en Europa donde el peaje se encuentra dentro de un área de servicio. Es decir, si se decide tomar un cappuccino, hay que salir de la autopista. Áreas de servicio que son las coprotagonistas absolutas de la A1, con sus menús y los bocadillos con sus nombres evocativos: Rustichella, Camogli, Apollo o Capri.

Desafortunadamente, para evitar las constantes colas que se iban a crear, el Gobierno italiano en 2015, después de décadas de trabajo reventando los montes, abrió una autopista subterránea, llamada ‘Variante di Valico’ o ‘Direttissima’, que hace exactamente como algunas líneas férreas: un megatúnel prácticamente directo desde Bolonia (de nuevo) a Florencia. Pero no tiene el mismo encanto que la A1 «de arriba», la ‘Panoramica’.

La curva Fanfani y la muerte de ‘Gabbo’

Después de Roncobilaccio, se entra en la Toscana, con la aldea del Mugello, famosa por su circuito donde se disputa la competición de MotoGP. La bajada sí que se podría hacer a toda velocidad como Valentino Rossi, pero es mejor mantener la prudencia, porque, al terminar el descenso, nos encontramos en la llanura en torno a Florencia.

La idea inicial de los que hicieron el proyecto de la A1 era muy sencilla: conectar todas las mayores ciudades en la parte oeste del mapa de la península italiana. Milano-Bolonia–Florencia, y desde allí, teóricamente, trazar una línea recta hasta Roma y luego Nápoles.

En el mapa se nota esta curva repentina en el centro de la Toscana; mejor que Siena, ¿por qué no pasar por los feudos del primer ministro?

 

Desgraciadamente, los ingenieros no pensaron que el por aquel entonces primer ministro, Amintore Fanfani, peso pesado de la Democrazia Cristiana, también quería dar su opinión sobre el trazado. Y resultó que para ir de Florencia a Roma había que pasar teóricamente por Siena, lo que hubiera sido un golpe bajo para alguien como él, extremadamente mandón. Mejor que Siena, ¿por qué no hacer pasar a la A1 por los feudos de Fanfani, es decir Arezzo y sus alrededores?

Dicho y hecho. Si se contempla la ‘Autostrada del Sole’ en el mapa, se percibe esta curva repentina en el centro de la Toscana, informalmente llamada ‘Curva Fanfani’. Por su parte, Siena se tuvo que conformar con una (espectacular, entre colinas y árboles) carretera provincial conectada con Florencia.

En la provincia de Arezzo ocurrió también un hecho mucho menos gracioso, el 11 de noviembre del 2007, justo en una área de servicio de la A1: un hincha de la Lazio, Gabriele Gabbo Sandri, murió mientras dormía en su coche durante unos altercados entre tifosi y Policia. Lo que pasó fue realmente espantoso porque Sandri resultó herido por una bala disparada de un lado a otro de la carretera, en un área de servicio (Badia al Pino) donde cruzaron sus caminos hinchas de la Lazio y de la Juventus. La muerte de Gabbo, conocido DJ romano, resultó muy impactante: el policía culpable acabaría en la cárcel.

Cuando Maradona iba a ligar

Ya estamos saliendo de Toscana y entrando en la región de Umbria, rumbo a la provincia de Terni, donde todo huele claramente a Roma, empezando por el calor, mucho más contundente que en los Appennini. Los pinos, los colores amarillos, los carteles que ahora mismo indican a Ciudad Eterna como siguiente gran objetivo...

Es verdad que, lamentablemente, la A1 no entra en Roma, sino que la roza solamente, casi suavemente. Además, Roma tiene su «autopista personal», el enorme anillo de 70 kilómetros que rodea la capital italiana y que se llama Grande Raccordo Anulare, con sus 33 «puertas de acceso» a la ciudad.

El paisaje después de Roma recuerda que es ciudad de emperadores y papas, pero también un zona pobre

 

Para muchos, la A1 termina aquí, pero no es así; la autopista sigue al sur de la región de Lazio, en aquella Ciociaria famosa por su mozzarella y su pastoreo. Curiosamente, cuando por la mañana se escuchan las noticias sobre el tráfico, siempre hay colas en dos puntos aquí, después de Roma: Colleferro y Ceprano. Extraña bastante observar que se amontonan coches en esa zona de pastos y rebaños tan bucólica.

De todas formas, esto nos recuerda que Roma, ciudad única en el mundo, con historias y nombres de leyenda, emperadores y papas, era y aún es un área de pobreza potencial o real, creando un contraste que muy pocas capitales europeas mantienen.

Nápoles está a menos de 200 kilómetros, una distancia nula para alguien que tenga un coche de lujo y muchas ganas de ligar, como le ocurría a Diego Armando Maradona cuando jugaba en Italia y tenía amantes en Roma, sobre todo en el mundo de las bailarinas o de los modelos de la televisión. Hasta que lo pillaron unos paparazzi en un peaje y se montó un lío enorme con su mujer.

Es muy difícil tragarse toda la autopista desde el inicio hasta el final. Además, está el tren de alta velocidad que conecta en mucho menos tiempo y en cuatro paradas (Bolonia–Florencia–Roma-Nápoles) pagando poco más que los 59,60 euros del peaje. Aunque yendo en coche, claramente antes de Nápoles hay que salir en Caserta para ver la «Versailles italiana», el Palacio Real de los Borbones, monumento que en tren puedes solamente imaginar.

El Palacio Real de los Borbones en Caserta. (Gallardo | Wikimedia Commons)

Hablando de toques franceses, la puerta de entrada a Nápoles de la A1, nuestra última etapa, es un barrio de la ciudad partenopea que parece la copia clavada de la Défense de Paris, unos cuantos rascacielos que hacen olvidar que allí hay que ir en primer lugar a la playa. Por eso se llama ‘Autostrada del Sole’, un objeto que, afortunadamente, no falta nunca entre los dos mundos que conecta cada día.

Un sol que, sin embargo, aquel 6 de octubre de 1964 no apareció en el último tramo que fue inaugurado, entre Chianciano Terme, en la baja Toscana, y Orvieto, en Umbria. Después de ocho años de trabajo, 74 obreros fallecidos y 3.000 millones de euros (entonces liras) gastados, al final llovió.