Isidro Esnaola
Iritzi saileko erredaktorea, ekonomian espezializatua / Redactor de Opinión, especializado en economía

La guerra comercial amenaza las relaciones entre China y EEUU

La necesidad de contener a China es una de las pocas cuestiones en las que existe consenso entre demócratas y republicanos. Durante la campaña, Donald Trump ha prometido mayores aranceles a las importaciones que puede desatar una guerra comercial con China.

Donald Trumpo en uno de los últimos mítines de la campaña electoral
Donald Trumpo en uno de los últimos mítines de la campaña electoral (Chip SOMODEVILLA | EUROPA PRESS)

Si hubiera que poner una fecha al inicio de la debacle estadounidense, posiblemente esta sería el 11 de diciembre de 2001. Ese día, tras largas y arduas negociaciones, EEUU accedió a que China ingresara en la Organización Mundial del Comercio. Levantadas las barreras a la producción china, el gigante asiático se convirtió rápidamente en la fábrica del mundo.

 El ascenso no ocurrió solo por méritos propios, también por demérito de las élites occidentales. Deslumbradas por su poder, gracias a la globalización financiera, permitieron la deslocalización de todo tipo de industrias. La justificación era sencilla: era necesario maximizar los beneficios. Pensaron que daba igual dónde estuviera la fábrica si Occidente controlaban las fases más valiosas del proceso y las finanzas.

Esa decisión tuvo dos consecuencias. La primera fue la desindustrialización de los países occidentales, que pasaron a especializarse en servicios, lo que ha minado la base de la economía. El confinamiento puso de manifiesto que todos los bienes dependían de fábricas lejanas. La pandemia descubrió que el mundo virtual de las finanzas, internet y los servicios asociados no producía nada vital.

Sobre este malestar de los perdedores de la globalización ha construido Donald Trump sus dos victorias electorales. De ahí que la reindustrialización sea una de las cuestiones clave 

La segunda es que transformó a la clase obrera de los países occidentales. A finales de los noventa, el libro de  Richard Sennett “La corrosión del carácter" ya describió cómo la flexibilidad y la creciente inseguridad descompuso el carácter y la identidad de los trabajadores. Un malestar que la desindustrialización posterior no ha hecho más que agudizar. La desaparición de trabajos industriales estables y dignos ha sembrado la desazón en amplias capas de trabajadores. Sobre este malestar de los perdedores de la globalización ha construido Donald Trump sus dos victorias electorales. De ahí que la reindustrialización del país sea en este momento una de las cuestiones clave. Todo parece indicar que un aspecto fundamental de su estrategia industrial será el establecimiento de aranceles a las importaciones. Según sus declaraciones durante la campaña electoral, el arancel general será de un 10% a un 20%, y para los productos chinos, subirá hasta el 60%.

La estrategia de contención

El periódico chino South China Morning Post lo tenía claro el mismo miércoles. Decía que sea cual sea el resultado de las elecciones, una cosa es cierta, «más aranceles para China». En este punto hay un amplio consenso entre demócratas y republicanos. Barack Obama intentó aislar a China con la negociación de un acuerdo de libre comercio con todos los países de la cuenca del Pacífico que dejaba fuera a China (conocido como TPP). Un proyecto que se enmarcaba dentro de las reglas de la Organización Mundial de Comercio.

Una maniobra que a Donald Trump le pareció poco contundente y que abandonó. En 2018, Trump optó por establecer aranceles a la mitad de todas las importaciones de China (200.000 millones de dólares). China respondió de manera proporcional: estableció aranceles a las importaciones por valor de 60.000 millones (también la mitad de las exportaciones estadounidenses), que afectaban principalmente a productos agrícolas. De este modo, Beijing respondía y, al mismo tiempo, atacaba a un sector que apoyaba electoralmente a Trump.

La Administración Biden no solo ha mantenido la mayoría de esos aranceles, sino que añadió algunos específicos a los automóviles eléctricos y a las placas solares. La Unión Europea ha seguido en este tema a EEUU y ha establecido aranceles a los coches eléctricos que han entrado en vigor este 1 de noviembre. La respuesta de China también ha sido proporcional y selectiva, dirigida a encarecer las exportaciones de los países que han apoyado los aranceles. Así, por ejemplo, ha aplicado aranceles al brandy de la UE, cuyo principal exportador es el Estado francés y uno de los defensores de los aranceles.

La posición de Trump hacia China

Durante su primer mandato, Donald Trump no se limitó a establecer aranceles a los productos chinos, sino que atacó a Beijing en todos los frentes. Sancionó a China por la Ley de Seguridad Nacional en Hong Kong, vetó a la empresa líder en redes 5G Huawei y sancionó a funcionarios chinos a los que acusó de estar involucrados en abusos de los derechos humanos.

Entre 2017 y 2021, la administración Trump emitió ocho órdenes ejecutivas que afectaban principalmente a China, según la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad de EEUU-China. La administración Trump emitió asimismo otras siete órdenes ejecutivas que no se centraban directamente en China, pero que condicionaban áreas políticas clave relacionadas con la relación entre China y EEUU, y el Ejecutivo tomó otras 116 medidas relacionadas con China.



Y para dejar clara su posición hacia Beijing, un día antes de dejar el cargo, el 19 de enero de 2021, el entonces secretario de Estado Mike Pompeo dijo que EEUU había determinado que China había cometido «genocidio y crímenes contra la humanidad» por la represión de los uigures musulmanes en la provincia noroccidental de Xinjiang, al menos desde marzo de 2017. Una despedida que no deja dudas sobre la actitud que tendrá Trump hacia China en este segundo mandato.

Los efectos de una guerra comercial

A diferencia del anterior mandato, esta vez Trump no es un independiente que va a su aire, sino que llega al poder con el respaldo total del Partido Republicano, que además ha vencido en las dos cámaras. Es posible que esta simbiosis haga que las políticas sean menos erráticas que durante su primer mandato.

Lo más sorprendente es que la subida de aranceles ya está descontada por todos los afectados. Los datos de aduanas de China, que se hicieron públicos el jueves, informaban de que las exportaciones han crecido en octubre un 12,7% interanual, duplicando las previsiones. Todo indica que los importadores han decidido completar sus existencias antes de que se desate la guerra comercial. En ese sentido, los productores chinos también anticipan un aumento de la carga de trabajo este último trimestre. Por otro lado, las importaciones chinas han descendido en general. Solamente han crecido las de soja estadounidense. Al parecer, los agricultores se han apresurado a enviar una cosecha récord antes de que la guerra comercial se desate.

Según el Consejo Nacional de Comercio Exterior norteamericano, a causa de los aranceles los estadounidenses han pagado 221.110 millones de dólares desde 2018 en costes adicionales

Los aranceles tendrán un efecto inmediato en el alza de los precios. Según el Consejo Nacional de Comercio Exterior norteamericano, a causa de los aranceles, los estadounidenses han pagado 221.110 millones de dólares desde 2018 en costes adicionales.

Un aumento de la inflación –que al parecer ha sido uno de los aspectos decisivos en las elecciones– posiblemente empuje a la Reserva Federal a mantener los tipos de interés elevados. Una decisión que puede ralentizar la actividad económica.

Beijing posiblemente responda en los mismos términos que la vez anterior, con subidas similares a mercancías concretas. También puede optar por devaluar la moneda para compensar la subida de los aranceles, algo poco probable porque debería ser muy significativa para compensar.

En menor medida, el aumento de los aranceles también afectará al resto del mundo, y puede golpear a algunos países en particular. Trump ha amenazado con aranceles a la industria automotriz mexicana del 200% para evitar que las fábricas chinas se deslocalicen al país azteca. Una guerra abierta puede terminar alterando muchas cadenas de suministro con repercusiones inesperadas.

No obstante, los aranceles, por sí mismos, no traerán de vuelta la industria a EEUU. Un objetivo de esa magnitud exige una intervención pública mucho más compleja.