La mujer que con sus claveles dio nombre a la revolución en Portugal, Celeste Caeiro, ha muerto a la edad de 91 años. Su fallecimiento lo ha hecho público su nieta Carol a través de las redes sociales.
Su deceso ha coincidido con el 50 aniversario de dicho acontecimiento histórico luso –se celebró el pasado 25 de abril–, que puso fin a la dictadura encabezada por Antonio de Oliveira Salazar.
De madre gallega, Caeiro trabajaba en el ropero de un restaurante en el centro de Lisboa, el Sifire, cuando se produjo el levantamiento. Como ella misma explicó en una entrevista a Efe en 2014, los dueños del restaurante querían hacer una fiesta aquel 25 de abril de 1974 para celebrar el primer aniversario del establecimiento y habían comprado flores.
Ese día, cuando llegó al trabajo, se encontró con la puerta cerrada y el gerente les dijo a ella y al resto de empleados que no iban a abrir porque se estaba produciendo una revolución y que se llevaran las flores para que no se echasen a perder.
Contra el consejo de sus jefes, Caeiro decidió no irse directamente a casa y enterarse de qué ocurría, no sin antes tomar bajo el brazo varios claveles rojos y blancos.
Se fue en metro hasta la plaza del Rossio de Lisboa, justo al inicio del Largo do Carmo, donde los tanques de los sublevados aguardaban nuevas órdenes en una tensa espera desde la madrugada.
Flores en lugar de cigarrillos
«Miré para ellos y le dije a un soldado: "¿Qué es esto, qué están haciendo aquí?" "Vamos para el Cuartel del Carmo, donde está Marcello Caetano, el presidente (heredero del régimen de Salazar)"», le respondieron.
Eran cerca de las 09:00 y el soldado, que ya llevaba unas horas de guardia, pidió a la mujer un cigarrillo. Como ella no fumaba, pero se sentía mal por no poder ayudar al militar, le ofreció uno de los claveles que llevaba consigo.
«Cogí un clavel, el primero fue rojo, y él lo aceptó. Como soy así, tan pequeñita, y él estaba encima del tanque, tuvo que estirar el brazo, agarró el clavel y lo colocó en su fusil», contó ella misma.
Inmediatamente, el resto de soldados imitaron a su compañero y pidieron a la mujer uno de esos claveles, rojos y blancos, que llevaba bajo el brazo, hasta repartirlos todos.
Ella, militante del Partido Comunista, no se esperaba que con ese simple gesto iba a pasar a los libros de historia. Y es que, horas más tarde de ese episodio, varias floristas se afanaban en que a nadie le faltase un clavel, contribuyendo a convertirlos en un icono de libertad.