La tregua de Kalamua: Navidad, guerra civil y alto el fuego
El 24 de diciembre de 1936 ocurrió algo insólito: en plena contienda, milicianos vascos y requetés salieron de sus trincheras dispuestos a conocer al enemigo; en realidad, un vecino de Pamplona al que podían saludar, con el que compartir conversación, prensa, algún trago de vino y cigarrillos.
Ocurrió en el monte Kalamua de Elgoibar (Gipuzkoa). La crónica publicada dos días después en el diario “La lucha de clases”, de Bilbao, dirá: «A media mañana se aclara un poco la niebla; hasta vemos algunas ráfagas de sol. Ya estamos de nuevo frente a frente con los requetés. Ahora soy yo quien inicia el diálogo. –Requetéeeees... –Quéeee… –¿Hay algún navarro? –Sí, casi todos. –¿Y alguno de Pamplona? –Sí, muchos. –Os habla Goñi. –¿Quién, Pepe? –Sí. –Aquí hay unos que te conocen. Y así se sucede una interminable conversación. Más tarde, nuestros milicianos les ofrecen intercambiar la prensa. Hay momentos de vacilación. Les enseñamos los periódicos. Ellos contestan que todavía no ha llegado la suya».
¿Cómo sucedió?
Al parecer, la tregua se fraguó porque el capitán de los requetés, Ureta, tenía un viejo amigo al otro lado, el capitán de los milicianos, Centeno. Aquella mañana de Navidad se escuchó un «¡No disparéis!», tras el cual acordaron hacer un alto el fuego y, poco a poco, fueron saliendo de las trincheras.
Es lo que se desprende del testimonio de Salvador Leyún, voluntario del Tercio de Lácar, que recogió Mónica Arrizabalaga para ‘Abc’ en 2018. Al otro lado, milicianos del Batallón Rosa Luxemburgo, como asegura el creador del Blog del mismo nombre. También se encontraban en las inmediaciones los batallones nacionalistas Avellaneda y San Andrés y el anarquista Celta.
Nada de aquello hubiera llegado a nuestros días de no ser por José Goñi, uno de los protagonistas, que escribió una crónica a seis columnas, acompañada de cuatro fotos (realizadas con su cámara Kodak), documento de gran valor que acredita aquella tregua navideña y que se publicó en “La lucha de clases” el 26 de diciembre de 1936.
Sobre los requetés, Goñi diría: «Son muchachos del campo, en su mayoría; de pueblos de tanta solera carlista como Mendigorría, Artajona, Puente la Reina... Pueblos donde merced a la intransigencia de los caciques carlistas y a la imbecilidad de los gobernadores republicanos era casi imposible dejar oír la voz de nuestras ideas».
La conversación fue cordial, según escribió, y se intercambiaron información sobre la situación en Navarra y Bilbao. Los requetés le reconocieron asesinatos de izquierdistas, muchos de ellos compañeros de Goñi, en la retaguardia de Pamplona y en toda Navarra.
«¡Y pensar que en Pamplona me hubieran fusilado como a un perro! (…). A estos rapaces no tengo el menor inconveniente en estrecharles la mano en un alto el fuego en las trincheras. Pero los otros, tendrán mi repulsa y el odio de mi corazón (…)» escribe con emoción Goñi, que no desaprovechó la oportunidad de remitir una carta a su madre y entregársela a uno de los requetés, a quienes en su crónica se referirá de la siguiente manera: «En los periódicos que os hemos entregado va íntegro el discurso de S. E. el Presidente del Gobierno de Euzkadi, [Jose Antonio Aguirre] leedlo y meditad sobre el fondo de sus palabras. Son estas, no las de un rojo, sino las de un católico sincero que ha puesto en ellas el corazón de un hombre noble y de un pueblo de vernáculas tradiciones que, por defenderlas, pelea contra el fascismo…».
El cronista, Jose Goñi Urriza (Pamplona, 1903- ¿?), fue empleado de la Diputación de Navarra, concejal de Pamplona y miembro destacado del socialismo navarro, partidario del Estatuto Vasco-Navarro. Al iniciarse la guerra lograría escapar a Bilbao, donde ocupó cargo del Gobierno vasco en el Departamento de Industria y sería miembro de la Ejecutiva socialista de los exiliados navarros en Euskadi.
También colaboró con la publicación semanal antes citada realizando crónicas como la relativa a este hecho, tan poco conocido, del que se hizo eco Ángel García Sanz, en una entrada para «El exilio navarro de 1939» sobre su relator.
Fútbol contra la guerra
En la Navidad de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, soldados británicos y alemanes del frente occidental abandonaron sus trincheras, pararon por unas horas la guerra y, tras confraternizar, jugaron un partido de fútbol.
Se trata de un hecho que, debido a la censura militar, solo se supo muchos años después, cuando una película popularizó la historia. El fútbol actuó, en aquella y otras muchas ocasiones, como terapia antimilitarista ante el mandato criminal de los defensores de la guerra.
Hechos parecidos ocurrieron durante la guerra civil española. Hay constancia de partidos de fútbol entre anarquistas y militares franquistas en Málaga el día de Navidad de 1936. También otro en Granada, y más tarde, en junio de 1937, se disputó otro entre republicanos y nacionales en Manzanares (Madrid).
Por extraño que parezca, abundan los ejemplos. Más recientemente, el futbolista de la Premier League, Drogba gritó: «Dejad las armas», y la guerra civil de Costa de Marfil se detuvo en 2005.
El problema de Kalamua fue que el desnivel y el terreno montañoso impedían jugar al fútbol. Sin embargo, la conciencia antimilitarista tenía adeptos entre aquellos milicianos vascos agrupados en el Batallón Rosa Luxemburgo, en homenaje a la teórica marxista y revolucionaria alemana que, quince años antes, había dejado escrito: «[...] Si la mayoría del pueblo se convence de que las guerras son una realidad bárbara, profundamente deshonesta, reaccionaria y hostil al pueblo, entonces será imposible que estallen […]».