La voz recuperada de María Dapena, una comunista consecuente
Cuando una escucha la historia de María Dapena (1924-1995), la primera reflexión es cuánto trabajó esta mujer: no paró de producir literatura, pinturas o grabados. Comunista convencida, militó contra el franquismo, la injusticia y lo acomodaticio. Y eso le valió el silencio y la represión.

Las fotografías retratan sonriente a María Franciska Dapena, posando ante algunos de sus cuadros. Parece una mujer decidida; así lo demuestran sus escritos. También tiene ese aire moderno de tantas de las de su generación, aquellas jóvenes de la posguerra que rompieron con tantos estereotipos y barreras, a costa muchas veces de cárcel, represión, incomprensión y machismo. Sí, el machismo de una época, del que no se escapaba el antifranquismo, en el que coetáneos y compañeros –Agustín Ibarrola, por ejemplo– recibieron reconocimiento por su obra artística, mientras que ellas eran invisibilizadas. Por cierto, la “k” de su segundo nombre se la puso María para euskaldunizarlo.
En el caso concreto de María Dapena, la capa de silencio sobre su faceta artística fue más profunda por la incomodidad que provocó su postura política. Al leer sus escritos, nos saltan nombres como el del poeta Gabriel Aresti, la editora y escritora Eva Forest o los abogados Lidia Falcón y Miguel Castells. Pero, sobre todo, está el de Gonzalo José Villate Fernández, su marido y compañero, un comunista que perteneció al batallón de Meabe en la Guerra del 36, represaliado luego por ello.
«Artista, comunista, represaliada, mujer, escritora, madre, trabajadora precaria; incansable y derrotada, dura y delicada, amable y severa. En una sola persona, un nudo abigarradísimo de tensiones propias de nuestra historia reciente», escribe el investigador David Fuentes.
Mi madre era de simpatías comunistas, pero nunca militó en el Partido Comunista –nos explica Gaizka Villate, uno de sus dos hijos–. Eran simpatizantes pro soviéticos, más cercanos a lo que preconizaban Enrique Líster, que fue un militar de la República en la Guerra Civil, e Ignacio Gallego [ambos del Partido Comunista de los Pueblos de España]. Mis padres eran tan ortodoxos, en el sentido de la justicia y de la honradez, que yo le decía a mi madre: ‘En la Rusia de Stalin, os habrían metido en un gulag, porque no os calléis nada’. Salían de todos los sitios mosqueados, porque tenían una exigencia de honradez y de justicia que otros no tenían».

La pareja se había conocido en los años 40. María, a quien la Guerra del 36 le pilló con 12 años, había nacido en un pequeño pueblo minero del norte de Palencia, donde su padre, Bernardo Dapena, tenía una fábrica de productos químicos. Su madre, Beatriz Rico, procedía de una familia de pequeños propietarios de Balmaseda. Eran pequeños burgueses de izquierdas. Madre e hijos se refugiaron en Balmaseda; el padre fue represaliado. Fueron años duros.
Se casaron en 1949 y ella pasó poco después la muga para vivir en París. Pintaba y escribía desde pequeña, y allí conoció el ambiente artístico y tomó contacto con los represaliados. Terminaron volviendo a Euskal Herria, donde en 1950 nació su primer hijo. Ella lo cuenta en ‘Algo de historia de Mari Dapena’, incluida en su ‘Autobiografía de una artista (1950-1969)’, donde relata lo mal que lo pasaron cuando se instalaron en Portugalete: José trabajaba de sol a sol para ganar un jornal y María, madre primeriza, intentaba, y no podía, seguir pintando.
Su obra pictórica se podría calificar de realismo social, era muy política, muy obrera; aunque luego cambiase y se volviera más íntima. En 1955, conoció a Agustín Ibarrola e Ismael Fidalgo, con quienes comenzó a organizar exposiciones itinerantes por Bizkaia con el objetivo de acercar el arte al público no especializado. Participó en el grupo Estampa Popular de Bizkaia y, en los años 60, en el grupo Emen de la Escuela Vasca. En 1970, abrió la sala de arte Arteta en Santurtzi, pero tuvo que cerrarla a los pocos meses.
María Dapena formó parte de una generación de intelectuales que, en una época agitada e intensa de nuestra historia reciente, se solidarizó con el conflicto vasco, la lucha de los pueblos... Era la época de José de Bergamín, de Alfonso Sastre... ¿Qué pensaba de la cuestión vasca?, le preguntamos a su hijo. «Mis padres han tenido muchísima relación con movimientos de liberación y simpatizaban muchísimo, por lo menos hasta la muerte de Franco, con los movimientos radicales, y con eso lo digo todo. Luego se desvincularon de todo, se fueron a vivir a Nava de Ordunte, un pueblo a 8 km de Balmaseda, que es provincia de Burgos, y no quisieron saber nada más de patria, ni de España ni de Euskadi».
Recuperar su voz
Un libro con sus textos inéditos, editado por el Museo de Bellas Artes de Bilbo –‘María Franciska Dapena. Guerra. Autobiografía de una artista. Cárcel. Textos inéditos’ (Museo Bellas Artes de Bilbo)– y una exposición recuperan la obra de esta artista fuera de norma.
Todo arrancó con la donación por parte sus hijos de un importante fondo de obra gráfica y documental que, entre 2018 y 2019, el historiador David Fuente investigó. «Mi padre la sobrevivió cinco años, murió el 2000. Y yo, cuando me separé, en 2001, me fui a vivir al pueblo. Mi madre tenía un armario, al que llamaba ‘el archivo’, donde guardaba todas sus carpetas y cuadernos, cajas con fotos desechadas y muchísima correspondencia. Yo jamás la había leído, porque ¿cómo voy a leer la correspondencia privada de mi madre?», explica su hijo.
Lo que María Dapena guardaba también eran cuentos, poemas, reflexiones sobre su vida y obra, sobre el mundo del arte y la situación política y social; varias novelas; cuadernos y hojas sueltas con todo tipo de contenido. También unas setecientas cartas fechadas de 1949 a 1993 y, entre ellas, más de doscientas recibidas o enviadas durante los dos años de cárcel (1962 a 1964) a los que fueron condenados ella y su marido por acoger a militantes del PCE.
Hasta hace poco, la extensa obra de Dapena no formaba parte de las grandes colecciones de los museos vascos o estatales. Recientemente Artium adquirió varias obras, entre ellas un cuadro dedicado a Grimau, fusilado en 1963.
Los textos que Dapena publicó en vida –‘Sr. Juez! (Soy presa de Franco...)’ (1978) y ‘Vida y muerte enfrentadas. Mujeres de la vida’ (1987)– y los poemas que, en 1974, formaron parte del libro ‘17 poetas de Bilbao’ están ya descatalogados, aunque son solo una pequeña parte de su trabajo literario.
Sobrecoge leer ‘Cárcel’ (1962-1964), que escribió en prisión. Por cierto, el matrimonio no perdonó a Ibarrola que los delatara, porque, con ellos en prisión, sus hijos se quedaron solos.
Ibarrola, relata el libro, fue tratado como preso político y arropado por el partido; Dapena, fue encerrada con presas sociales y se la dejó sola. La mayor parte la pasó en el penal de mujeres de Alcalá de Henares, donde entrevistó a cinco presas –sus testimonios son terribles– y escribió un ‘Diario corto de un penal’ impactante, denunciando que «la sociedad que nos manda ataca siempre la consecuencia y deja campar la causa, porque produce más interés. ¿De qué modo se explica esa entrada masiva de prostitutas en la prisión provincial? ¿Existe alguna razón humana para que el cuerpo de una mujer lo compre un hombre? ¿Que la mujer sea encarcelada y el hombre no?».

«Ganas, paciencia y un poco de mano», receta para ser un constructor naval a pequeña escala

«Nire bizitzan lanari energia gehiegi eskaini diot, eta horrek gaixotu nau»

Salvioli, exrelator de la ONU: «Es inaceptable lo que hace el Poder Judicial en este país»

ETS agota en tres horas las 15.000 entradas de Madrid y se lanza también a por Barcelona
