Aritz Intxusta
Redactor de actualidad

Muere Vargas Llosa, Nobel devenido en agitador ultraliberal

El último autor del «boom» y el último premio Nobel de las letras castellanas, falleció ayer en Perú a los 89 años, tras un periplo final poco edificante, sobre todo en lo político, por la capital española. Deja tras de sí ‘La fiesta del chivo’ y otras novelas notables en su juventud.

Mario Vargas Llosa, con el traje con el que hizo su entrada oficial en la Academia Francesa.
Mario Vargas Llosa, con el traje con el que hizo su entrada oficial en la Academia Francesa. (Emmanel DUNNAND | AFP)

Que Vargas Llosa acabaría en lo que acabó lo vio un ciego y no uno cualquiera. Lo profetizó Borges. El caso es que Vargas Llosa, que lo admiraba profundamente, acudió al piso en la calle Maipú en el que vivía el bonaerense para conocerlo. En esa visita, el nobel peruano fallecido ayer afeó a Borges que viviera en un piso con goteras. A los días, Borges contó a un amigo: «Ayer vino a verme un peruano, que solo quería que me mudara. Debía de trabajar en una inmobiliaria».

La anécdota la narró en una revista francesa el propio Vargas Llosa, por lo que nadie conoce ya los términos precisos de Borges. Vargas Llosa aseguró que en esa visita estimaba a Borges en secreto, porque aún profesaba la ideología marxista-leninista.

Ese interés por el dinero y por codearse con el poder fue distanciando a Vargas Llosa del resto del boom. De su amigo Gabriel García Márquez, de Goytisolo y los demás. El viraje político definitivo lo dio en Londres, en los tiempos de Margaret Thatcher.

El periodista Juan Carlos Pérez Salazar, que escribió ayer el obituario en la BBC y que entrevistó a Vargas Llosa en varias ocasiones, hace coincidir el volantazo ideológico con el momento en que el peruano aunó fama y dinero y vivía ya de los royalties de sus libros, aunque lo cierto es que pobre tampoco es que fuera nunca.

De sus novelas fundamentales, tres pertenecen a la etapa de adscrito a la izquierda: ‘La ciudad y los perros’ (1963), ‘Conversación en la catedral’ (1969) y ‘La tía Julia y el escribidor’ (1977). Y otras dos, siendo ya un liberal: ‘La guerra del fin del mundo’ (1981) y ‘La fiesta del chivo’ (2000).

Vargas Llosa fue tan buen novelista como mal político. Proyecto en el que se embarcaba, proyecto que naufragaba.

Se vino arriba contra Alan García en 1987 y azuzó un movimiento que evitó que este nacionalizara la banca del Perú. Creyó que le catapultaría a la Presidencia, pero fue derrotado por Alberto Fujimori.

Después de aquel fracaso, fue a lamerse las heridas a Madrid, donde siguió publicando novelas con interés decreciente (con la salvedad citada de ‘La fiesta del chivo’) adentrándose en los géneros de la comedia y el erotismo.

Siempre a gusto entre los poderosos, respaldó a UPyD convirtiéndose en patrono de honor de su fundación. Disuelto el partido de Rosa Díez, buscó nuevo acomodo como apoyo de Ciudadanos.

Dado su afán de protagonismo, el Nobel de Literatura que le fue entregado en 2010 no le vino bien a su ego, cayendo a partir de entonces en un discurso estupidizante que, a ratos, recordaba al de Camilo José Cela.

En su última etapa, cuestionaba incluso la democracia. «Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien», proclamó en 2021. Se decía liberal, pero apoyaba abiertamente a gobiernos de ultraderecha, como el de Jair Bolsonaro.

El peruano (nacionalizado español en 1994) se dejó de experimentos y abrazó el Partido Popular, entrando en la nómina de los aduladores de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso.

El último de los once nobeles que han dado las letras castellanas acabó como un híbrido entre el papel couché (al iniciar una relación con Isabel Preysler frisando los 80 años) y un influencer de derechas abierto a dar charlas en think tanks como un cómico que vive de dar bolos. Sus últimas visitas a Euskal Herria las llevó a cabo asumiendo ese rol y no como novelista de renombre.