197/2006
En febrero de este año, unos 900 presos kurdos se declararon en huelga de hambre, requiriendo una tabla de nueve puntos. Cualquiera que esté interesado puede encontrar la misma en las páginas de organizaciones de derechos humanos. Por simplificar señalaré que las demandas se centran en la denuncia del aislamiento en las prisiones turcas, en la reivindicación de los derechos elementales de los presos, en la supresión de las normas que «con el pretexto de combatir el terrorismo se utilizan para aplicar la tortura», en la supresión de los tribunales especiales del Estado, en la liberación inmediata de los presos enfermos...
Cuando conocí la lista de las demandas, me asaltó simultáneamente una idea. Las reivindicaciones de los presos kurdos en huelga de hambre eran exactas a las de los presos vascos y sus familias. Parecían un calco. Y quizás lo eran porque Turquía y España siempre han ido de la mano en cuestiones político-militares. Para EEUU han sido las niñas de sus ojos, mientras Europa miraba hacia otro lado en temas tan cercanos como los derechos humanos, la impunidad policial, y la implicación del Estado en la llamada «guerra sucia». España y Turquía son, por ejemplo, la referencia en modelos y aplicación de la tortura en Europa, según Amnesty International.
Sin embargo, entre tantas similitudes, había algunos matices. Y después de escudriñar los mismos, creo que la lectura es sencilla: España es el maestro, el laboratorio para países que como Turquía mantienen masivamente a su disidencia en prisión.
Lo dijo de una manera nítida Alfredo Pérez Rubalcaba hace cinco años cuando el Tribunal Supremo aprobó la doctrina 197/2006 respondiendo al recurso del preso vasco Unai Parot: «El sistema penitenciario español es el más duro de Europa». Y sacó pecho con semejante declaración. España es el único país del mundo que publicita sus horrores: sol, sangría, toros, realmadrid, ladrillo, bancarios, pelotazos, corrupción... y tortura. «En nombre del Rey», como rezaba la declaración del Supremo de 2006.
Con datos del pasado año, España tenía 73.459 presos, 1,6 por cada mil habitantes. En términos absolutos y relativos, más que Alemania, Francia o Italia, por citar sus estados vecinos cercanos. En términos relativos, más que China, Vietnam, Iraq, Siria, Venezuela, Argentina, Honduras y la mayoría de países africanos. Escasamente superada por Colombia (1,8 por mil y 84.444 presos), país en guerra.
Es Colombia, precisamente, el tercer estado en estos momentos con mayor número de presos políticos, unos 9.550, aunque como España no les reconoce su condición. Palabrería para satisfacer a sus ejércitos, porque es de dominio público que los disidentes presos sufren las consecuencias de una represión política, como bien definían los kurdos. (No quiero parecer parcial sin señalar que en Corea del Norte las organizaciones de derechos humanos citan, con fuentes de Washington, la existencia de campos de concentración con decenas de miles de presos).
En Turquía se concentran 12.000 presos políticos, de los que más de la mitad son kurdos. En Rusia hay unos 25.000 chechenos encarcelados por razones político-étnicas y varios centenares dispersados por cárceles de la Unión Europea, sin conocer el número exacto. Como es notorio, Chechenia no existe ni para Moscú ni para la comunidad internacional. Todos son rusos.
EEUU, gendarme mundial, tiene el triste récord de prisioneros en sus cárceles: 2.300.000. Sí, han leído bien, el 0,75% de su población. Algunos de ellos son políticos, como 15 portorriqueños, cinco cubanos y una lista desgranada en años de castigo. El sioux Leonard Peltier lleva 36 años en prisión, el puertorriqueño Óscar López 31 y el pantera negra Mumia Abu-Jamal 30. Acusados de atentados mortales, los grupos de derechos humanos, en contra de Washington, los consideran «presos políticos».
La disidencia bengalí ha sido encarcelada por el Gobierno de India, así como unos 2.000 birmanos en el Lejano Oriente. Israel mantiene en la actualidad a 6.000 palestinos entre rejas. Nael Bargouthi era el preso político más antiguo en las cárceles de Israel. Fue liberado en octubre del año pasado, tras pasar 33 años entre rejas, después del intercambio de un soldado israelí por 1.027 presos palestinos.
Irlanda, junto a Euskal Herria, tenía históricamente el mayor número de presos por razones políticas en Europa. Hace una década, 600 presos republicanos irlandeses estaban condenados a cadena perpetua. Las cárceles se vaciaron para los republicanos a partir de los Acuerdos de Viernes Santo (1998). Según los últimos datos, 63 presos republicanos irlandeses están en prisión por razones políticas, la mayoría que no reconocieron los acuerdos y prosiguieron la actividad armada: 26 en Irlanda, 35 en Ulster, uno en Francia y otro en Lituania.
España y Francia han acogido históricamente a miles de prisioneros políticos. Aún lo hacen. Durante el franquismo, Fernando Carballo Blanco fue el preso con más tiempo de cumplimiento a sus espaldas: le faltaron algunas semanas para hacer 27 años internado. Pero no lo hizo de seguido, sino en varias ocasiones. Natural de Valladolid y sindicalista de la CNT, su padre fue ejecutado por Franco. Carballo fue detenido en 1963 junto al escocés Stuart Christie y acusado de preparar un atentado contra el dictador. Salió amnistiado en 1975.
Entre los nuestros, el navarro Jacinto Otxoa Martikorena permaneció 26 años en prisión (murió en octubre de 1999). Salió en 1963, indultado por la muerte del Papa Juan XXIII. El resto, ni siquiera el maquis comunista Marcelo Usabiaga, que aún vive para contarlo, llegaron a los 20 años. La inmensa mayoría cumplió una pena inferior a los seis años, como Juan Ajuriaguerra, líder del PNV que negoció en Santoña la rendición del Ejército vasco y que salió de la prisión de Las Palmas de Gran Canaria en julio de 1943. Falta de mano de obra e indultos (1940, 1961 y 1963) abrieron las cárceles.
Es notorio que hay algunos lugares en el mundo con más número de presos que Euskal Herria (Colombia, Turquía...), con condenas más largas (EEUU), pero no hay lugar en todo el planeta con semejante acumulación de cadenas perpetuas. España tiene el récord mundial en condenas de por vida, por razones políticas, aplicadas de facto desde hace años y ratificadas tanto por su corte suprema como por la constitucional. Medio centenar de presos vascos han cumplido los 20 años de condena que en la mayoría de los países de la Unión Europea son el límite a la condena perpetua.
Jamás en el siglo XX hubo un colectivo de prisioneros que hizo tantos años en prisión, tanto en Francia como en España, como el vasco de los últimos 35 años. Tantos presos que sufrieron de manera premeditada el castigo prolongado. Jamás los tribunales, ni siquiera los de guerra (tanto colaboradores como franquistas como los anticolaboracionistas), enviaron a tanta gente por tanto tiempo en el siglo XX.
Más aún. Ahora que se acerca el 500 aniversario de la conquista de Navarra, creo que la precisión es importante. Jamás en estos cinco siglos hubo colectivo humano vasco en prisión tratado con tanta saña como el correspondiente a estos últimos 35 años. No es una interpretación al calor de sentimientos políticos, sino una constatación histórica, avalada por los números.
Jamás los vascos, ni siquiera los que defendieron la soberanía navarra, los que se sublevaron contra Tréville o Napoleón, los que participaron en las guerras carlistas, o los que se defendieron contra Mola y Franco, sufrieron semejante castigo. Jamás, Madrid y París se ensañaron contra los presos como lo están haciendo Rubalcaba, Rajoy, Fillon y Sarkozy. Y vuelvo a la repetición: son datos, no interpretaciones.
España no es el centro de la revolución mundial. En España no hay una guerra convencional. Madrid no ha sufrido un ataque galáctico, tampoco químico ni nuclear. ¿Por qué semejante saña? A pesar de las toneladas de explicaciones, de las interpretaciones jurídicas, de las razones estatales... la decisión del Constitucional de mantener la Sentencia 197/2006 contra el recurso de casación de Unai Parot no tiene, desde mi punto de vista, sustrato político ni jurídico alguno. Solo uno, pasional: la venganza.