Antonio Alvarez-Solís
Periodista

30 de enero de 1933

Es 30 de enero de enero de 1933. Hitler asume la Cancillería del Reich por vía parlamentaria, con la alianza de los católicos de Von Papen –que acepta la vicecancillería–, la entrega y apoyo de los grandes empresarios, el significativo paso concordatorio del nuncio Pacelli –poco después Pío XII, que algo más tarde llega a la excomunión de los fieles que trataran de un acercamiento entre cristianos y comunistas– y el juego turbio de los socialistas, tercamente empeñados desde los años veinte en proseguir la destrucción por todos los medios de los comunistas, incluyendo su asesinato, aunque fueran los únicos oponentes sólidos al futuro dictador.

Todo ello reviste a Hitler de una fachada legal y económicamente admirable que le acerca a familias eminentes de Occidente, como los Kennedy. Inmediatamente Hitler pone en marcha un keynesianismo militar que desprecia la Bolsa, absorbe el paro alemán en un masivo empleo en el hormigón y el acero que decide la nueva grandeza germánica frente a pueblos empobrecidos y razas inferiores sobre las que recae el odio y la condena por parte de un pangermanismo puesto de nuevo en funcionamiento. En Norteamérica crece la admiración de las grandes familias por este ejemplo de racismo –entre ellas la de los Kennedy y brillantes apellidos de Wall Street– y se extiende el aislacionismo ante la segunda guerra mundial, que solo se romperá cuando pocos años después el Washington de los Roosevelt pone la trampa de Pearl Harbour a los japoneses generando un patriotismo americano muy elemental que ahora se propone estimular un Trump de policía antinegra, empresas sin fronteras éticas, banca colonizada y ejército autónomo.

9 de noviembre de 2016. Donald Trump logra la presidencia de Estados Unidos mediante su racismo económico también con perfiles prokeynesianos, sus vibrantes propósitos de recrecer el poder de Estados Unidos disciplinando el poder financiero y proclamando a gritos el regreso del sueño americano. Una única diferencia: esta vez el Sr. Trump establece como dialéctica de mantenimiento político un triste juego entre el polo sur formado por una Rusia neozarista y una China de raras ortodoxias y su propio polo norte, a fin de alternar la pax romana con la violencia bárbara, dos violencias de consuno. Un bloque de poder con dos caras, que dejará al margen a las economías emergentes de la India y al bloque surasiático y restaurará, en cambio, las oligarquías suramericanas. Ya no es hora ni de un comunismo posibilista ni siquiera la sombra leve de una socialdemocracia que actúa como administradora de una libertad sumisa. Una socialdemocracia que resume como nadie un español, el desleal Antonio Hernando, cuando justifica el traidor apoyo de un PSOE podrido al «trumpalito» español con esta frase que quedará para la historia del neocoloniaje sobre el propio y destrozado país; frase en que declara sin rubor alguno que se equivocó en su primer NO a Rajoy «porque confundió el voto negativo a la investidura con un tema ideológico, político y ético». ¡Santo Dios, otro trumpito en el PSOE! Un trumpito que admite que lo ideológico, lo político y lo ético no tienen nada que ver con el SI «técnico» a una abstención que ha concedido todo el poder sobre su tribu al primer dirigente europeo que felicitó al nuevo amo universal con una terminante y urgente oferta añadida de colaboración con eso de «aquí estoy para lo que mande».

Trumpitos engañados o que fingen un humanismo de sacristía… Como ese muchacho dirigente de Ciudadanos, suplemento semanal del Partido Popular, que ahora tropieza con la sonrisa vulgar del mago ferial de Pontevedra cuando le advierte que las propuestas acordadas para obtener apoyo electoral serán analizadas cuando toque, «si el tiempo y la autoridad competente lo permiten», como rezan los carteles de las corridas de toros.

Sé que con el triunfo de la Sra. Clinton no hubiéramos avanzado apenas nada notable, pero con su derrota hemos retrocedido hasta los arrabales del 33. A veces uno se conforma tristemente con conservar la raída alfombra «democrática» que da aún cierto lustre al Sistema, si este hecho va acompañado con que nos dejen manejar el aspirador de abusos y menosprecios de vez en cuando. Lo peor de la situación no es que se refuercen los mecanismos de dominación mediante el subterfugio del orden en todas sus acepciones, como va a ocurrir sin duda, sino que van a conseguir el marchamo de la legalidad prácticas hasta ahora ejercidas en secreto por los servidores de la Administración pública, como la tortura y cien clases de violencia, y se multiplicarán las legislaciones circunstanciales para producir la asfixia de las libertades más elementales.

Cuando tome posesión de su cargo oficial el nuevo presidente de Estados Unidos se va a producir una fusión de poder muy intensa entre las Cámaras parlamentarias y la Casa Blanca que significará dos cosas: la ruina absoluta del parlamentarismo y la destrucción total del ya menguado poder colectivo de la calle. Esto último, que ya está aconteciendo, resultará sumamente preocupante porque reducirá al ser humano a un engañoso individualismo que se aducirá presunta y falsamente como enriquecedor de la persona, pero con el que los individuos no podrán hacer frente en modo alguno a una máquina de poder incapaz de todo diálogo y que posee una energía colosal caracterizada por su potente y creciente automatismo. Esta máquina que engaña con empoderar un falso individualismo también arrastra ya a quienes la han diseñado y complicará el actual dominio de los poderosos que desde una inevitable antropofagia interna se creen ahora poseedores de las palancas que mueven todo lo existente hacia una paz basada en las subordinaciones individuales propias o ajenas; sobre todo en la subordinación de los trabajadores.

Este panorama es el que describe sugestivamente un temeroso Robert Kaplan en su libro «La anarquía que viene», cuando redacta lo que sigue acerca del papel de Estados Unidos: «El papel de Estados Unidos (se refiere a su múltiple violencia) es necesario no solo para una mínima seguridad global sino también para la salud de nuestra sociedad, que empieza a padecer las deformidades de la paz nacional». ¿Es ese el marco en que se quiere mover Donald Trump cuando grita que hay que recobrar el espíritu americano? ¿Es hacia donde han de ir los individuos al parecer hartos de ser masa? ¿Creen hasta tal punto en que reaparecerá el valor del individuo abandonado «triunfalmente» a sí mismo? ¿Estamos a la puerta de una inmensa catástrofe por perder el espíritu de un colectivismo verdaderamente responsable desde el que habría que luchar contra la verdadera explotación?

El Sistema, supongo, posee aún tal potencia que reducirá el horizonte del enloquecido vuelo del Sr. Trump, a fin de mantener el debido reparto entre las elites, lo que permitirá a los desheredados retomar la lucha liberadora ante el neocapitalismo por camino muy distinto al que quiere iniciar el ya nuevo presidente, pero temo un sangriento aumento de la variada belicidad existente en el mundo actual.

En cualquier caso, creo que va a iniciarse una guerra civil en el universo del poder. Ante esa guerra que volverá además a partir el mundo, los partidos emergentes desde la calle han de completar su entendimiento y reverdecer su doctrina. Ningún trabajador que se hurte a esa batalla podrá justificar su llanto por las esquinas del Sistema cuyas entrañas son ya perfectamente visibles merced al triunfo del loco de la Casa Blanca.

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