Txema García
Periodista y escritor

A quien corresponda (y con acuse de recibo)

En un país normal, la decisión de sus autoridades de destinar (en principio) 140 millones de euros de dinero público para construir un nuevo Museo Guggenheim «en discontinuidad», con dos sedes en Gernika y Murueta, además del que ya financiamos en Bilbao, tendría que haber hecho saltar todas las alarmas entre los contribuyentes pero, ante todo, entre el mundo de la creación cultural en general, y los artistas visuales en particular: pintores, escultores, galeristas...

La primera interrogante surge directa: ¿Qué espera el mundo del arte y de la cultura de este proyecto más turístico que cultural pero, por encima de todo, atentatorio contra la protección y el cuidado de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai? ¿Y qué esperas tú, creador visual, plástico, profesional de cualquier disciplina artística de este despropósito que nos quieren imponer por vía del «se hará sí o sí»? ¿Te va a beneficiar en algo? ¿Te han consultado acerca de lo que piensas al respecto? O cuestiones que son más previas y básicas aún: ¿te interesa este proyecto? ¿Es necesario? ¿Te sugiere algo o no te dice nada? ¿Te han informado al menos de sus características, contenido, objetivos...?

Pongamos todo esto en su contexto. Valoremos magnitudes. El presupuesto del Departamento de Cultura y Política Lingüística del Gobierno Vasco del presente año es de 369 millones de euros. De esta partida hay que descontar ¡más de la mitad! , es decir, 192 millones que se los lleva EITB. Ya solo quedan 177 millones. De estos, hay que rebajar otros 77 que se destinan a Política Lingüística, más 15 que van a Actividad Física y Deportes, y 11 más que se destinan para al Instituto Etxepare y a la Dirección de Servicios y Gabinete. En definitiva, Cultura propiamente dicha tiene asignados poco menos de 73 millones de euros para todo el año 2024.

Pero sigamos con el «desbroce» de datos. A esos 73 millones hay que restarle más de 3 millones a retribuciones de funcionarios y gastos de funcionamiento, otros 9 a la Euskadiko Orkestra; 1, 7 a Tabakalera; 1, 2 al Donostiako Zinemaldia; otros 1, 7 a Zineuskadi Elkartea; 1 millón a la Filmoteca Vasca; algo más de 5 a la producción audiovisual; 2, 2 al Museo de Bellas Artes de Bilbao; 1, 3 al Artium; 2, 3 al Teatro Principal de Gasteiz; 1, 2 al Kursaal y; tachin tachan, nada menos que otros más de 8, 3 millones en tres partidas, una de ellas para compras de obras, ¡a la Fundación Museo Guggenheim de Bilbao!

Si restamos todas esas cifras, ¿qué es lo que nos queda más allá de las partidas destinadas a los «grandes contenedores»? Pues queda un rosario de pequeñas partidas a modo de «menudeo» o «pedrea de compensación cosmética» para los distintos sectores culturales, creadores, asociaciones, subvenciones, etc.

Entonces, ¿alguien puede explicar de qué política cultural estamos hablando en este país cuando vamos a detraer «gratis et amore» y con el dinero de todos los contribuyentes más de 140 millones de euros para el proyecto de una empresa marca Guggenheim especializada en abrir franquicias por el mundo siempre y cuando le salgan a coste cero y en favor de sus intereses? ¿No es, cuando menos, insultante?

¿No le preocupa a nadie que la Cultura que se proyecta desde las instituciones se esté convirtiendo cada vez más en un sistema depredador y elitista, entendiéndola como un negocio especulativo en favor del más fuerte? ¿A qué espera el mundo de la cultura para reaccionar ante semejante despilfarro de recursos cuando hay pendientes de atender otras muchas más necesitadas urgentes? ¿Dónde está la capacidad crítica de los creadores de este país? ¿Vamos a consentir que nos den, una vez más, gato por liebre?

Hubo un tiempo no muy lejano en el que los creadores e intelectuales de esta parte del país eran la «conciencia crítica» de las instituciones, que ponían sus conocimientos y creaciones al servicio de la sociedad, no en favor de unos pocos intereses. Un tiempo en el que primaba la defensa de lo colectivo tanto o más que el desarrollo creativo individual porque, en última instancia, lo uno depende de lo otro.

Solo por poner un ejemplo del compromiso de creadores e intelectuales con el devenir de este país, ahí queda para la historia el caso de la Central Nuclear de Lemoniz y el masivo movimiento de protesta social que se originó contra aquella imposición. Creadores e intelectuales de todas las tendencias políticas de la talla de Ramón Saizarbitoria, Alfonso Sastre, Luis de Pablo, Mikel Laboa, Vicente Ameztoy, Juan Carlos Eguillor, Agustín Ibarrola, Carmelo Ortíz de Elguea, Gabriel Ramos Uranga, Rafael Ruiz Balerdi, Víctor Erice, Antton Ezeiza, Pedro Elias, Imanol Uribe, Elías Querejeta, Jose Luis Alvarez Emparanza «Txillardegi», Jokin Apalategi, Luis Castells, José Luis Corcuera, Ramiro Pinilla, Jose Luis Davant, Jose Ramón Etxebarria, Eva Forest, Alfonso Irigoyen, José María Jimeno Jurio, Xabier Kintana, José Luis Zumeta, Luis Iturri, Angel María Ortíz Alfau, Xabier Amuriza... y otros muchos más, alzaron sus voces y mostraron su rechazo frontal a aquel infame proyecto que ahora, los mismos que lo impulsaron, con el PNV a la cabeza, nos quieren colocar en igual tesitura impositiva con él se hará, «Sí o Sí», el Guggenheim Urdaibai.

Y ahora, como entonces, hablamos de destinar nada menos que 140 millones de euros (que luego se convertirán en muchos más por los sobrecostes de obra, los gastos de personal y mantenimiento y las subvenciones adheridas a perpetuidad) que, en definitiva, suponen más de dos años de todo el presupuesto de Cultura. O, por poner otras magnitudes comparativas, 140 millones de euros es el precio de un Hospital como el de Galdakao, que bien pudiera estar en Gernika, servicio mucho más necesario que otro doble Museo Guggenheim en Urdaibai, o la apertura de residencias públicas para la tercera edad cortando de raíz el expansionismo sin límites de las privadas-concertadas que discriminan y juegan con el bienestar de nuestros mayores.

Se puede convenir que el «efecto Guggenheim» también ha tenido algunas consecuencias positivas para Bilbao, sobre todo desde un punto de vista turístico para beneficiar a negocios privados vinculados, en su mayoría, al sector hostelero. Lo que ahora se pretende es «más de lo mismo», pero en una comarca −Busturialdea− que necesita otro impulso distinto y, desde luego, no masas de turistas ocupando espacios medioambientalmente muy sensibles, por no hablar de otros «efectos nocivos» como son aumento de los precios de la vivienda, expulsión de población local, perdida de identidad, etc., tal y como ya está sucediendo en Bilbao, Donostia, Mundaka, Bermeo, Lekeitio...

Así que en un país normal, en el que la mayoría de sus jóvenes no disponen de facilidades para emanciparse y han de vivir con sus progenitores más tiempo del necesario o sucumbir ante un mercado inmobiliario caníbal, ya tendrían que estar las calles llenas de protestas clamando por viviendas dignas y asequibles, antes que aceptar este dispendio en un nuevo Museo.

En un país normal, en el que la Naturaleza se ha convertido en objeto de especulación continua, personas con un mínimo de conciencia ecologista y de defensa de la Vida, tendrían que estar en pie de guerra alzando su voz contra tanta depredación para que unos pocos consigan ganancias millonarias a cambio del empobrecimiento de todos.

Cultura, Juventud y Naturaleza. O, dicho de otra manera, Creadores, Pervenir y Vida. Mezclemos todo en cualquiera de estas tres variables y veamos qué resultado sale: Cultura elitista, juventud sin futuro y naturaleza deprimida.

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