Aires constituyentes
Vivir juntos en la polis, y polemizar sobre sus límites internos y externos. Esta es la tensión que define la política. A menudo se busca en la naturaleza la forma de superar esta dicotomía irresoluble, ya para reducirla a la lucha individual y colectiva por la vida –darwinismo social–, ya para subrayar nuestra pulsión colaborativa.
Joxe Azurmendi acaba de publicar un magnífico ensayo –“Gizabere kooperatiboaz”–, en el que se recoge de forma exhaustiva este debate. En la cultura popular, la oposición entre cooperación y conflicto se visualiza en dos especies de simios antropomorfos: los disfrutones y cooperativos bonobos, por un lado, y los patriarcales chimpancés, esencialmente bordes y agresivos, por otro.
Pues bien, en nuestro país impera hoy el «espíritu bonobo». La campaña electoral ha sido exquisita y sus hashtags, encantadores. C’s no ha discutido el Concierto y se ha mostrado dispuesto a pactar con el PNV, desde su hoy bastante compartida vasco-españolidad de centro. Mendia se presentó como proto-vicelehendakari sin rayas rojas previas, salvo la poco exitosa astracanada lingüística: #Juntosbatera. Podemos aplaudió la hoja de ruta del lehendakari, y pasó de criticar a la casta autóctona, aunque haberla, hayla, y muy poderosa: #Podemoselkarrekin. El PP repartió gildas por doquier y compartió el dolor de las víctimas del terrorismo de estado: #La vozquenosune. Y hasta la izquierda abertzale se volvió ibarretxista y adoptó la «decencia» burguesa como leitmotiv: #Denonherria. Va de suyo que dada su natural idiosincrasia, el partido jeltzale pocas veces cae en la estridencia. Le ha bastado con #UrkulluLHK para guiar al personal, cual flautista de Hamelín, hacia la tierra prometida. Ya fuera de campaña pero con el mismo talante, el gobierno del cambio en Navarra –chi va piano, va lontano–, no pisa más callos que los imprescindibles, es decir, los de los fascistas, y en Iparralde sigue primando la lógica transversal ante los recientes intentos de sabotaje jacobinos. Love is in the air.
Hemos vivido una campaña apacible, nórdica. Un tipo de campaña que se asemeja a la española de junio de 1977: “Habla pueblo, habla”. Es decir, aquí se respira nuevo pacto «estatusario», y en esta tesitura no es conveniente avinagrar el ambiente. Los resultados confirman esta mansedumbre general, que no quietud.
Porque el reverso lo ofrece nuevamente el bloqueo español. Ese empate infinito entre reacción y cambio que cada equis tiempo se resuelve en guerra civil. Ahí no parece cuajar el espíritu cooperativo. A este paso, dada la secular incapacidad de las élites reformistas mesetarias, el nuevo pacto constitucional que España necesita, se lo van a hacer las dos naciones peninsulares más pujantes: Cataluña y Euskal Herria. Como casi siempre.
Parafraseando al ínclito trilero Torcuato Fernández Miranda, tanto en Euskal Herria como en Cataluña surgen con fuerza los dos «reales torcedores» que abren un nuevo paradigma político: Decisión soberana directa de la ciudadanía, es decir, no sólo refrendo de lo decidido por la élites, y proceso constituyente cooperativo, bottom-up, es decir, no reservado a sesudos «padres o madres (pocas) de la Constitución». Cataluña marca la pauta. Allí, el acuerdo soberanista está ya muy maduro y pasa por un momento de ruptura –referéndum unilateral vinculante–, y un proceso constituyente coetáneo que ya ha comenzado desde abajo, y culminará, en el mejor de los casos, una vez celebrada la consulta popular.
En nuestro caso, a la luz de los resultados del domingo, ¿Cómo se pueden ubicar los partidos del cambio según esas nuevas lógicas democráticas? Sus opciones estratégicas son complejas pero pueden traerse a esquemas binarios.
-PNV: «Mejor de lo esperado». Como hacia el centro-izquierda y el soberanismo no tenía posibilidades de crecer, el achique de espacios hacia la derecha, los espacios poco ideologizados y el regionalismo ha dado sus frutos. El voto de orden se ha concentrado. La primera tentación es pensar que la suma con el PSE y, por tanto la repetición del antiguo paradigma transversal aquí, combinado con un improbable mercadeo de votos allá, va a permitir avanzar en el autogobierno en un contexto de crisis sistémica en España. Los sectores jeltzales que entienden la soberanía como una variante de la libertad ideológica y de expresión –mero reconocimiento como nación–, pueden sentirse cómodos en ese escenario, pero los que piensan que el autogobierno es una expresión del poder democrático, de la capacidad de decidir, saben que para liderar el país hacia la soberanía, la nueva centralidad pasa por blindar el ámbito vasco de decisión por medio de un proceso constituyente que dé lugar a un nuevo estatus. Y para eso, el PSE no es compañero de viaje adecuado. Posiblemente, harán, como siempre, de la ambigüedad, virtud.
-Podemos: «Expectativas frustradas». El debut exitoso en el parlamento vasco se empaña por el hecho de ser hoy tercera fuerza la que fue primera hace pocos meses. La volatilidad de su voto es pareja a la falta de sustancia de su propuesta de país. Se le abren dos opciones: ser un partido de provincias, eco de los dimes y diretes de los mentideros madrileños, subordinado a las estrategias maquiavélicas de los líderes nacionales, y que solo aspira a estabilizar el sorpasso del PSE... O volcarse en el proceso constituyente de Euskal Herria con total autonomía, colaborando en la articulación de esa nueva centralidad soberanista vasca, siendo consciente de que cualquier cambio profundo en España pasa por una ruptura constituyente impulsada desde la periferia. En este caso, no podría actuar de recadista del PSOE en cuestiones como el derecho a decidir: es inconcebible que sin haber dado hasta ahora ningún paso efectivo en ese ámbito, se apunte a una supuesta “ley de claridad”, cuya única finalidad es, precisamente, coartar la decisión soberana de los pueblos.
-EH Bildu: “Objetivo cumplido”. La campaña centrada, optimista, amable, ha puesto en su tradicional lugar electoral a la izquierda abertzale. Su alternativa soberanista de izquierdas es más creíble que la de Podemos, pero la época del clembuterol electoral y el sorpasso inminente al PNV pasó ya. Por ahora, al menos. En principio, parece obligado mantener la oferta consensual, de modo que del multilateralismo a escala vasca pasemos al bilateralismo (frustrado) con el Estado que finalmente conduzca al unilateralismo... Sin embargo este planteamiento lineal tiene un peligro evidente: empantanarse en un escenario institucional en el que los ritmos y límites los marque el PNV, por un lado, y el Estado, por otro. Más allá del cómputo electoral, EH Bildu sigue siendo una coalición-movimiento, ahí reside su verdadera fuerza. Por eso, el impulso a la lógica decisionista y constituyente desde abajo no puede quedar al albur de los acuerdos entre élites partidistas. El consenso es para el que lo trabaja. No es consecuencia de los discursos centrados, sino de la relación de fuerzas.
Afortunadamente no todo se cocina en las ejecutivas partidistas. La gente se está aficionando a esto de la cosa pública. La ciudadanía vasca ha comenzado a decidir, y durante los próximos meses miles de personas de todas las sensibilidades se acercarán a las urnas para seguir haciéndolo. Y parece que si para algo están “habilitando” a sus partidos e instituciones es para iniciar un proceso constituyente desde la soberanía, y no para enmarañarse en la enésima triquiñuela procedimental. El nuevo paradigma es horizontal y cooperativo, no tecnocrático.
No se si Euskal Herria o Cataluña se han convertido ya en una comunidad de bonobos, incluso parece que en España se ha extendido la especie. Sin embargo, no podemos olvidar que en las tierras peninsulares siguen dominando los chimpancés, y que aun vestidos con sus birretes, togas y puñetas, no dejan de ser simios agresivos, poco dados al consenso que no pase por su real voluntad. Por eso, si no atienden a razones, habrá que forzarles democráticamente. Bonobos sí, pero no lerdos.