Josu Iraeta
Escritor

Alguaciles de fortuna

Como otras muchas profesiones, el ejercicio de la política está evolucionando de manera clara y evidente, y quizá sea ese uno de los motivos por el que, en ocasiones, resulte verdaderamente interesante conocer la formación inicial de unos y otros. Entre ellos, los hay a los que los avatares de la vida les conducen por caminos absolutamente imprevistos; en cambio, otros son llevados como los trenes, siempre «entre vías», con todo acotado y previsto.

Lo dicho es cierto, sin embargo, hemos conocido personajes de cuna dispar, incluso de enfrentadas convicciones, pero de similar desarrollo e idéntico final. La política tiene estas opciones.

Uno de esos imprevistos lo conocí en Bizkaia, concretamente en las instalaciones de AHV. Fue en una visita que hice en los «años setenta» con motivo de que esta empresa hubiera adquirido Laminaciones de Lesaka. La absorción de las instalaciones pasó por un pretendido «periodo de equiparación» que generó un sinfín de conflictos, que culminaron en una larga, dura y dolorosa huelga general.

Entre los diversos despachos a los que me llevaron, saludando a unos y otros, tropecé con un individuo electricista –que según responsables de mantenimiento– «paseaba» la caja de herramientas, expresión que daba a entender que estaba «liberado».

El conflicto seguía vivo y transcurrido algún tiempo, en pleno «hervor», volví a coincidir −esta vez en la parroquia de Lesaka, que amablemente cedían para las asambleas− con el «electricista» de AHV, que, por cierto, se hacía llamar José Luis Corcuera.

Cuando entré en la parroquia, el electricista se dirigía a la asamblea de Laminaciones de Lesaka, calificando a sus miembros de «privilegiados», a pesar de haber quedado demostrado el evidente agravio comparativo, ya que, a igual nivel profesional, en AHV los emolumentos eran superiores.

Este electricista, que con el transcurso del tiempo llegó a ostentar el cargo de Alguacil Mayor del Reino, en la parroquia de Lesaka hizo algo que siempre se le dio bien: mentir y mentir. Mintió, pero no engañó.

Este burgalés, protagonista de una «carrera» plena de éxitos y fracasos, reconocido y aplaudido como intérprete de la violencia institucional. Un personaje nervioso, impositivo y poco, muy poco cordial, al que –en el ocaso de su carrera– y tras haber roto su «carnet» del PSOE, que durante tantos años le dio de comer, el «sistema» le protegió, evitándole un final oscuro, sombrío y húmedo.

Volviendo al primer párrafo, mi atención se centra en otro «Alguacil», no de historial parejo al burgalés antes citado, pero sí un personaje que presuntamente terminará su vida laboral, siendo lo que hoy es, «Alguacil Mayor», como lo fue burgalés antes citado.

Lo conocí en una cafetería «institucional» de la capital española, que tiene su entrada protegida por dos leones. Lo cierto es que nunca tuve relación con él y probablemente, salvo el saludo inicial, no conversamos absolutamente nada.

Me dijeron que era un abogado de Bermeo. No volví a verle en mucho tiempo, pero con los años he tenido la oportunidad de ir conociéndole. Una persona que sonríe fácil, algo que, en el ejercicio de la política, tiene su importancia, pero mira torcido.

Las personas que, por una u otra circunstancia, deciden desarrollar un capítulo de su vida –más o menos prolongado– en el ejercicio de la política, normalmente tienen muy diversas procedencias. En el caso que nos ocupa, si el burgalés era electricista y utilizaba con asiduidad un «polímetro», al de Bermeo, seguro que en el despacho de abogados en que comenzó su trabajo no faltaba un libro «deontológico». Y es que, entre quienes trabajan en política, es frecuente la no coincidencia entre formación y profesión.

Es mucha la responsabilidad que supone ejercer como Alguacil Mayor de un gobierno. Entre otras muchas cosas y siendo abogado de formación, debe aprender a hablar poco y mentir lo necesario. Es cierto que la experiencia ayuda, pero es un trabajo que «consume» mucho.

Los que aceptan este trabajo, con el transcurso del tiempo van mutando, terminan convirtiéndose en el «parachoques» de su departamento y esto obliga a vivir con mucha presión, incluso modifica el carácter.

Habiendo estudiado su «curriculum vitae», puede afirmarse que la vida de este hijo de Bermeo, transcurre entre un conflicto y el siguiente, algunos propios del departamento y otros de su propia paternidad.

Una aproximación a su «modus operandi» nos informa que está siendo conocido por la «limpieza» con que solventa situaciones graves y comprometidas. También ha demostrado ser fervoroso seguidor de quienes dejan «hacer al tiempo» para que cure heridas y resuelva problemas.
 
Este hijo de Bermeo, que fue aupado hasta el despacho de Alguacil Mayor, fiel servidor y amigo de quien lo trasladó desde Madrid, es autor de infinidad de «guiones de ficción», que han justificado situaciones graves, muy graves.

Es posible que en «Sabin Etxea» decidan que su trabajo puede darse por concluido, es posible.

En su entorno dicen de él que es un estudioso. Se le nota.

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