Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Carta a Don Pedro Sánchez

En cuarenta años he vivido en directo y en un obsceno escenario político tres escarnecedoras traiciones de los socialistas españoles a la historia y el ideario que dicen representar: el congreso de Suresnes, la escandalosa venta en el mercado de la Transición de una ideología por la que murieron tantos miles de trabajadores y la definitiva entrega de su ya harapienta historia por no más que una cucharada de lentejas.

Muy brevemente, dos notas sobre Suresnes, congreso en donde se inicia la travesía de los dirigentes socialistas hacia la deslealtad. Se trata de dos principios fundamentales a los que ahora, que era el momento de cantar «arriba los pobres del mundo», han dado tierra miserable los actuales dirigentes del PSOE, que han traicionado su liderazgo al alzarse contra sus mismas bases. Pasaron aquellos tiempos en que Pablo Iglesias dejó el morir cuarenta duros en su mesilla de noche por sus últimas colaboraciones en “El Socialista”.

Primer acuerdo de Suresnes en torno a la función del socialismo: «La conquista del poder político y económico por la clase trabajadora y la transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista». Pero según un dirigente del PSOE que vivió aquel deslumbrante trance y que fue expulsado más tarde del partido por denunciar un caso de corrupción, esta afirmación la diluyó al poco el posterior ideario del ya «cambiado» Felipe González, que creía que tal principio imposibilitaba el avance de un socialismo que había de consistir ahora en «conquistar parcelas de libertad, asentar esas conquistas y seguir avanzando en el desarrollo de las libertades», supongo que hasta llegar a Rajoy. Ya no se habló más de la explotación de la clase trabajadora y, menos, me atrevo a suponer, en las audiencias reales.

Segundo acuerdo del Congreso de Suresnes, en este caso respecto a la configuración del Estado: restitución de las libertades y derechos perdidos con la dictadura, entre ellos «el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas». Pero como ha dicho el Sr. Yáñez cuarenta años después, «había un superideologismo que no se correspondía a la realidad y de hecho la evolución del mundo y de las democracias no ha ido en esa dirección». De lo que se trataba fundamentalmente, tras tanta «revolución», era de lograr «una ruptura democrática». Ante este párrafo cabe hacer algunas preguntas: ¿La dirección correcta de la democracia de que habla en elipse, al parecer, el Sr. Yáñez es la que protagoniza, por ejemplo, el Sr. Rajoy? ¿Y la «adecuada» ruptura democrática de que hace mención el tantas veces citado documento es la que ahora defiende el PSOE con su apoyo decisivo al Partido Popular? ¿En la democracia actual tienen algún peso los trabajadores? ¿Lo tienen los militantes socialistas o lo han transferido místicamente a sus «barones»?

Yo creo que estamos ante una imparable destrucción del Partido Socialista Obrero Español, que en parte puede simbolizarse en el naufragio durante su misma botación de la carabela que mandó construir el consejero andaluz Sr. Yáñez para celebrar el V Centenario del descubrimiento de América. Si hubiera tenido ya la edad y el historial suficientes yo creo que una madrina perfecta para sacar de la grada, con esperanza de navegabilidad, la simbólica embarcación hubiera sido Susana Díaz, pero esto no es más que una imaginación propia del Disney Park.

El mismo lenguaje que empleó el Sr. González diez años después de Suresnes denuncia la defunción no sólo del socialismo de Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, sino de su descendiente espuria, la socialdemocracia. Ante Televisión Española, ese hijo putativo que en el ámbito de la información tienen todos los gobiernos de Madrid, el Sr. González decía cosas como esta: Suresnes fue para los socialistas «una ruptura generacional y una adaptación a la realidad española… rompe ese esquema de análisis (que se hacía) desde el exilio…e introduce un nuevo análisis». Aunque este razonamiento pareciese guiado por un afán progresista, en el fondo revela un desprecio total por la lucha obrera durante la II República –que se mantenía en la memoria mediante el “exilio”– y, lo que es aún más grave, miente a conciencia sobre la cacareada nueva situación de la sociedad española, hundida como siempre en una perpetua pobreza política y en una dinámica  económica ajena a una auténtica modernidad; una economía sin imaginación, salvo para chalanear –de eso saben mucho los gonzalistas– sus dividendos la alta e inútil sociedad española.

Si este país tuviera una mínima capacidad de análisis acerca de lo que es fundamentalmente su vida hasta hoy ni hubiera permitido la existencia de la mayoría de sus dirigentes ni estaría siempre expuesto a caer en las múltiples formas existentes de fascismo. Un país seriamente estructurado puede cometer errores tremendos, como ahora ocurre en el núcleo duro de Europa Unida, pero no suele recurrir a caudillos cada vez más menguados en su estructura intelectual y humana como acontece aquí tanto en la presuntuosa y falsa izquierda que dicen representar los socialistas montaraces, como en la tribal y asoladora derecha, que vive de sepulcros y de Estado.

Y ahora viene la explicación del porqué de esta respetuosa carta a usted, Sr. Sánchez. Lo hago porque si hay algo recuperable en el socialismo español a usted corresponde intentarlo, tras las pruebas que dio con su “No” frente a Rajoy. Pero ese intento pasa por reedificar el socialismo desde sus olvidados cimientos. Pasa, ante todo, por irse de ese nido malsano en el que usted aún se acomoda, con las banderas de la izquierda desplegadas al viento. A su lado hay otro partido joven al que quiere echar de la calle la turba espectadora de todas las crucifixiones. Si por casualidad lee usted este papel no crea eso tan facilón con que quieren abatirnos desde la derecha a los republicanos. No somos el pasado y, si alguien se lo subraya, dígale que en ese pasado está contenida aún la vida posible. Pero la recuperación de un socialismo que aún tenga papel en el terrible mundo que ha condenado a los trabajadores a ser el servicio doméstico de los ordenadores sólo parece viable con la fundación de un nuevo partido socialista que contenga en su carátula el término “republicano”.

Por eso he escrito esta carta. Quizá amores que conservo en el exilio interior. Y cuando solicito ese Partido Socialista que proteja a los trabajadores españoles de acuerdo con su marco económico y social no quiere decir que renuncie a ningún internacionalismo de clase, ya fagocitado por el internacionalismo de la globalización, sino que demando un socialismo adecuado a nuestra sociedad, pues tal como funciona el pensamiento ¿obrero? presente dudo mucho que un internacionalismo de clase sea posible entre los trabajadores norteamericanos y los españoles, por ejemplo. El internacionalismo obrero ha de entenderse hoy como un propósito ideológico común desarrollado en escenarios que hay que operar desde circunstancias muy concretas. Mas sobre todo esto escribiré otro día asomado a las inhumanas situaciones que viven más de la mitad de los trabajadores españoles. Todos los trabajadores del mundo precisan de un republicanismo activo, pero aquí necesitamos ese republicanismo en cantidades industriales.

Después de lo que ha perpetrado el PSOE –que no es ya partido, ni socialista, ni obrero y a duras penas español– ustedes los socialistas con algo de poso, son necesarios en este combate por una simple, eficaz y digna supervivencia.

Con mi indignado afecto, Antonio Alvarez-Solís.

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